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"Matar no me hace feliz, pero esto es una guerra. Son ellos o yo"

Público acompaña durante una misión en Al Qusayr a un comando de francotiradores del Ejército Sirio Libre. Dos veces al día tratan de cobrarse alguna presa. Sin blindados, artillería

ANTONIO PAMPLIEGA

Respira con calma mientras acaricia con delicadeza el gatillo del rifle. Su dedo tiembla sobre el frío acero. Tiene la vida de una persona en la yema de su dedo... Un instante. Un segundo... y segará la vida de un soldado del régimen. Vuelve a respirar mientras observa por la mirilla telescópica. Duda... Se levanta con cuidado del suelo y busca otra posición más franca para efectuar el disparo.

Camina con cautela, mirando siempre al suelo para ver donde coloca los pies. Su bota resquebraja unos cristales, levanta la cabeza y mira a sus compañeros que le atraviesan con la mirada. Saben lo que se están jugando en esta operación. Se acomoda en una antigua balconada de la casa que ha sufrido los devastadores estragos de un bombardeo. Se arrodilla. Apoya el rifle sobre el muro destrozado. 'Para ser un buen francotirador tienes que ser paciente, muy, muy paciente. A veces tenemos que esperar casi 20 minutos en una misma posición hasta tener un tiro limpio sobre nuestro objetivo', afirma Omar, un joven dubaití, hijo de dos emigrantes sirios que huyeron en los años 80 tras la masacre de Hama.

'Aunque pueda parecer lo contrario es muy relajante. O por lo menos a mi me relaja muchísimo y después de probar esto no puedes volver a coger un Kalasnhikov. Además, no todo el mundo sirve para ser francotirador. En cambio, hasta un niño pequeño sabe usar un AK y disparar a lo loco', afirma mientras vuelve a mirar por el visor. Se apoya la culata del rifle en el hombro derecho y acerca la yema de su dedo al gatillo. Respira muy hondo. Mientras suelta el aire poco a poco, dispara. Carga rápidamente y vuelve a disparar. 'Vámonos, rápido', grita Omar al resto de sus compañeros que abandonan su posición y emprenden una carrera frenética escaleras abajo y con dirección al huerto de manzanos. Los morteros comienzan a caer cerca de la antigua casa abandonada. Uno, dos, tres... hasta seis impactos se pueden escuchar a menos de 20 metros.

Público acompaña a un comando de francotiradores del Ejército Sirio Libre en Al Qusayr durante una misión de hostigamiento contra un puesto de control del Ejército regular. Sin blindados, artillería ni baterías antiaéreas, pequeñas refriegas como está son la opción de la insurgencia siria ante la maquinaria bélica de Bashar al Asad.

La operación ha sido un completo éxito. 'He conseguido abatir a un oficial. El primer disparo lo hirió y el segundo fue letal', se congratula mientras el resto de compañeros le felicitan por la pieza cobrada. 'Matar gente no me hace feliz, pero son ellos o yo... Y prefiero que sean ellos. Sé que si ellos me tuviesen a tiro no dudarían en apretar el gatillo', afirma a Público este joven de 23 años y de aspecto aniñado.  

'La revolución empezó hace 16 meses, así que todos los soldados que aún están en las filas del régimen apoyan a Bashar Al Asad. No, lo siento, no me dan ninguna pena quitarles la vida', sentencia tajante mientras recuerda que varios de sus familiares fueron asesinados durante el asedio de Baba Amro. '¿Si ellos no tuvieron piedad de mis primos porque debería tenerla yo?', se pregunta mientras la unidad de francotiradores se acerca a la segunda posición, en una casa a medio construir desde donde tienen un tiro franco contra el puesto de control de las tropas del régimen en Al Qusayr.

'¿Si ellos no tuvieron piedad de mis primos porque debería tenerla yo?''Dos veces al día hacemos operaciones similares a esta y no regresamos a casa hasta que no matamos por lo menos a un soldado del régimen. Es la forma que tenemos de hostigar a las tropas leales', comenta Abu Hassan. 'No creo que disparar a alguien desde tan lejos sea un acto de cobardía. Al contrario, es más complicado matar a un hombre teniendo que mirarlo a los ojos, aunque sea a través de una mira telescópica', explica. 'Es bastante duro ver morir a un hombre pero esto es una guerra. Yo por lo menos tengo la decencia de mirarle. Ellos, en cambio, bombardean desde kilómetros y matan a mujeres y niños. No, desde luego que no soy un cobarde y no me arrepiento de lo que hago', sentencia con un tono de ira en su voz.

Uno a uno, va subiendo los peldaños de la escalera que dan acceso al piso superior de la casa. El polvo se ha convertido en el único inquilino de este edificio fantasmal; apagando las voces que daban vida y reverberaban por las paredes de esta vivienda destruida por la artillería del régimen. Mira por el visor de su rifle mientras de reojo busca la sombra de sus tres compañeros que le siguen al acecho. 

La casa está completamente vacía, los cuatro tiradores toman posiciones en dos ventanas que dan directamente al objetivo. 'Nosotros apuntamos de la cintura a la cabeza, porque ahí es donde están todos los órganos vitales. Tratamos de apuntar a la cabeza o al corazón para acabar con ellos de un solo disparo, aunque en ocasiones solo les dejamos heridos y tenemos que efectuar un segundo disparo', explica a Público Hussein.

Uno de los francotiradores del Ejército Sirio Libre en Al Qusayr. Foto: Antonio Pampliega

'Sabemos que ha muerto por la forma de caer del cuerpo... además, usamos balas explosivas para hacer más letal el disparo. Cuando penetran en el cuerpo causan un daño mayor que el de una bala normal. Así que si no mueren en el acto es posible que tarden unos minutos en hacerlo debido al destrozo de la bala', comentan con detalle este francotirador mientras muestra una de las balas que usa su M-16.

El miedo se huele, se siente, atenaza los músculos, acelera el corazón e infunde el valor necesario para jugarse la vida todos los días. Saben, mejor que nadie, que cada misión puede ser la última. Ellos son la primera línea de defensa del Ejército Sirio Libre, se deben infiltrar más allá que cualquier otra unidad rebelde. Se internan tras las líneas enemigas para asestar sus golpes de castigo y minar la moral del enemigo en esta guerra de desgaste.

Omar hace un gesto con la mano. En su visor se puede ver el rostro de un hombre joven, no debe de tener más de 20 años. 'Nuestro objetivo prioritario son los oficiales, luego los shabiha y por último los soldados rasos. Estos últimos, viven o mueren dependiendo de la voluntad de Alá. Yo aprieto el gatillo y él guía la bala', afirma el joven.

Llegó la hora. Los cuatro hombres miran por el visor y comienzan a disparar. Seis balas, seis objetivos. Dos nuevos muertos en la guerra siria. 'Mañana volveremos a hacer lo mismo. Sí, hasta que ganemos la revolución', afirman haciendo el signo de la victoria.

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