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Montilla vincula la paz de su Govern a la cohesión social

Se ratifica en la apuesta del PSC por el tripartito pero pide a ERC que modere su soberanismo.

FERRAN CASAS / PAU CORTINA

Montilla hizo de Montilla. En él no puede ser de otra manera. Fue prolijo, riguroso y realista. Pero también severo con sus socios y la oposición y algo plano en su exposición. En el que será su último debate de política general antes de volver a someterse a las urnas, el president escrutó ayer la situación política arrogándose la posición central del tablero catalán.

Y con ella bajo el brazo, aseguró que sólo la estabilidad del Govern que el PSC comparte con ERC e ICV-EUiA asegura la 'cohesión social' en una Catalunya castigada por la crisis e inquieta por la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut.

En un balance que remontó al año 2003, el del primer Gobierno de izquierdas en Catalunya tras la muerte de Franco, Montilla redujo a 'anécdotas y vicisitudes' las trifulcas entre socios de estos años y defendió que hay 'una coherencia básica' que preside la acción del Ejecutivo. Para él, la 'validez y solidez' del tripartito está fuera de duda. Más cuando la única forma de gobierno que por ahora le puede dar la presidencia al PSC ha cumplido con 'garantizar la alternancia, la mejora del autogobierno y el cambio de algunas políticas públicas'.

Pero a sus socios de ERC, que hoy pretenden proclamar el 'fin de etapa' del autonomismo, les lanzó una advertencia en toda regla que se encajó con humor desigual en las filas republicanas. El president del Estatut (así se presentó) aseguró que 'es legítimo ir rápido' pero que no se puede 'acelerar al país' porque se corre el riesgo de dejarlo 'desconcertado'. Una clara referencia a la deriva soberanista que, en hallazgos como la consulta de Arenys de Munt, ERC quiere poner en práctica si hace falta con CiU.

'Para llegar lejos hay que hacerlo con todos. Yo también quiero ir lejos, pero todos juntos. No a destiempo y sin la mayoría', zanjó en una enmienda al soberanismo que parecía sacada de las obras escogidas de Jordi Pujol.

Y es que, para él, el president no puede abrazar 'aventuras' ni 'poner en riesgo la cohesión social'. Por eso conminó a una ERC excitada por su mala perspectiva electoral a no salirse del redil del gradualismo que aceptó en su día: 'No quiero hojas de ruta que desconocen las etapas, las necesarias paradas de descanso', proclamó.

Detalla con esmero los 9.200 millones invertidos para amortiguar la crisis

Todo ello no le privó, sin embargo, de pronosticar el terremoto que traería un recorte del Estatut. No cabe más que 'cumplir lo pactado' sin renuncias ni renegociar lo que 'tanto costó'.

El president dedicó, como era de esperar, la mayor parte de la hora y media de discurso a una crisis que hay que afrontar 'con máximo realismo y mínimo victimismo' y a las medidas (valoradas en 9.200 millones) que ya ha tomado para amortiguarla. Unas medidas 'sólidas y contrastables' que, aseguró, fueron precoces, ya se notan y que permiten exhibir 'un moderado optimismo'.

Añadió que algunos acuerdos cerrados con Madrid estos meses, como el traspaso de Cercanías o el de la financiación, dan por sí solos sentido a la legislatura. Y tendió la mano a CiU en materia de infraestructuras con el argumento de que la 'continuidad' es la única política posible entre gobiernos. Por más que sean de diferente color.

El president se permitió una leve autocrítica sobre los informes que encargó el tripartito, algunos de ellos inútiles, caros o comprometedores. El gesto, piensan los suyos, desarma algo a Artur Mas ante el duelo de hoy.

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