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¿Ciencia o paparruchas?

Un libro delimita las barreras que distinguen la investigación rigurosa de la pseudociencia

JOSÉ MARÍA MATEOS

En la filosofía de la ciencia, el llamado 'problema de la demarcación' explica cómo y dónde establecer unos límites claros que permitan determinar de forma efectiva a qué se puede llamar ciencia y a qué no. Varios intentos por resolver esta cuestión se han aproximado a una solución que, en todo caso, es incompleta. Posiblemente, la del filósofo Karl Popper sea la más conocida. El filósofo austriaco argumentaba que una teoría será científica siempre y cuando se pueda plantear un experimento que la false; es decir, que demuestre que la teoría no es cierta.

Con una breve introducción al falsacionismo de Popper da comienzo Nonsense on stils. How to tell science from bunk (Sinsentidos sobre zancos, cómo distinguir la ciencia del disparate, The University of Chicago Press, 2010), escrito por Massimo Pigliucci, biólogo y profesor de Filosofía en la Universidad de Nueva York, con el propósito de estudiar por qué el falsacionismo de Popper es quizá demasiado simple y de proporcionar, si fuese posible, una serie de pautas que permitan establecer de forma sencilla por qué en el LHC se hace ciencia mientras que en una clínica en la que se trate a los pacientes con flores de Bach, no. Aunque la idea de tener entre manos un libro de filosofía puede echar atrás a más de un lector, el estilo ameno y divulgativo de Pigliucci, cuajado de ejemplos, hace que eso no tenga necesariamente que ser un obstáculo para el disfrute del texto.

'Hay millones de vidas afectadas porque se cree en pseudociencias'

'En general, no puedo evitar escribir, así que, cuando tengo algo que decir, lo apunto en un blog, una columna o un libro', comenta el autor a Público. 'En este caso particular, quería cristalizar mis pensamientos sobre un asunto en el que he estado interesado durante años: el paisaje salvaje que separa la ciencia, la casi-ciencia y la pseudociencia'.

La distinción no es un problema puramente filosófico: 'Nos jugamos mucho en estas distinciones, desde los millones de dólares invertidos en investigación científica hasta los millones de vidas afectadas o perdidas porque la gente cree en pseudociencias'.

Si estas afirmaciones parecen una exageración, no hay más que recordar las universidades españolas que están dedicando recursos públicos a la promoción de las pseudociencias bien sea celebrando cursos de astrología o albergando cátedras de homeopatía, las asociaciones de padres que creen erróneamente que las vacunas pueden provocarle autismo a sus hijos o las al menos 86 muertes atribuibles a tratamientos con acupuntura que se tornaron trágicos, de las que se informó este mismo año en una revisión realizada en la revista The International Journal of Risk and Safety in Medicine.

Apelación a mitos e hipótesis irrefutables, entre los argumentos para distinguirlas

'El llamado problema de la demarcación no tiene una solución sencilla, lo que no significa que no podamos articular algunas reflexiones interesantes sobre ello', explica Pigliucci. No es sencillo distinguir la ciencia de lo que parece ser ciencia pero no lo es. Esto ha permitido que la confusión se entremezcle con la política, los juzgados, los medios de comunicación y con prácticamente cualquier aspecto de la vida cotidiana, como se pone de manifiesto en los capítulos dedicados a cada uno de estos apartados. 'En el libro exploro las distintas formas en las que la ciencia puede descender al nivel de la pseudociencia, como en el famoso caso de la fusión fría prosigue y las muchas caras de la pseudociencia: la astrología es muy diferente al negacionismo del VIH, por ejemplo'.

Un ejemplo de la importancia de este asunto pudo verse en el juicio que se celebró en Dover, Pennsylvania, en 2005. Allí, el juez John E. Jones III tuvo que comprobar si el diseño inteligente (el último disfraz con el que el creacionismo bíblico intenta colarse en las escuelas estadounidenses) era ciencia o no. La parte central de su sentencia, titulada Sobre si el diseño inteligente es ciencia, 'debería ser de lectura obligatoria en toda discusión sobre religión y ciencia', escribe Pigliucci.

En la política está el asunto del cambio climático: si el famoso libro del escéptico Bjorn Lomborg, El ecologista escéptico, recibió críticas positivas por parte de la prensa conservadora pero fue vapuleado por publicaciones como Scientific American o Nature, esto debería hacer recapacitar al potencial lector acerca del contenido científico del libro. Estos dos casos constituyen sendos capítulos del libro de Pigliucci, de entre otros ejemplos en distintos ámbitos.

En todo caso, y aunque no existe una norma general para separar la ciencia de lo absurdo, Pigliucci cita la lista publicada por el matemático John Casti en su obra Paradigmas perdidos como un punto de partida para enumerar las características propias del sinsentido. Destacan el pensamiento anacrónico, la glorificación de los misterios, la apelación a los mitos y a las hipótesis irrefutables, una resistencia extrema a revisar los puntos de vista propios y la tendencia a cambiar continuamente la carga de la prueba, entre otras.

Pigliucci cree que nadie está a salvo no ya del patinazo ocasional, sino de mantener creencias completamente absurdas. 'Gente muy inteligente puede acabar diciendo cosas muy estúpidas', comenta Pigliucci. 'Pero, para mí, eso es más razón todavía para prestar más atención y utilizar el detector de chorradas. Cualquiera con un cerebro que funciona y un poco de paciencia puede empezar a comprender el mundo tal como es, en lugar de cómo nos gustaría que fuese', sentencia.

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