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El santuario de Al Qaeda en el Magreb es la nueva pesadilla del norte de Mali

EFE

Al entrar en la mítica Tombuctú una inscripción saluda al visitante, "Bienvenido a la ciudad de los 333 santos", aunque alguno de ellos les debe haber fallado a sus habitantes para que una nueva maldición se haya sumado a la sequía, el hambre y las rebeliones tuareg: el terrorismo de Al Qaeda.

Casi nadie dice haberlos visto en persona y algunos piensan que son incluso una "invención de los franceses", pero lo cierto es que la amenaza de los islamistas violentos ha cambiado la vida de toda la región, especialmente tras el secuestro el pasado 26 de noviembre del francés Pierre Camatte y de los tres españoles en Mauritania tres días después.

Desde entonces, los trabajadores extranjeros y los turistas han abandonado Tombuctú, además de toda la inmensa extensión al norte del río Níger (más de 1.300 kilómetros hasta la frontera argelina) y con ellos se ha marchado también su principal fuente de ingresos para intentar combatir los estragos de las persistentes sequías de las últimas décadas.

Hacía ya años que los terroristas argelinos buscaban refugio cruzando la frontera sur hacia el norte de Mali, donde el control estatal es prácticamente inexistente, pero se cuidaban mucho de atacar en el país que les servía de retaguardia.

Hasta el pasado junio, cuando el asesinato a tiros en su casa de Tombuctú de un coronel del Ejército maliense, que pasó casi desapercibido, marcó un cambio de estrategia.

Después llegaron la ejecución del rehén británico Edwin Dyer y el secuestro de Camatte, el primero de un extranjero llevado a cabo en el país del Sahel.

Los tres cooperantes españoles y un matrimonio italiano fueron capturados en Mauritania pero, invariablemente, como todos los secuestrados en cualquier país de la zona desde hace más de siete años han acabado en el norte Mali, una de las regiones más pobres del planeta.

"Mali no tiene medios suficientes para combatir la inseguridad por sí solo, hace falta una estrategia coordinada entre todos los países de la zona", afirmó hoy a Efe el coronel Mammadou Mangara, gobernador de la región de Tombuctú, la mayor del país, de un tamaño similar al de Francia.

Mangara achacó, sin embargo, el secuestro del francés a sus "negocios y manifestaciones políticas" e incluso veladamente a "los servicios secretos franceses", al tiempo que negó que ninguno de los seis rehenes europeos en poder de Al Qaeda, incluidos los tres españoles, se encuentren en el norte de Mali.

Los tuareg, conocedores como nadie del desierto y sus enigmas, no opinan lo mismo y tienen mucho miedo a que los integristas violentos acaben llegando hasta Tombuctú.

"Cada vez hay menos pasto para los animales, el hambre es muy dura, ocho de cada diez personas vivían del turismo, y ahora los argelinos vienen a esconderse aquí con su violencia y nadie hace nada", se lamenta bajo el gigantesco cielo estrellado del Sahara Mohamed Ag Ahmed, un líder tuareg que, como muchos otros, vive alejado con su familia entre las dunas que rodean la ciudad.

También el imán de la principal mezquita de Tombuctú, Abdramane Ben Essayouti, teme al peligro salafista que viene del norte, aunque piensa que los fundamentalistas no podrán con la histórica tolerancia de su cosmopolita ciudad, cuna de multitud de pueblos que han convivido en paz durante siglos.

A Essayouti le preocupa que el caldo de cultivo de la pobreza y el hambre haga engrosar las filas del tráfico de armas, de drogas o del terrorismo, que se solapan en el territorio fronterizo con Argelia.

"Todo el mundo sabe que más al norte la cosa está muy mal desde hace tiempo, no hay esperanzas ni ningún control, Bamako no cumple sus compromisos para desarrollar la región y no es de extrañar que los jóvenes busquen el dinero fácil", afirma Abú Ag Bahanga, otro antiguo combatiente tuareg que dejó las armas con la esperanza de que los acuerdos de paz de 2006 trajesen prosperidad a su tierra.

Este anciano habitante del desierto desconfía de que los "amos del mundo" hayan dejado deteriorarse la situación de tal modo en el Sahel y considera que el interés por el potencial de petróleo, gas y minerales de la zona "no es ajeno a lo que está pasando".

"La arena no se puede comer", ilustra Abú, antes de ofrecer un té y asegurar que nunca dejará, pese a todo, el silencio de las dunas del Sahara.

Para él, el ligero bullicio y los escasos automóviles de la legendaria y tranquila Tumbuctú, suponen ya un ruido excesivo.

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