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Obama acelera su giro a la izquierda

El presidente ha acelerado las iniciativas de cambio para construir unos Estados Unidos distintos

PERE RUSIÑOL / ISABEL PIQUER



Han pasado apenas dos meses, pero se tambalean dogmas enquistados durante décadas en Estados Unidos. Acuciado por la crisis, Barack Obama ha acelerado las iniciativas de cambio para construir una América distinta quizás más europea, incluso de izquierdas y su hiperactividad y la profundidad de sus reformas han sorprendido al establishment de Washington. Todos coinciden en que las iniciativas suponen un rediseño profundo del país. Otra cosa distinta es si tienen posibilidad de éxito.

La Heritage Foundation es quizá el más venerable y respetado de todos los think tanks conservadores de Washington. En su imponente edificio de la Avenida Massachusetts, con sus columnas neoclásicas y aires de nobleza, el vicepresidente de la entidad, Michael Frank, alerta de la magnitud del giro que impulsa Obama: 'Su filosofía parte de que el Gobierno es la primera opción para resolver los problemas, que su acción lleva al bien social, pero el pueblo americano tiene otra cultura', subraya Frank, quien añade con preocupación: 'Si tiene éxito sería realmente una nueva dirección para América'.

A pocos metros en la calle H, pero en el otro extremo del arco político, académico e incluso estético, está el Economic Policy Institute (EPI). Es uno de los centros más progresistas de Washington, claramente de izquierdas incluso en un sentido europeo: nutre de asesores al Gobierno boliviano de Evo Morales, colabora con la gente de Noam Chomsky y siempre azuzó al 'neoliberal' de Bill Clinton. Ahora su diagnóstico coincide en buena medida con el de Heritage. Nada más une a conservadores y progresistas en Washington; sólo la convicción de que Obama va en serio y que su giro es de fondo y con tintes de izquierdas.

'Estamos muy favorablemente sorprendidos por el arranque de Obama', admite Tony Avirgan, investigador del EPI. 'Yo mismo era muy escéptico, pero pese a la gravedad de la crisis Obama no se ha olvidado de las otras cuestiones importantes. Es más, ha entendido la conexión que existe entre los asuntos sociales como la sanidad, la educación o la red de seguridad socialy la salida de la crisis', subraya.

Obama ha tenido que salir al paso de la excitación que recorre Washington y ha precisado que él no es 'socialista', una palabra aún maldita en Estados Unidos, que no evoca a la socialdemocracia europea sino a la Unión Soviética y al gulag. Pero algunas de las reformas que ya ha puesto en marcha supondrían rebobinar por completo los ocho años de George Bush y quizá acercar Estados Unidos al modelo de Estado del bienestar europeo.

No sería la revolución en los términos que entendía Lenin, claro. Pero sería igualmente toda una revolución: 'Es posible que después de la crisis nos situemos aquí en una versión distinta del capitalismo, en un nuevo capitalismo, mucho más a la europea', sostiene Ioannis Saratsis, investigador del conservador Hudson Institute.

Algunas de estas iniciativas llevan años reclamándose desde los sectores progresistas. Por ejemplo, en economía: filosofía keynesiana, que aumente la intervención del Estado, utilice la deuda para propulsar el crecimiento y no tenga pánico a los impuestos. O en Sanidad: universalizar la cobertura sanitaria aunque sea privada, que hoy deja fuera del sistema a casi 50 millones de estadounidenses.

O en sostenibilidad: cambio del modelo de crecimiento basado en el petróleo barato y abrazar los objetivos de Kioto contra el cambio climático creando un sistema de compra y venta de emisiones de CO2 similar al europeo. Incluso en la visión del mercado laboral: facilitar la sindicalización de los trabajadores en lugar de torpedearla.

Todas estas reformas han sido tocadas en algún u otro momento por presidentes demócratas. Lo que hace distinto a Obama es que las impulsa simultáneamente, en un contexto de una crisis económica equiparable al crack de 1929 y desde el mismo día en que pisó la Casa Blanca.

'Obama sabe que tiene muy poco tiempo para impulsar esta agenda tan ambiciosa y debe darse prisa', explica Vanessa Cárdenas, portavoz del Center for American Progress (CAP), la respetada organización de centro-izquierda fundada por John Podesta, ex jefe de Gabinete de Bill Clinton. 'Hay que aprovechar el momento porque el espacio político se va a cerrar rápidamente: lo que no avance ahora será muy difícil lograrlo después de 2010'.

Los demócratas dominan tanto la Cámara de Representantes, cuya presidenta es Nancy Pelosi, como el Senado. Pero en 2010 se renueva el Capitolio y ahí la tradición estadounidense es implacable: los ciudadanos suelen reforzar el juego de equilibrios institucional impulsando a la oposición para que nadie tenga un cheque en blanco. Incluso en raras situaciones como la actual, en que un mismo partido controla la Casa Blanca, la Cámara de Representantes y el Senado, Washington es indomable porque los intereses de cada diputado libres de la disciplina de voto y que deben el escaño sólo a los electores de su circunscripción no necesariamente coinciden con los del presidente o los gerifaltes de sus respectivos partidos.

'Tras la luna de miel llegará la realidad de lo posible y la realidad se llama Washington', apunta John Fortier, investigador del American Enterprise Institute, vivero de los neocon. 'La relación con el Congreso aún es buena, pero ni siquiera Obama puede plantearse cambiar Washington de la noche a la mañana; aquí el sistema tiene sus propias dinámicas, nada retóricas', concluye en el comedor de la sede de la entidad.

En EEUU, el presidente puede diseñar un plan todo lo ambicioso que quiera. Pero el dinero lo tiene el Capitolio, cuyos parlamentarios van por libre. Y las competencias a menudo las retienen los estados. Por si fuera poco, luego está la calle K, en Washington: aquí anidan camuflados o a la intemperie todo tipo de lobbistas, que conocen las reglas de la política mejor que cualquier presidente recién llegado. 'Por mucho que Obama quiera fijar nuevas reglas y escapar de los lobbies, estos siempre encontrarán la manera de reubicarse', pronostica Saratsis, del Hudson Institute.

Y sin embargo, el momento es tan excepcional que ningún dogma parece inamovible. Lo tiene claro Gene Healy, vicepresidente del Cato Institute, partidario como su organización de un Gobierno lo más delgado posible: 'El Capitolio ha ido dimitiendo de sus responsabilidades y el poder unilateral del presidente de miedo', lamenta.

Para esta visión, la hechizadora personalidad de Obama, capaz de generar simpatías incluso entre sus más furibundos críticos, es un auténtico peligro. Lo prueba Michael Frank, del Heritage. Tras enmendar a la totalidad sus dos primeros meses en la Casa Blanca, concluye: 'Es un tipo muy inteligente. Debe ser muy agradable irse a cenar con él, tomarse unas copas y escucharle hablar. Sin duda más que con Bush. Con él hubiera sido un poco incómodo y además no habría habido cerveza'. Si no hay cambio con Obama, es que realmente el cambio es imposible.

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