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La recesión económica que destapó la crisis de los economistas

Alrededor de 60 expertos, la gran mayoría de ellos economistas, dos premios Nobel y varios protonobeles han hablado durante cuatro días sobre economía

BELÉN CARREÑO

Los economistas no están de acuerdo. Discuten. Hasta se gritan. El debate de los académicos de esta ciencia está que arde. Y la culpable es la misma crisis que ha puesto patas arriba los valores y baremos del mundo desarrollado.

Durante las cuatro jornadas que ha durado el Salamanca Social Science Festival (S3F), las primeras organizadas por la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea, los precursores del grupo de los cien) dos cosas ha quedado patentes: no hay una receta unificada sobre cómo actuar en este impasse, y que muchas corrientes de pensamiento se han quedado caducas en tres años.

Alrededor de 60 expertos, la gran mayoría de ellos economistas, dos premios Nobel y varios protonobeles han hablado durante cuatro días sobre economía en todas sus dimensiones. El debate se libró en cafeterías y discotecas; en aulas sencillas, magnas y salones de actos; en restaurantes típicos de la ciudad de la rana y en plena Plaza Mayor. Y en el tumulto ideológico al espectador le sobreviene una idea: la incertidumbre en la que se han sumido las economías avanzadas, muy próximas a entrar en una segunda vuelta de la recesión, ha desconcertado a parte del mundo académico.

Cuando comenzó la crisis en 2008 el consenso sobre la necesidad de aplicar políticas de estímulo fue generalizado. Izquierdas y derechas acordaron alimentar la economía. En el estallido de la crisis de la deuda en mayo de 2010, la decisión de recortar, pulir y ajustar fue relativamente general, pero varias voces críticas se quedaron en el camino. Finalmente, la ralentización económica que se percibe desde el verano ha desatado la tormenta de ideas. Los estímulos no sirvieron, la austeridad que parece necesaria, mata. Entonces, ¿qué hacemos?

Los dos premios Nobel de Economía que intervinieron dejaron patente esta disyuntiva. Eric Maskin, galardonado en 2007, atacó con dureza los recortes y criticó la austeridad. Finn Kydland, por su parte, se ciñó a un discurso muy oldschool, en el que pidió no prestar atención a la coyuntura y actuar con la vista sólo en el largo plazo. Fue, precisamente, la simplicidad de los modelos teóricos utilizados hasta la crisis una de las críticas más reiteradas entre el público, unos 2.000 asistentes. En respuesta, la hetero-doxia económica, antes asociada con una cierta querencia progresista, se ha extendido entre los especialistas. Además, la necesidad de incluir las humanidades, la psicología y la neurociencia, para entender la decisiones económicas y leer la historia reciente se han revelado con fuerza en el debate.

La llamada a las reformas estructurales en España también fue uno de los mantras del encuentro que tenía como principal objetivo bajar la economía a la calle. Una mayor eficiencia de la Administración, la búsqueda de otro modelo educativo y la simplificación del mercado de trabajo (con especial insistencia al contrato único) fueron las principales peticiones de los economistas españoles. En la platea, pitos a los recortes y aplausos a las reformas. El público también está dividido.

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