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María Kodama evoca sus viajes con Borges por el mundo en una exposición en Berlín

EFE

A María Kodama se la ha llamado en muchas ocasiones "los ojos de Borges". Como compañera del autor de "El Aleph" María Kodama le servía de lectora y también de guía por el mundo, describiéndole las cosas que veía cuando viajaban después de que Jorge Luis Borges hubiera perdido la vista.

Como testimonio de los viajes de Kodama y Borges ha quedado una colección de 130 fotografías, que se ha reunido en un tomo llamado "Atlas" y que a partir de hoy se expone en el Instituto Cervantes de Berlín.

Antes de la inauguración, Kodama habló con Efe sobre su experiencia viajera con Borges y sobre cómo juntos se iban aproximando a espacios que él ya no podía ver

"Borges había viajado mucho cuando tenía entre 18 y 20 años y muchos de los sitios a los íbamos no eran para él un descubrimiento. A veces era él quien me describía las cosas que yo estaba viendo", dijo Kodama que sostiene que Borges siempre tuvo una memoria prodigiosa.

Esa memoria era especialmente lúcida cuando se refería a la pintura como lo ilustra una anécdota vivida por ambos en la National Galery de Londres, donde Borges se paró frente a un autorretrato de Durero haciendo el mismo gesto que hacía el artista alemán en el cuadro.

Esa afición a la pintura era algo que Kodama aprovechaba cuando iba con Borges a sitios donde él todavía no había estado.

"Gracias a mi padre tuve una formación muy buena en historia del arte por lo que Borges decía que mi padre me había educado para él. Eso me permitía describirle los lugares en donde estábamos relacionándolos con cuadros que conocía", explicó Kodama.

Después, cuando volvían a Buenos Aires, los periodistas interrogaban a Borges sobre sus viajes y escribían sobre las cosas que él había "visto" ante lo que él hacía bromas posteriormente con Kodama.

A Borges, según Kodama, le gustaban dos tipos de lugares: aquellos que parecían un laberinto y aquellos que estaban llenos de reminiscencias literarias.

Una de sus ciudades preferidas era Venecia, que le parecía un laberinto y además está rodeada de agua, lo que, para Borges, confería al lugar un aire mágico. Otra era Nueva York, llena de referencias a Walt Whitman.

París, en cambio, es una ciudad que, a diferencia de lo que ocurre con otros escritores hispanoamericanos, brilla por su ausencia en la obra de Borges.

"Al principio asociaba París con la tilinguería porteña", dijo Kodama que luego paso a explicar el argentinismo "tilinguería" que es una palabra que describe una forma especialmente vulgar de esnobismo.

De España, la encantaba Toledo, Ronda y especialmente Granada, donde Kodama, que nunca antes había estado allí, vivió una experiencia en cierta medida reveladora de la manera que tenía Borges de ver el mundo.

"A la entrada de La Alhambra hay un poema ("Dale limosna mujer/que no hay en la vida nada/ que sea desgracia mayor/ que la de ser ciego en Granada"). Si hubiera sabido lo que decía no se lo hubiera leído pero empecé a leerlo y no hubo forma de parar. Fue horrible", explica.

Borges entonces percibió que ella estaba consternada y decidió tranquilizarla.

"No te pongas triste -le dijo- ahora voy a ver Granada con tus ojos que están más cerca de Oriente y ese será el recuerdo que me llevaré de La Alhambra".

Un capítulo aparte merece la relación de Borges con Buenos Aires, una ciudad que se fue transformando durante su vida hasta hacérsele prácticamente irreconocible como muestra el comienzo de un poema que dice "yo nací en una ciudad que también se llamaba Buenos Aires".

Actualmente, dijo Kodama, la Fundación Borges está preparando una exposición que asocia textos del escritor a fotografías de diversas esquinas de Buenos Aires.

Rodrigo Zuleta

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