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Un té en la medina hasta el toque de queda

Olivia vivió la primera de las revoluciones del norte de África

SERGIO ALONSO

Hay ocasiones en las que la mejor recomendación es la que resulta más obvia. 'En Túnez capital, aunque lo digan todas las guías, hay que ir a la medina y tomar un té', cuenta Olivia Montabes, de 24 años y licenciada en Filología Árabe. Esta joven ha pasado los nueve últimos meses viviendo de primera mano la revolución política de Túnez y viajando por los rincones más increíbles del país.

Ahora recuerda cómo fue esa 'semana crítica' en la que apenas podía salir de casa por miedo a la Policía, el sufrimiento de su familia desde España, donde los medios 'fueron alarmistas', o las conversaciones alrededor de un té, en la medina, en las horas previas al toque de queda.

Hay alternativas fuera de la capital, con pueblos y playas alejados de las guías turísticas

'Fue la primera de las revoluciones árabes y no exagero si digo que nadie lo esperaba', explica Olivia, quien, a pesar de no acudir a las manifestaciones, mantuvo contacto con amigos y profesores tunecinos que sí estuvieron frente al Ministerio de Interior y las calles cercanas 'cuando la Policía empezaba a disparar'.

Una vez que pasaron los momentos más tensos, en los que bajaba a la calle sólo una vez al día para intentar comprar comida, Olivia ya no veía motivos para irse del país. 'Todo iba a mejorar, ya no había peligro y aún podía disfrutar de Túnez', apostilla.

Cuando alguien viaja al extranjero, suele buscar algún truco para no ser el típico turista al que todos los autóctonos tratan de timar. Lo primero, dice Olivia, es 'olvidarse de los tours programados y alquilar un coche'.

Otra opción económica pasa por moverse en louage, una especie de microbús que sale en cuanto se llena de gente y que llega a cualquier ciudad del país por el equivalente a diez euros como mucho. Esta viajera también aconseja regatear todo lo que se pueda.

Pero como siempre, lo más barato es patear la ciudad. En Túnez capital no hay nada como subir a lo alto de la medina y, desde allí, contemplar toda la ciudad, la mezquita de Zaitun y el mar a lo lejos. Además, no hay que tener miedo a perderse, dice Olivia: 'Lo peor que puede pasar es que acabes en algún café típico o viendo un concierto en pequeños centros culturales'.

También hay alternativas interesantes a las afueras de la ciudad. Las playas son 'preciosas' y los pueblos, 'auténticos'. Sidi Ali El-Mekki, Ras El Jebel o Raf Raf están a apenas una hora de la capital y son visitas obligadas. Sin embargo, 'todos los turistas acaban en Hammamet, una playa bastante mediocre', lamenta.

De entre todas las posibles escapadas, Olivia tiene una debilidad: Sidi Bou Said, un pueblo costero situado a unos 20 kilómetros de la ciudad de Túnez. 'Antes de la revolución apenas se podía andar entre tanta gente, pero ahora es el lugar perfecto. No hay nada como tomar un té con piñones en el café Des Délices, como hacen los tunecinos cada domingo', señala Olivia.

Cuando se le pregunta por lo que más le impresionó de su periplo por la zona, habla de la fiesta de Aid-El Kebir, conocida como la Pascua musulmana, en la que los creyentes degollan un cordero a modo de sacrificio. Recuerda los días previos cuando la gente va a todas partes con este animal a cuestas: al cruzar la calle, en el coche, de paseo con un lazo al cuello... 'Es toda una experiencia'.

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