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"Todavía hoy creo que Superman puede volar"

Juan A. Bayona, cineasta. Primero quiso ser Superman. Se obsesionó con el cine y el de terror le dio miedo. Hoy dirige pelis como 'El orfanato'

NOELIA ROMÁN

Érase una vez un niño que soñaba con ser Superman. Que se ponía su pijama azul, se anudaba una toalla roja al cuello y comenzaba a saltar sobre el sofá, intentando emprender el vuelo como aquel portento de hombre que, desde la pantalla del cine de la calle Urgell, un día, cuando contaba apenas 4 años, le hizo creer que también él podía volar.

'Todavía hoy lo creo; me sucede cada vez que vuelvo a ver una de sus películas, al menos una vez al año', dice Juan Antonio Bayona, 30 años después de que Cristopher Reeve, con su 1,90, su súper traje y su pelo engominado, le mirase a los ojos y, sin saberlo, le mostrase el camino. A su espalda, un póster gigantesco del cartel de la primera película de Superman y un par de muñecos del superhéroe camuflados en el pulcro orden de su oficina de director de cine, dan fe de ello.

Esa carrera, hoy triunfante, empezó ahí. En ese primer plano de Superman, y en esas 'excursiones' con papá, al centro de Barcelona, para ir al cine. A Trinitat Vella, su barrio, bloques y bloques de hormigón y ladrillo cobijo de miles de obreros, la gran pantalla no había llegado cercanos los 80. Los niños traficaban en la calle con cromos de héroes y futbolistas, jugaban a las chapas y daban patadas a un balón sin temor alguno a ser arrollados por los coches. Juan Antonio Bayona, Jota, también lo hacía. Aunque a menudo prefería estar solo. Despegarse de su hermano gemelo, cómplice de travesuras, y dibujar.

Inmune a las broncas de su madre, soñando despierto que era Superman, recortaba todas las fotos que las revistas publicaban del héroe y, en folios en blanco, reproducía las escenas que había visto en la gran pantalla y que su padre, dibujante aficionado y pintor de profesión, rotulaba en las marquesinas de los cines.

'Una de las primeras que hice fue una secuencia en la que Superman se tumbaba en una vía de tren rota para que el convoy pudiera pasar. Yo dibujé el tren y la vía en un lado del folio y, en el otro, a Superman. Lo puse delante de un cristal y, por detrás, encendía y apagaba una lámpara para verlo aparecer y desaparecer. Era mi manera de hacer cine', rememora Bayona.

Eso fue en la fase rudimentaria. Cuando la imaginación sustituía a la cámara de vídeo que le llegaría con ocho años, a cambio de un diccionario de citas y proverbios para el padre. Cuando el terror aparecía en el salón de casa por la pantalla del televisor que contemplaban sus hermanas, y se colaba por las rendijas de la persiana, en formas diversas.

'Desde la cama, miraba los agujeros de la persiana, veía un ojo que se infiltraba por ahí y me montaba una película. Era muy miedica: siempre pensaba que iba a aparecer un hombre con un hacha, corría a la cama de mi hermano y él me echaba', cuenta Bayona, que deseaba la llegada del viernes para ver el Un, dos, tres. 'Chicho [Ibáñez Serrador] era un manipulador maravilloso: en el Un, dos, tres había suspense, miedo, risas, erotismo', esgrime Jota, que conoció al presentador de Mis terrores favoritos hace poco. 'Le di las gracias por el miedo que me hizo pasar. Me horrorizaban las películas de terror'.

Lo suyo era ese cine de entretenimiento que ahora echa en falta y que ya entonces trataba de imitar con la cámara familiar que monopolizaba. Camelaba a sus amigos para que hicieran de actores y, cuando no picaban, la plastilina resultaba un recurso tan válido que, con ocho años, rodó su propio Tiburón. 'Una vez, se armó una con la Policía: alguien la avisó al ver caer a una persona de un edificio; en realidad, era un muñeco que yo había manipulado para una de mis pelis', cuenta quien utilizaba el Belén como escenario, los petardos de San Juan, como efectos especiales, y el The Wall de Pink Floyd, como banda sonora de sus creaciones.

Su destino parecía muy claro, aunque, a la vuelta de uno de esos veranos que disfrutaba en el camping El Camell de Pineda de Mar, Bayona le hiciese un quiebro intentando estudiar Periodismo. No le llegó la nota.

'Y fue una suerte', asegura ahora, cuando los exámenes siguen siendo una pesadilla recurrente. Un año pintando pisos le permitió después matricularse en una cara escuela de cine y hacer ahora películas como las que le gustaban de niño.

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