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Skarsgard levanta la Berlinale como ex preso y objeto sexual todoterreno

EFE

El cine escandinavo levantó hoy la jornada de la Berlinale con "En ganske Snill Mann" -"A Somewhat Gentle Man"- un film armado sobre el talento de Stellan Skarsgard, convertido en un asesino, ex preso y objeto sexual todoterreno, capaz de arrancar la risa con las más imposibles escenas de sexo.

Las tres películas a competición del día -la noruega, dirigida por Hans Petter Moland, la austríaca "Der Räuber", sobre un atracador de bancos, más la japonesa "Caterpillar", con un soldado que regresa a casa sin brazos ni piernas- hacían temer un lunes cinematográficamente farragoso.

Moland marcó la diferencia, con un Skarsgard muy a lo Kaurismaki, que exprime el humor más "extra dry" de una historia en que uno no sabe si alegrarse o compadecer al héroe por sus éxitos sexuales.

Lo primero que descubre tras doce años entre rejas es que fuera no le dejarán ni siquiera fumar en un café y el habitáculo que le buscan sus gangsteriles ex compañeros no es mejor que su celda. En lugar de carcelero, estará ahora a manos de una desabrida casera, más que fea y con un desaforado apetito sexual.

Deberá compaginar semejantes placeres con su trabajo en el taller mecánico, amén de pagar las deudas a su antigua banda.

No importa: Skarsgard puede con todo. El actor sueco, una autoridad en casa y a escala internacional, al que tanto se ha visto en "Breaking the Waves" o "Dancer in the Dark" como ejerciendo de "pirata del Caribe" o en "El exorcista", le corresponde hacer alarde de versatilidad con la casera, la ex esposa y la chica del taller.

Skarsgard nunca falla, mientras Moland sorprende al espectador dando con la puerta de salida adecuada, justo cuando más de uno empieza a plantearse cómo saldrá airoso de tanto enredo.

Por segunda vez a competición en la Berlinale tras su "Beautiful Country" de 2004, Moland se llevó la primera ovación real de un festival necesitado de sus propios ídolos europeos y no de los que le llegan precocinados de otras cinematografías.

Compartió jornada con otro filme ex carcelero, "Der Räuber" -"El atracador"-, también cimentada en el trabajo de un protagonista, Andreas Lust, pero de dinámica diametralmente opuesta.

Se basa en una historia real, convertida en novela por Martin Prinz y llevada al cine por el austríaco Benjamin Heisenberg.

El filme, de co-producción alemana, llegó a la Berlinale como primera aportación del cine anfitrión, lo que es un arma de doble filo. Por un lado, mucha expectativa; por otro, pocas benevolencias.

Lust traza un más que correcto trabajo alrededor del corredor de fondo, que se ha entrenado en el patio del penal y en la cinta sin fin de fitness de la celda para la maratón.

Nunca estuvo en mejor forma, pero no es ésta la única rutina que mantuvo entre rejas: es persona de ideas fijas, que tampoco dejó de lado su pasión por el atraco.

Su ex preso no es el de Skarsgard, aunque ambos sean igual de parcos en palabras. Al atracador no se le escapó -ni hizo escapar- la menor sonrisa, todo respira tensión, sin que Heinsenberg dejé entrever trasfondos.

"No nos interesaba el espejo psicológico o biográfico, saber qué le acciona a correr, a atracar, qué plan tiene o no tuvo en la cabeza, en qué va a emplear ese dinero o por qué fue a parar a la cárcel. Quisimos retratar el rostro y el metabolismo del maratoniano, la disciplina que aplica a todo", explicó Heisenberger.

Algunos reprocharon al filme la ausencia de tales trasfondos, que acaban bloqueando toda empatía; otros valoraron el perfil que traza del atracador que devora kilómetros y cajas fuertes; los más, el buen manejo de la cámara, con una escenas de persecución policial basadas en la sutileza y la multiplicidad de perspectivas.

"Caterpillar", de Koji Wakamatsu, parte de un argumento terrible -el soldado más que condecorado que retorna a casa como un pedazo de carne que nunca podrá valerse por sí mismo- y es realmente terrible.

El director trata de compilar en un ser todos los crímenes del Japón aliado de Hitler, más los 60 millones de muertos de la Segunda Guerra Mundial, más el martirio que deberá soportar la esposa, a la que ya esclavizó el marido cuando tenía brazos y piernas.

El efecto es de castigo: al personaje, que sólo alcanzará a arrastrarse como una oruga; y al espectador, que asiste al empeño por concentrar todo el horror de la guerra en un solo mutilado.

Gemma Casadevall

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