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Miralda, el último antropólogo

El Museo Reina Sofía monta una verbena espectacular en la primera exposición retrospectiva dedicada al artista catalán

PEIO H. RIAÑO

George Perec se oponía a lo extraordinario porque negaba que el interés sólo llegara con el escándalo, la fisura o el peligro. 'Como si lo elocuente, lo significativo fuese siempre anormal', escribía en Lo infraordinario (Impedimenta). El autor francés otorgó a las 'cosas comunes' el valor de los elementos que nos definen. Como Perec, Antoni Miralda acorraló a las vulgaridades y quedó atrapado en la obsesiva búsqueda de la antropología de lo vulgar y común, si es que algo así existe.

'Un artista que hace de su obra algo difícil de consumir, porque trabaja con lo que ya ha sido consumido', como definió el director del Museo Reina Sofía, Manuel Borja-Villel, ayer a Miralda durante la presentación de la exposición Miralda. De gustibus non disputandum, en el Palacio de Velázquez de Madrid.

No es la enciclopedia 'todo Miralda', pero sí una amplia retrospectiva del trabajo que hace desde los sesenta. Cinco décadas en las que ha tumbado los grandes caracteres, la propaganda de los héroes, el resentimiento de los precedentes y se ha convertido en el antropólogo sin tribus.

El espectacular espacio de 1.600 metros cuadrados del Palacio de Velázquez no podía tener mejor inquilino que las dimensiones extraordinarias de las piezas de Miralda. Al espectador lo recibe el vestido gigante de 20 metros de altura de Honeymoon, que casaba Barcelona con Nueva York, con todas las fanfarrias en alto. Aunque algunos como Antoni Muntadas vieron una exposición 'poco estridente, calmada y reposada'.

Otros espacios memorables son los dedicados a la ética y la estética, con Soldados pegados (miles de soldaditos blancos denuncian la política bélica de John F. Kennedy) y el Banquete patriótico: una gran mesa con las banderas de los ocho comensales más poderosos de la era poscolonial. Los blasones hechos con arroz (el alimento de primera necesidad de todo el mundo) irán descomponiéndose con el paso de los días. Los colosos podridos.

A pesar del asombro de cada apartado, la muestra no puede evitar ese tono a cadáver (exquisito) que produce relacionarse con proyectos que han estado tan vivos en la calle y que aquí están tan... inmóviles. Era lógico que esto pasara en la retrospectiva de un artista contra los museos. Así ocurre en FoodCulturaMuseum, del que aquí se recoge la gigante lengua formada por otras tantas lenguas fotografiadas y los armarios frigoríficos llenos de lo que somos, es decir, lo que comemos. Con esta idea trató de 'violentar los arquetipos museográficos, creando otras formas de clasificación'. Su museo ideal es un museo sin muros. Aquí se ha quedado cerca.

Con Miralda (Terrassa, Barcelona, 1942) se acabó la tiranía de lo exótico. Con Miralda se disparó el estilo bajo, coloquial y llano para destripar a la sociedad de consumo, que aparecía al tiempo que él empezaba a jugar. El artista o antropólogo, saqueó el arquetipo para devolver una alocada crítica de los días más locos. Como apunta el crítico Pierre Restany en uno de los vídeos de la muestra: 'Es el trabajo de acumulación de una locura sobre otra locura'. La aparición de Restany no es baladí, fue uno de los impulsores del Nuevo Realismo con exposición en el Reina Sofía en estos momentos, con el que suele relacionarse a Miralda.

La sorprendente exposición traza el recorrido cronológico con sus acciones más emblemáticas, como Wheat & Steak, aunque Miralda prefiere que el visitante se extravíe: 'No hay itinerario. Es un laberinto para perderse por mis obsesiones', reconoció. En el camino se presenta el sentido lúdico crítico, el proceso inacabado (todas las piezas que arrancaron hace años, se rematan en 2010), la teatralidad de la puesta en acción en público, la ceremonia insaciable del deseo. Y caen los tópicos que trataron de atar su trabajo.

'Después de Miralda, no hay nada más falso que un cocinero en un museo', sentenció Borja-Villel para aclarar que los experimentos con la comida, ya están hechos. El artista catalán reconoce que ha sido difícil escapar de las etiquetas: 'Nunca he querido que me encasillaran', señaló, pero tampoco dio explicaciones sobre su trabajo y eso alimentó el tópico. 'Un lugar común al que suele vinculársele es a lo kitsch. Esto es una estrechez de miras absoluta, nada tiene que ver con ello', remató el director del Reina Sofía. Tal y como dijo a Públic el artista días antes de la inauguración: 'Claro que estoy en el sistema del arte, pero no estoy tan comido por él como otros'.

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