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El tráfico de menores florece con total impunidad en México

El Código Penal mexicano no contempla como delito el secuestro y explotación de seres humanos

SERGIO RODRÍGUEZ

Ilse Michel nació en 1998. Dos años después, sus padres se separaron y quedó al cuidado de su abuelo paterno. En 2005, su padre presentó una denuncia por abuso sexual contra las personas que tenían su custodia, su tío y también contra su madre. La justicia mexicana intervino y decidió trasladarla al albergue temporal de la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal. Desde entonces, sus familiares no tienen noticias de ella.

Ahora se ha sabido que la fiscal de la capital del país, Alicia Azzolini, ordenó su traslado a un controvertido albergue conocido con el nombre de Casitas del Sur. Cuando su desolada familia se presentó en el centro, sus responsables se negaron a entregarles a Ilse, alegando que sufría problemas psicológicos. Atónitos, sus familiares denunciaron la actitud de la directora del albergue, que fue encarcelada durante unos días. Pero la convulsionada sociedad mexicana exigió conocer la verdad: ¿Dónde estaba Ilse? ¿Había sido robada del albergue infantil? La respuesta es que sí.

El caso de Ilse no es el único. Recientemente han comenzado a conocerse desapariciones en Cancún, en Monterrey, en Guadalajara. Según el último informe de la ONU, México es uno de los países más placenteros para los oscuros negocios del crimen organizado del mundo. Aquí, el tráfico ilegal de personas es un problema de primera magnitud, comparable al narcotráfico o al comercio ilegal de armas.

El informe describe que 'el turismo sexual, incluido el infantil, no deja de crecer en Acapulco, Cancún y Tijuana. Los pederastas llegan de Europa y de Estados Unidos'.

Al rescate de 119 niños

¿Dónde está Ilse? Hace un mes, la Policía de la capital creyó saber dónde se encontraba la pequeña. Montó un operativo digno de una película de acción y entró en la residencia Casitas del Sur. Dentro encontró a 119 niños con el cerebro fundido con mensajes sobre el fin del mundo difundidos habitualmente por la Iglesia Cristiana Restaurada. Ilse, sin embargo, no estaba entre ellos. Los responsables del albergue aseguran que se escapó el pasado noviembre.

Un problema añadido para hacer frente a estos crímenes es que el código penal mexicano no contempla el delito de tráfico de seres humanos. Peor aún, entretenidas en combatir a una parte de los cárteles de la droga, las autoridades pasan por alto la relación entre el narcotráfico, los secuestros y el tráfico de personas.

El caso de Ilse se encuentra en vía muerta. Ni una pista, ni una hipótesis. Nada. Es como si se hubiera evaporado entre la incompetencia institucional y la codicia de organizaciones oscuras.

A sus 11 años, Ilse tiene edad suficiente como para ser parte de los escuadrones de esclavas del sexo conocidos como Las Paraditas, como se llama a las prostitutas de la calle más transitada de Tijuana. Silvia es una de ellas. Con 21 años, trabaja en Tijuana desde los 17. 'Estoy secuestrada', admite. Casi todas las prostitutas que trabajan en esta ciudad fronteriza fueron secuestradas cuando aún no eran mayores de edad. Por la pobreza o por el engaño de un mafioso sin escrúpulos.

La historia de Silvia es sangrante. Vivía en Oaxaca, en el suroeste del país, hasta que un día un conocido la invitó a salir de copas. Algo que echó en su bebida le hizo perder el conocimiento. Cuando despertó estaba a más de 3.000 kilómetros de su casa.

Silvia fue vendida a un prostíbulo del centro turístico de Tijuana, y desde entonces, dice, 'los dueños no me pierden ojo'. Algunas de sus compañeras no alcanzan los 12 y 13 años. '¿Denunciarlo? No estoy loca, ni soy pendeja', dice Silvia con voz tranquila.

Eva, trabajadora social de una casa para mujeres en las afueras de Tijuana, relata las dificultades que experimenta para acabar con esta explotación humana. 'Comprobar que está retenida a la fuerza es muy difícil, y más en un país como México, donde se pone muy poca atención al tráfico de personas', dice la trabajadora social. Silvia interrumpe para explicar por qué no escapa, por qué ni siquiera lo intenta. Su familia está amenazada: 'Si te vas y no regresas, tu madre y tus hermanos lo pagan'.

Las Paraditas se cuentan por centenares en Tijuana. Diana, striper y prostituta, cuenta que la crisis también ha llegado a esta ciudad en medio del desierto. Asegura que su tarifa ha descendido al mismo ritmo que ha aumentado la cuota que debe entregar al proxeneta. El riesgo se multiplica. Tijuana es segunda, por detrás de la capital federal, en el ranking del país de incidencia del virus causante del sida.

Silvia llega jubilosa. Acaba de recibir un permiso para regresar a su pueblo tras cuatro años de ausencia. La amenaza se mantiene: si no vuelve en dos semanas, irán a por ella. La tendrán vigilada. Ella no tiene dudas: no piensa contar nada a su familia.

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