Al sur de la isla de Gran Canaria se esconde un ecosistema vivo de gran singularidad, cuya valiosa riqueza geológica y vegetal le ha valido convertirse en Reserva Natural Especial: las dunas de Maspalomas. En la franja costera de San Bartolomé de Tirajana y rodeadas del más famoso y concurrido complejo turístico de Gran Canaria encontramos 400 hectáreas de un bello y singular entorno en las que se combinan largas playas de arenas doradas, un gran palmeral, unos extensos campos de dunas y una valiosa charca de aguas.

Llama la atención el cambio que se produce, llegados a Maspalomas, de la costa rocosa a este paraje que parece incluso recordar a los desiertos africanos. Lejos del intenso trajín comercial y portuario de la capital, aquí el protagonista es el espacio natural. Aunque no se encuentre muy apartada de los grandes complejos turísticos sureños, meca de visitantes extranjeros, en Maspalomas es fácil perderse y encontrar la intimidad que no se halla en el bullicio urbano. Seis kilómetros de dunas ayudan a conseguir esa tranquilidad, que al atardecer y al alba adquiere tonalidades de fuego.

En uno de los extremos de la playa de Maspalomas, un faro centenario domina las dunas con sus 56 metros de altura. Proyectado en 1886 por Juan de León y Castillo, hoy parece vigilar a los visitantes que se acercan a su entorno, como en tiempos se dedicó a orientar a las líneas de vapor de África, América y Oceanía.

Quienes se acerquen a Maspalomas no deberían perderse otros lugares del entorno dignos también de mención. Sobresalen las localidades de Fataga, un caserío típico canario rodeado de palmerales en el que abundan las calles empedradas y la arquitectura popular, y Teror, de sabor colonial y centro religioso de la isla, con la basílica de la Virgen del Pino, patrona de Gran Canaria. Y una última recomendación en los alrededores de Maspalomas: el Parque Rural del Nublo, un espacio protegido con extensos pinares en los que perderse.