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La armadura medieval era más un lastre que una ventaja

Un estudio demuestra que su uso perjudicaba el rendimiento en la batalla

 

MIGUEL ÁNGEL CRIADO

En la mañana del 25 de octubre de 1415, día de San Crispín, unos 10.000 caballeros franceses avanzaron por un estrecho corredor entre los bosques de Tramecourt y Agincourt (Francia). Enfrente esperaba el Ejército inglés. Aunque había seis franceses por cada invasor, Francia perdió aquella decisiva batalla de la Guerra de los Cien Años, que le obligó a entregar su trono al rey de los ingleses. Los historiadores siempre han argüido que el avance de la infantería gala se vio debilitado por un terreno convertido en un lodazal por la lluvia y el galope previo de su caballería. Ahora, unos investigadores han demostrado que pudo haber otro factor decisivo: el peso de sus armaduras, que los dejó exhaustos ya antes de poder blandir la espada.

Hasta el siglo XVI, cuando las armas de fuego comenzaron a desplazar a las espadas, arcos y lanzas, los soldados vestían armaduras articuladas de planchas de acero. Su peso, entre 35 y 50 kilos, parece un serio hándicap para el combate. Pero han sido científicos de las universidades de Leeds, Oxford y Milán los primeros en cuantificarlo y valorar biológicamente el impacto de las armaduras en el rendimiento de los militares.

Su investigación, publicada en Proceedings of the Royal Society B, ha revelado que los caballeros de la baja Edad Media necesitaban más del doble de energía cuando caminaban o corrían cubiertos de acero. Sometieron a varias pruebas de espirometría a cuatro voluntarios de la Royal Armouries embutidos en réplicas exactas de armaduras de varias tradiciones guerreras, la inglesa, la milanesa y la gótica germánica. Subidos a una cinta andadora, les midieron la frecuencia respiratoria, la densidad del torrente de aire, la producción de CO2 y su consumo de oxígeno con y sin armadura.

Aunque hubo pequeñas diferencias de rendimiento, comprobaron que el coste neto metabólico fue entre 2,1 y 2,3 veces superior con el acero encima. Corriendo, el esfuerzo exigido también se dobló. Además, constataron un aumento de la frecuencia respiratoria por la demanda similar a la de un ejercicio físico intenso, pero no detectaron mayor densidad del torrente de aire: el peto metálico impedía que los pulmones se expandieran, obligando a los soldados a respiraciones cortas y muy frecuentes, provocando un exceso de ventilación.

'La carga soportada por los soldados modernos es muy similar a la de una armadura', explica a Público el fisiólogo de la Universidad de Leeds y coautor del estudio Graham Askew. 'Pero el coste energético de llevar tal carga a la espalda no es tan alto como el de moverse con armadura. La diferencia es que el acero carga las piernas, lo que significa que se necesita un mayor esfuerzo muscular para el balanceo de las piernas con cada paso', añade.

La investigación también evaluó si la zancada se veía afectada. Estudiaron el caminar de los voluntarios, con una enorme espada entre sus manos, a distintas velocidades. Aunque la armadura afectaba a su rendimiento, no alteró la locomoción. 'El aumento del coste mecánico de mover las piernas se debió a la masa extra', sostiene el estudio. Las piezas de las piernas podían pesar hasta siete kilos, lo que exigía un 63% más de energía mecánica al caminar.

'Un joven soldado podría caminar a un ritmo bastante rápido (1,8 metros por segundo) sin fatiga, mientras que otro con más de 50 años sólo alcanzaría 1,4 m/s', explica Askew. Los caballeros franceses de la batalla de Agincourt tuvieron que recorrer centenares de metros. De haber esperado ellos a los ingleses, quizás el resultado habría sido otro.

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