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La ONU fracasa en sus Objetivos del Milenio para el agua

Mª ÁNGELES FERNÁNDEZ y J.MARCOS

Apenas un año antes de que llegue la fecha clave de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), lanzados por la ONU en el año 2000 con la intención de reducir el empobrecimiento de millones de personas en el mundo y mejorar sus condiciones de vida para 2015, las metas sobre agua están lejos de alcanzarse.

'Donde hay poder hay agua, y los que no tienen poder no tienen acceso al agua'. La relatora de la ONU por el derecho humano al agua, la portuguesa Catarina de Alburquerque, lo tiene claro: 'La barrera que impide a ciertos individuos y grupos tener acceso al agua no es la falta de recursos financieros, sino más bien la existencia de leyes discriminatorias, políticas y procedimientos administrativos engorrosos, estereotipos, o relaciones desiguales de poder que dan lugar a su exclusión'.

Desde Naciones Unidas se afirma que ya en el año 2010 el 89 por ciento de la población mundial tenía acceso a fuentes de agua mejorada, lo que significa que 'la meta relativa al agua potable se logró cinco años antes de la fecha programada'. El titular obvia que unos 800 millones de personas no tienen acceso a esas fuentes mejoradas de agua, y que los datos no abordan su seguridad ni su fiabilidad, según un estudio de la agencia ONU Agua del pasado mes de enero. Por tanto, hay que poner las cifras de Naciones Unidas entre interrogantes.

'El ‘agua ‘ es un concepto que se confunde con el de ‘agua potable'. La ONU mide quién ganó el acceso, pero no quién lo perdió', reconoció Alburquerque recientemente en Lisboa. Parece que el organismo multilateral ha escuchado las críticas y en su informe ‘World Water Development Report 2014', lanzado ayer viernes y que se centra en analizar las conexiones del agua con la energía, admite por vez primera que 'según algunas estimaciones, el número de personas cuyo derecho al agua no se satisface podría ser tan alta como 3.500 millones'.

La situación es más crítica cuando se habla de saneamiento, un asunto tratado y valorado por los medios como el patito feo, a pesar de que el agua no puede ser potable en un entorno donde no existe adecuado tratamiento o infraestructura. En este caso ni siquiera la lectura maquillada de la realidad salva la situación. 2.500 millones de personas carecen actualmente de acceso a mejores servicios de saneamiento y más de 1.000 millones todavía defecan al aire libre. Es decir y según el informe 2013 de los ODM, sólo el 64 por ciento de la población mundial cuenta con acceso a saneamiento mejorado, cuando la meta para el próximo año es del 75 por ciento.

Unos datos que además 'ocultan grandes disparidades entre las naciones y regiones, entre ricos y pobres, entre las poblaciones rurales y urbanas, así como entre los grupos desfavorecidos y la población en general', recoge ONU Agua. Alburquerque utiliza un ejemplo visual para explicar la situación: 'Cuando se riega un campo de golf o se da agua a un hotel en verano, hay que preguntarse quién se está quedando sin agua de calidad'.

A escasos 500 metros precisamente de un campo de golf se levantan las casas de bloques de cemento y placas de uralita de Lidia, Carlota, Gloria y Martha, las cuatro mujeres mexicanas que litigaron contra el Estado para que les reconociera el derecho humano al agua, aprobado por las Naciones Unidas en 2010 y recogido por la Constitución de México. La batalla fue dura; tres años de juicios después, la comunidad Ampliación Tres de Mayo, en el estado de Morelos, consiguió tener una tubería para todos los vecinos. Eso sí, el vital líquido sólo les llega una vez a la semana y durante tres horas escasas. ¿En qué estadísticas se recogen estas vidas?

'En algunos países, el agua potable es altamente subsidiada para aquéllos conectados al sistema, generalmente personas con una mejor situación económica, mientras que la gente pobre que no está conectada al sistema depende de vendedores privados costosos o fuentes inseguras. Otro motivo de desigualdad más', ha apuntado el profesor de la Universidad de Málaga, José Damián Ruiz Sinoga.

Hablar de agua potable y saneamiento es hablar de gobernanza, de gestión, de salud, de energía, de alimentos, de empleo, de sostenibilidad ambiental, de igualdad de género, de oportunidades. De dignidad. Contar con una letrina implica, por ejemplo, un menor riesgo de violencia sexual. Y que haya una llave de agua potable cerca del hogar supone evitar caminatas de varios kilómetros para conseguir unos litros del oro azul.

'Carecer de acceso al agua y al saneamiento es un eufemismo políticamente correcto para hablar de una privación que amenaza la vida, destruye las oportunidades y socava la dignidad humana. No disponer de acceso significa que la gente debe recurrir a acequias, ríos y lagos contaminados con excrementos humanos o animales, o utilizar la misma que los animales. También implica no disponer de agua suficiente para cubrir ni siquiera las necesidades humanas básicas', confiesa el PNUD.

Por decenas se cuentan los acuerdos, informes y análisis sobre la situación del agua en el mundo. ¿El próximo?: la agenda post-2015. De momento ya se ha puesto sobre la mesa la necesidad de que las nuevas metas tengan plazos e indicadores determinados; 'en lo posible, cualquier meta universal debe ser formulada de manera que sea cuantificable', reconoce ahora ONU Agua.

La conexión del agua con la energía ha centrado los últimos esfuerzos de Naciones Unidas, que ha elegido esta temática para conmemorar el Día Mundial del Agua de este año. El último ‘World Water Development Report 2014' desgrana a lo largo de 250 páginas las relaciones entre ambas temáticas. Subraya, entre otras cosas, que la demanda mundial de agua se prevé que aumente en un 55 por ciento en 2050, lo que provocará que la disponibilidad de agua dulce sea cada vez más tensa: más del 40 por ciento de la mundial población vivirá en áreas de severo estrés hídrico a mitad de siglo.

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