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Turquía juzga en las urnas el islamismo de Erdogan

Las elecciones municipales que se celebran hoy revelarán si los ataques de los partidos laicistas han hecho mella en el proyecto político moderado del primer ministro turco

THILO SCHÄFER

Estambul parece una enorme verbena. Cada calle está engalanada con banderitas de colores con las siglas de los diferentes partidos. La imagen predominante es una bombilla encendida, el logo del gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). El rostro más abundante en los carteles no se presenta a las elecciones municipales que se celebran hoy en Turquía. Es el primer ministro Recep Tayyip Erdogan. Es omnipresente.

'Es nuestro mejor activo. Gusta mucho a la gente, especialmente a las mujeres, aunque personalmente no es mi tipo', cuenta Sibel, que trabaja en la oficina local del AKP en el barrio de Besiktas.

Para el jefe del Gobierno turco estos comicios tienen una gran trascendencia, ya que miden el apoyo para su partido de islamistas moderados después de un año agitado por la feroz oposición de los sectores laicos que detestan al AKP y que han intentado por las buenas y por las malas acabar con la formación.

El partido de Erdogan escapó el año pasado de la ilegalización por parte del Constitucional. Pese a todo, desde los cuarteles del Ejército el garante del estado laico en la República y protagonista de tres golpes de estado en el pasado no deja de emanar un ligero ruido de sables.

'Erdogan necesita un buen resultado para tener el respaldo popular y seguir con sus reformas', comenta Özge Genc, investigadora de Tesev, un instituto de análisis político privado en Estambul.

Pero la crisis económica podría pasarle factura. Según los sondeos, el AKP podría llegar al 49%, superando el 46,6% de las generales del 2007, o caer al 40%, lo cual sería un golpe para Erdogan. El antaño poderoso Partido Popular Republicano (CHP), fundado por Kemal Atatürk, el padre de la República, se quedaría entre el 27 y el 33%.

La perspectiva de un Erdogan reforzado por las urnas mete el miedo en el cuerpo de la clase media urbana en la metrópoli del Bósforo. 'No me gusta Erdogan. Está demasiado cerca de Irán y nosotros somos otro tipo de país musulmán', dice Erkan, camarero en un bar cercano a la famosa Torre Galata.

Los guiños hacia el mundo musulmán le han dado buenos resultados al mandatario turco. Su espantada en el Foro Económico de Davos, donde se enzarzó con el presidente de Israel, Simon Peres, por la ofensiva en Gaza, le convirtió en un héroe para muchos compatriotas. Es más, en los hoteles aseguran que desde entonces ha aumentado el número de turistas árabes.

Ahora, Erdogan se opone a la candidatura del danés Anders Fogh Rasmussen a la secretaría general de la OTAN por su actitud durante la crisis de las caricaturas de Mahoma.

Pero la religión no es lo único que explica el tirón del primer ministro entre los turcos. De origen humilde y retórica sencilla, Erdogan logra conectar con la gente de la calle. 'Mucha gente del interior le ven como uno de los suyos, mientras los líderes de otros partidos les parecen demasiado elitista', explica Genc, la investigadora del Tesav.

Las élites empresarios, jueces, militares y universitarios temen que el AKP pueda introducir más aspectos del Islam en la vida pública. Ambos bandos se acusan mutuamente de socavar los principios de la democracia y de la libertad.

El AKP se defiende esgrimiendo el llamado caso Ergenekon, la supuesta macroconspiración para derrocar el Gobierno. Unas 140 personas han sido investigadas, entre militares retirados, periodistas y políticos. La oposición cree que el caso es un montaje del AKP.

Los rivales de Erdogan, por su parte, le acusan de restringir la libertad de expresión con su guerra personal contra el grupo mediático y empresarial del magnate Aydin Dogan. Por supuestas irregularidades en la venta de activos, la hacienda turca ha multado a la empresa con la vertiginosa suma de 380 millones de euros. Dogan y la oposición ven detrás la alargada mano de Erdogan.

La confrontación entre las clases religiosas y laicas tiene dos nombres: el velo y el vino. 'Hoy puedo estar aquí y tomarme un tinto, fumar y vestir como me da la gana, pero no sé cómo será dentro de unos años. Esta gente tiene una agenda', dice Semra, una joven gestora de uno de los bares de moda en Beyoglu, donde se centra la movida moderna de Estambul.

Frente al deseo de los laicos y de no pocos musulmanes de poder beber alcohol, el AKP reivindica el derecho de poder llevar el velo libremente. Una ley para levantar la prohibición de esta vestimenta en todos los edificios públicos fue rechazada por los tribunales.

También hoy se prohibirá a las mujeres que representan a los partidos ir a los colegios electorales con velo. '¿Qué van a decir en Europa cuando se enteren de esto?', arremetió Erdogan esta semana. 'Turquía se coloca ella misma obstáculos en el camino hacía la democracia', concluyó.

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