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Un posibilista en medio del poder

Juan Rosell, nuevo presidente de la CEOE, tiene cintura y sabe granjearse los apoyos de las cúpulas

DANI CORDERO

Si Juan Rosell tardó diez años en negociar los términos del matrimonio con su esposa en el ecuador de ese periodo llegaron a anular la boda un mes antes de celebrarse, bien podía esperar sin pestañear otros cinco para llegar a la presidencia de la CEOE. 'Es una persona dialogante, dispuesta al consenso y muy firme en sus convencimientos', aseguraba ayer uno de los allegados con quien compartió abrazos tras conocer la votación.

No lo calificaba de paciente, pero el adjetivo ahí está. Pasó años esperando a que JoséMaría Cuevas le dejara la CEOE, en una época en la que llegó a ser considerado delfín para quemarse en el camino al compás de la opa de Gas Natural sobre Endesa y la redacción del Estatut. Siguió después barajando la batalla con Gerardo Díaz Ferrán por la presidencia, que evitó hasta ahora, cuando esperó a que el patrón sucumbiera bajo su propio castillo de naipes empresarial.

Como lo demuestra el caso de su esposa, dura como él, Rosell se ha sabido rodear de gente que hace diez años ya avisaba que tendría su cuota de poder. Con el tiempo, ellos crecieron y se aposentaron, de la misma forma que lo ha hecho él, erigido en eje de la poderosa patronal catalana. Isidre Fainé (La Caixa) es uno de los que ha estado cerca, lo que puede llegar a explicar que Rosell fuera el presidente de Fecsa-Endesa o que ahora esté como consejero en algunas de las participadas de la caja, entre otras empresas.

Una vez pasado lo peor, Rosell va a hacer el cargo suyo. Ayer mismo, antes de comer con el grupo catalán que le apoya en Madrid, celebró su primera reunión de la ejecutiva de la patronal, a la que volvió a convocar para el próximo martes. Después de la discreción, del juego entre bastidores, la acción. No ha demostrado otra forma de hacer, y este asalto a la CEOE el único que tenía atado, el único que ha formalizado ha llegado precedido de un desplante parcial en su patronal de siempre, Foment del Treball, donde se ha criticado su presidencia personalista.

Rosell sólo acostumbra a contar con un reducidísimo grupo de mucha confianza, lo que en los últimos años ha larvado el enfado de un grupo de empresarios. Le pusieron a prueba y fueron barridos en las elecciones de la patronal catalana, hasta el punto de que hoy aún esperan un gesto condescendiente para que, al menos, la representación de sus sectores reencuentre el sillón al que perdieron derecho.

Su capacidad para moverse y el liberalismo que abandera es su forma de pensar, pese a que Rosell se hayaacostumbrado a que en Barcelona los extremos le tilden de 'fascista' y en Madrid de 'independentista'. Son, al fin y al cabo, dos etiquetas siempre peyorativas, fáciles y simplonas para una persona posibilista y de ágil cintura, que tiene sus predilecciones en el PP pese a llevarse bien con José Montilla.

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