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Un velatorio sin cuerpos

Mukesh Bacho, uno de los 30 fallecidos de Las Palmas, es hindú y recibirá un homenaje ecuménico el 3 de septiembre

SARA BRITO

En un comercio textil del número 19 de la calle Alboreda, Vinod Sewnani, un hombre orondo y de calva reluciente, que preside la comunidad hindú de Las Palmas, enseña una foto de Mukesh Bacho Mani, de 48 años, y su hijo, Muhit, de 14 en la que se abrazan.

El hombre de aspecto campechano y pelo cano de la fotografía es Mukesh. Llevaba más de 25 años en Las Palmas, donde era uno de los más de 3.000 hindúes, en su mayoría comerciantes, que engrosan uno de los grupos de origen extranjero con más arraigo en las islas.

Mukesh había emprendido diversas aventuras comerciales que no siempre le habían salido bien. 'Muchas veces tropezó, pero era un luchador que siempre se levantaba', recuerda su amigo Pablo Lalwani.
El pasado 20 de agosto regresaba de un viaje habitual: de India, donde había ido a comprar género y a visitar a su familia en Frankfurt, y de ahí a Madrid. Esta vez había adelantado su regreso para hacer con Pablo, Vinod y otros amigos, la peregrinación de la Virgen del Pino el 7 de septiembre. Como todos los años.

Lo que más preocupa ahora a sus amigos es su familia: su mujer, su madre y su hijo, que se quedan sin sustento económico. La comunidad hindú arrimará el hombro, dicen. Una vez que lo hayan identificado, y esté en la isla, se emprenderá el largo proceso de duelo hindú, que, con fortuna, desembocará con las cenizas de Mukesh en el río Ganges.

Él es una de las víctimas, entre otros de distintas confesiones, que han llevado al Gobierno de Canarias a preparar un funeral/homenaje ecuménico, que, según el presidente del Cabildo de Gran Canaria, José Miguel Pérez, podría celebrarse el próximo 3 de septiembre en Las Palmas, el municipio del que más vidas ardieron junto a la pista 36-L de Barajas.

Fueron 30. Entre ellas, las de los cinco miembros de una familia, los Villanueva: Alejandro, Carmen Santana, Dara, de 12 años, Keyla, de 9, y Alejandro, de 3. Los cinco habían viajado a Málaga, de donde era originario el padre y donde solían pasar los veranos. Allí, Dara y Keyla no cambiaban sus hábitos: nadaban y nadaban y su padre ejercía de árbitro, como en casa.

Paqui Romero, entrenadora del club Las Palmas pasaba seis días con la familia, en remojo. En Dara tenía uno de sus mejores fichajes. La había entrenado desde hacía más de 6 años y el mes pasado la niña había quedado subcampeona de España en natación alevín femenino. 'Su hermana era otro pez, batía los pies con fuerza y era una niña adorable; el hermano siempre haciendo el cafre a mi alrededor', recuerda. El Club está estos días de luto.

Si se coge la carretera del sur, la misma que recorren millones de turistas para tostarse bajo el sol de Maspalomas, está San Bartolomé de Tirajana, el municipio más turístico de Canarias.

En Aldeas Blancas, el pueblo de Fayna Noda, de 28 años, ha soplado un viento caliente estos días. En el autoservicio Auromarket, Manolo Gutiérrez atendía a los escasos clientes con resignación. 'Todos conocíamos a Fayna desde que era una niña; es un pueblo pequeño', dice y corta unas lonchas de salchichón.

Calle arriba, en torno al número 35 de la calle Timanfaya, unas 50 personas se sientan en sillas de plástico o en la acera, en un velatorio sin cuerpo.

Carlos Álamo, concejal de Deportes de San Bartolomé y compañero de partido de Fayna Noda desde hace más de 7 años, cuenta que la joven 'era un referente para el barrio. Organizaba actividades culturales, había sido pregonera de las fiestas, estaba en todos los saraos', cuenta. El año pasado se había presentado a las listas de las elecciones municipales por primera vez.

Antes de subir al vuelo JK 5022, Fayna, que regresaba de Palma con su novio, Rayco Rivero, llamó a su padre para decirle que iba en camino. Él le reservaba una buena noticia: la joven había conseguido entrar en Servicios Sociales.

Fayna es uno de los 13 fallecidos de San Bartolomé de Tirajana, un municipio que no levanta cabeza: los incendios del año pasado, el duelo de estos días. '¿Qué nos está pasando?', se pregunta un vecino, 'deberíamos estar celebrando las fiestas'.

Las hubiera organizado el concejal de Cultura, Laurencio García. Él, junto a su mujer, Lucrecia Hernández y sus hijos, Carlos y Elena, había adelantado su vuelo para estar durante las obras de unos centros escolares. Era, según dicen sus compañeros, una hormiga trabajadora, que antes de político fue maestro.

Las historias se acumulan en San Bartolomé: la de Yanina Celis, la joven que regresaba de Brasil con su marido, Ronaldo Gomes Silva, de conocer a sus suegros. O la del guineano Mustapha Pagana Puye, que viajaba con su mujer Carmen Fortaner y su hija, Sira Puye, y que trabajaba en un hotel en Maspalomas donde se acumulan los faxes de condolencia de los clientes. También, Honorio Rodríguez Dávila y su mujer Lourdes Ramírez González, vecinos en la urbanización Sonneland de Laurencio y su familia.

Él cuidaba de los jardines del árido Playa del Inglés, donde miles de turistas se pierden entre las dunas sin saber qué cara poner entre
tanto duelo.

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