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La última cena de Ferrán Adriá

El Bulli cierra su restaurante y se reinventa como fundación gastronómica

LIDIA PENELO

Una foto de Ferran Adrià en la cocina de El Bulli da la bienvenida a los que llegan a Roses (Alt Empordà, Girona). 'El mejor restaurante del mundo', reza el pie de la imagen. Un cartel que hoy ya es historia porque El Bulli cerró sus puertas ayer.

La despedida empezó a las diez de la mañana. El revuelo superó al del día que prepararon los aperitivos de la fiesta previa al enlace de los príncipes de Asturias. 'Lo lógico es que hoy fuera un día triste, porque el restaurante se acaba, pero celebramos que El Bulli continúa con la fundación', dijo un Ferran Adrià entusiasmado y muy bien acompañado: sus socios, Juli Soler y Albert Adrià, pero también una generosa representación de los jefes de sala y jefes de cocina que han pasado por el restaurante que revolucionó la gastronomía mundial. La formación quitaba el hipo: seis de los considerados mejores cocineros del mundo fueron en su día jefes de cocina de El Bulli. Entre ellos, Joan Roca, Massimo Bottura, el norteamericano Grant Achatz y René Redzepi, chef del Noma, distinguido como el número uno del planeta.

'Agradezco a El Bulli que haya ayudado a liberar la imaginación. Existe un espíritu Bulli y es el de la libertad', apuntó Redzepi. Los presentes tomaron la palabra atendiendo a las directrices de un Adrià que aliñó cada una de las intervenciones: '¿Se imaginan cómo fue el verano de 1988 con unos jóvenes José Andrés, Carlos Abellán y Joan Roca en la cocina? Aquella fue una época fundamental, aunque Abellán es el jefe de cocina que más veces he echado, es el gamberro por excelencia y el único que todavía conserva el espíritu de los ochenta'.

La foto de familia no podía faltar. Tras la lluvia de anécdotas, el personal y los invitados estrella posaron juntos hasta que los chefs dedicaron un aplauso espontáneo a los más jóvenes. Lágrimas y abrazos. Sobre la melancolía empezó a flotar una felicidad contagiosa. 'Entrad a ver la maqueta de la Fundación', 'pasad a ver la cocina', 'luego serviremos un aperitivo', repetía un Adrià radiante y hablador.

En cambio, Juli Soler, el artífice del engranaje Bulli y el hombre que fichó a un jovencísimo Ferran Adrià, se quedó en un discreto segundo plano. Sencillamente estaba demasiado emocionado para contar nada.

Otro de los encargados de aderezar el encuentro fue el chef José Andrés, dueño de una gran cadena de restaurantes en EEUU, donde es uno de los cocineros de referencia. José Andrés, que emigró al país del Tío Sam a los 21 años para labrarse un futuro y participar en la campaña contra la obesidad liderada por Michelle Obama, rememoró el día en que, a principios de los años ochenta, Ferran Adrià se atrevió a poner gelatina de leche en aceite caliente delante de sus estupefactas narices: 'Él siempre ha cuestionado la lógica, y aquel experimento fue el origen de la croqueta líquida. Todo tiene que avanzar, y los cocineros estamos demostrando que podemos ayudar contra el hambre y que desde el campo de la alimentación se pueden cambiar muchas cosas'.

Mientras en los fogones se preparaban espumas de humo, chips en aceite de oliva, aceitunas esferificadas y sesos de gambas Thai, cuatro de los 40 platos del menú para la cena dedicada a familiares y amigos que se sirvió ayer por la noche, en la terraza circulaban aperitivos made in Adrià, cava y cerveza. El cocinero Ferran Adrià lo había conseguido una vez más: allí no se respiraba ningún drama, sino ilusión y curiosidad por lo que deparará el futuro.

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