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Verde que te quiero…

Selvas y pueblos de piedra en los valles de Hecho y Ansó. Naturaleza a tope en el Pirineo aragonés.

ESPERANZA MORENO

Sólo para amantes de la naturaleza. Así debería rezar el cartel de acceso a estos dos valles paralelos que coronados por los paraísos selváticos de Zuriza y Oza, y regados por las aguas bravas de los ríos Veral y Aragón Subordán, pasan por ser los más verdes y frondosos del Pirineo aragonés.

Las brumas o boiras procedentes del Atlántico se han hecho las dueñas de ellos y les confieren un característico clima oceánico. Pero son sus tupidos bosques de hayas -aquí llamados popularmente selvas-, sus jugosos pastizales y sus pueblos con una original arquitectura tradicional los que le otorgan su gran atractivo a este paisaje en el límite de la provincia de Huesca con Navarra.

El recorrido puede comenzar en la villa de Ansó, que conserva todo el tipismo de los pueblos del Pirineo oscense, con sus casas de recias paredes de piedra, balconadas de madera y chimeneas de forma troncocónica. Si la iglesia de San Pedro, de funciones claramente defensivas, acoge un interesante museo etnológico donde se exhibe, entre otras cosas, una buena muestra de los trajes típicos ansotanos; no hay que pasar por alto el centro de interpretación de la Naturaleza situado en el antiguo cine del pueblo, en el que no sólo hay que entrar para visitar su exposición permanente también para preparar las excursiones y paseos por el valle del mismo nombre.

Lo más recomendable es tomar la carretera local que conduce al llano de Zuriza, a 14 kilómetros de Ansó y penetrar en este bello paisaje en el que se combinan los abundantes prados con las masas boscosas de hayas, fresnos, tilos y arces de las altas laderas que lo rodean. En otoño, cuando la humedad rezuma en la atmósfera, el gran atractivo lo ponen todos estos árboles que cambian vistosamente el color de sus follajes, pero en época de nieve la mejor opción es lanzarse a una caminata pedestre por los barrancos de Linza y Petraficha, o ascender a lo alto de la Mesa de los Tres Reyes o al pico Petrechema para apreciar la vistosidad y el colorido de las flores alpinas.

La ruta tiene también hace parada en Hecho, la pintoresca villa que da nombre al valle y de arquitectura popular muy similar a la de la vecina localidad de Ansó. Tras contemplar su iglesia de factura románica dedicada a San Martín, su museo al aire libre de escultura, su museo etnológico local y, a dos kilómetros, Siresa y su monasterio, hay que continuar la estrecha carretera de montaña que, internándose en el valle, lleva hasta la Boca del Infierno, una garganta fluvial que el río Aragón Subordán se ha encargado de tallar en enhiestas paredes de roca durante miles de años y que ofrece todo un espectáculo de poderío especialmente en la época de deshielo.

Al otro lado de la Garganta del Infierno, el paisaje se hace más frondoso y húmedo, y las laderas se empiezan a poblar de cerrados bosques de hayas y abetos blancos. Es la Selva de Oza, un compendio de árboles, praderas, arroyos y relieves montañosos tan impresionantes y singulares como las paredes rocosas de la Peña Forca o el Castillo de Acher. Paisajes todos, donde como en el valle de Ansó, la vista se deja llevar por la belleza en estado puro y por un paisaje repleto de vida y color.


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