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Río de Janeiro, la ciudad de los extremos

Reuters

Miles de personas toman el sol despreocupados en una repleta playa de Ipanema, en Río de Janeiro, en un caluroso día de septiembre. Algunos de ellos simplemente descansan y otros juegan al voleibol o al fútbol en una postal enmarcada por exuberantes montañas.

A corta distancia, unos 100 agentes de policía irrumpen en el gueto más grande de la ciudad y disparan contra narcotraficantes en una operación que dejó a 2.000 escolares sin clases.

Mucho más que las otras tres ciudades que aspiran a organizar los Juegos Olímpicos de 2016, Río de Janeiro es una ciudad de extremos con una capacidad diaria para deleitar e inquietar.

La "ciudad maravillosa", como sus residentes no se cansan de llamarla, fue bendecida con montañas, bosques y playas que puede llevar un tiempo recorrer, incluso para un viajero experimentado.

Los seis millones de cariocas tienen el calor y la pasión que explota en feroces rivalidades de fútbol y también durante el Carnaval, el ruidoso festival anual que une a ricos y pobres en una imagen borrosa de samba y bacanales.

Cada vez más ensombrecida en los últimos años como centro económico y cultural por la ciudad sudoriental de Sao Paulo, la más grande y la más poblada de Brasil, Río está mostrando signos de un resurgimiento.

El hecho de que su economía no está en números rojos por primera vez en años gracias a un gobierno estatal competente y el descubrimiento de una de las reservas de petróleo más grande del mundo frente a sus costas, promete un flujo de inversiones y un incremento del empleo para los próximos años.

Sin embargo, la ex capital de Brasil sigue profundamente dividida entre el mundo de las 1.000 favelas repartidas por toda la ciudad y el de los habitantes de las zonas de clase media.

Las playas de Copacabana, el Pan de Azúcar y el Cristo Redentor son íconos de la rica zona sur de Río.

Más allá de eso, gran parte de los turistas de Río rara vez se internan en los barrios marginales, donde casi no hay presencia del Estado.

Muchos de los más de un millón de habitantes de las favelas se encuentran atrapados en medio de una brutal guerra entre narcotraficantes, que dominan estos lugares con total impunidad, y una fuerza policial que tiende a disparar primero y preguntar después.

La policía, cuyas tácticas son condenadas de forma habitual por grupos de derechos humanos, dispara de media a tres personas diarias, a menudo jóvenes y especialmente negros, todos clasificados como "resistentes al arresto".

SIGNOS DE REACTIVACIÓN

Los visitantes pueden pasar semanas en Río ajenos a la guerra contra las drogas, pero los signos de los problemas están a la vista en los niños que deambulan desesperados por las calles de zonas turísticas como Copacabana mendigando o aspirando pegamento en bolsas de plástico.

Sin embargo, Río está haciendo esfuerzos para ser más inclusivo y se ha beneficiado del progreso económico de Brasil bajo la presidencia del carismático líder de izquierdas Luiz Inácio Lula da Silva.

Varias favelas están recibiendo dinero federal para construir obras públicas, apartamentos y centros de salud, incluyendo "Ciudad de Dios", famosa por la película de 2002.

El nuevo alcalde de Río de Janeiro, Eduardo Paes, se ha embarcado desde que asumió el cargo en un serio esfuerzo por controlar a los elementos rebeldes de Río.

"Estamos atravesando el mismo proceso que muchas ciudades de Estados Unidos tuvieron en la década de 1980 y 1990", dijo Paes a Reuters en una entrevista este mes.

En el céntrico barrio de Lapa se ha iniciado un proyecto para transformar lo que era una zona sombría en la escena de la vida nocturna más vibrante de Río de Janeiro.

Y si todo falla, siempre están las playas, a las que los cariocas acuden al primer atisbo de sol.

Hay pocas formas mejores de pasar un día que descansado sobre las arenas de Ipanema con una jarra de cerveza fresca.

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