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La era de la clonación, versión 2.0

La posibilidad de reprogramar células de piel para que actúen como embrionarias estimula el diseño de nuevas aplicaciones, como recuperar especies y crear gametos ‘artificiales’

JAVIER YANES

“La extinción es para siempre”, dice un clásico lema ecologista. Y lo será, pero con matices. El padre del conservacionismo en EEUU, Aldo Leopold, decía que “la primera regla del bricolaje inteligente es guardar todas las piezas”. Sin saberlo, Leopold acuñaba así una oportuna metáfora sobre la clonación, la tecnología que podría refutar el viejo adagio sobre la extinción. Siempre, claro está, que alguien se preocupe de rescatar la pieza que basta –en teoría– para devolverle la vida a una especie: sus células, la caja fuerte que conserva su precioso ADN.

El pasado viernes, el diario británico The Independent informaba de un nuevo proyecto de la Real Sociedad Zoológica de Escocia y de la Universidad de Edimburgo para salvar de la desaparición a la subespecie septentrional del rinoceronte blanco, de la que apenas quedan unos pocos ejemplares en libertad. Para engrosar el caudal genético del grupo y aumentar el número de individuos, los científicos recurrirán a una novedosa técnica de clonación, llamada reprogramación celular, que popularmente ha llegado a conocerse como la segunda vía.

Hace 11 años, la oveja Dolly inauguró la era de la clonación. Basándose en que un óvulo vaciado de su ADN es capaz de devolver el núcleo de una célula adulta a su estado embrionario, investigadores del Instituto Roslin de Edimburgo clonaban una oveja a partir de una célula de sus mamas –lo que inspiró a los creadores del primer mamífero clónico para bautizar a su criatura haciendo un homenaje a la cantante y actriz Dolly Parton–.

La oveja clónica fue la exhibición del rutilante poder de la tecnología que, en su aplicación humana y a ras de suelo, no busca fabricar personas completas, sino partes de ellas: piezas de recambio que ayuden a reparar una médula espinal partida, un páncreas incapaz de surtir insulina o un cerebro dañado por el alzhéimer o el párkinson.

A pesar de su potencial beneficioso, la llamada clonación terapéutica se topó con el rechazo de ciertos colectivos, debido a que la técnica exige crear embriones tempranos, que son destruidos para obtener la fuente celular destinada a la regeneración de órganos. Por este motivo, sectores conservadores, como el Vaticano y el Gobierno de George Bush, aplaudieron el pasado noviembre la culminación de la reprogramación celular, que ha detonado una segunda revolución de los clones.

Partiendo de células de la piel, científicos de Japón y EEUU lograron obtener células pluripotentes –que no originan individuos completos, pero sí cualquiera de sus tejidos– mediante un rutinario proceso de modificación genética. Aunque el método de reprogramación aún no es transferible a la clínica, por sus riesgos sanitarios, esta segunda vía ha suscitado entusiasmo, por su sencillez.

La pasada semana, la compañía estadounidense Advanced Cell Technology (ACT), pionera en clonación, anunció un nuevo hito: la obtención de ratones clonados a partir de células de piel reprogramadas (iPS). Según explicó Robert Lanza, director científico de la empresa, el logro consistió en inyectar células iPS en embriones normales. Los animales resultantes son quimeras o clones parciales; algunas de sus células provienen del embrión y otras de las iPS, con lo que poseen tres padres biológicos. Seleccionando ejemplares con óvulos y esperma procedentes de las iPS, el cruce transmite a los hijos sólo el ADN de éstas.

Una aspiración práctica de este concepto es recuperar especies en peligro de extinción. ACT colabora con científicos chinos para clonar osos panda con células iPS. Algo similar pretende el nuevo proyecto del rinoceronte anunciado por la Universidad de Edimburgo y al que se ha unido Ian Wilmut, uno de los creadores de Dolly. Los investigadores recogerán células de rinocerontes blancos septentrionales y los inyectarán en embriones de los meridionales, para después seleccionar, de las quimeras, los ejemplares que produzcan óvulos y esperma de la subespecie del norte. Así, la segunda generación será pura.

Para Wilmut, la técnica es más prometedora y práctica que la utilizada para dar vida a Dolly, que ACT ya ensayó en 2000 para clonar el gaur, un bóvido asiático amenazado. En aquella ocasión se consiguió un embarazo a término, pero el ternero sucumbió a los dos días. Por entonces, ACT anunció que había llegado a un acuerdo con las autoridades españolas para abordar la clonación del bucardo o cabra montés del Pirineo (Capra pyrenaica pyrenaica), cuyo último ejemplar, una hembra llamada Celia, murió por la caída de un árbol en enero de 2000. Una muestra de su oreja se congeló antes de su muerte y se envió a ACT, pero la clonación fracasó.

No todo está perdido: las células de Celia aún se conservan en tres laboratorios en Madrid y Aragón, según precisa José Folch, jefe de la Unidad de Tecnología de Producción Animal del Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria de Aragón. Folch, que estuvo al frente del proyecto del bucardo, es tajante al afirmar que esta línea está “paralizada”. “Siempre se podrá reiniciar cuando las circunstancias sean favorables”, lo que para este científico debería traducirse en “fondos, personal y tiempo”. Mientras, las células de la última bucarda duermen el sueño de la extinción, en un congelador.

La potencia de las iPS no acaba aquí. Lanza advertía de que alguien podría tratar de obtener quimeras humanas. En un ejemplo que ha utilizado repetidas veces, el director científico de ACT ironizaba con la creación de bebés a la carta, niños que llevarían, por ejemplo, un porcentaje de Einstein.

No obstante, lo que ha congelado los aplausos de los sectores reticentes es que las iPS no sólo pueden producir tejido nervioso o hepático, sino también células germinales –óvulos y esperma–. Estos gametos artificiales podrían proporcionar descendencia a parejas homosexuales o estériles, además de alumbrar lo que algunos críticos llaman el “incesto supremo”: óvulo y esperma de la misma persona.

Así, todos los caminos llevan al embrión. El debate ha brotado en el Reino Unido, inmerso en un proceso de regulación en este terreno. Aunque los expertos dudan de la viabilidad de los gametos artificiales –al menos en los próximos 20 años–, la ciencia es un fluido que no suele dejar ninguna grieta sin explorar.

 

Carlos Romeo Casabona, director de la cátedra de Derecho y Genoma Humano

El director de la Cátedra Interuniversitaria de Derecho y Genoma Humano y miembro del Comité de Bioética, Carlos María Romeo Casabona (Zaragoza, 1952), es el único español entre los 22 expertos seleccionados por la Comisión Europea el pasado día 11 para integrar el Panel del Área Europea de Investigación, el comité que asesorará a la CE en materia de política científica; y el único también en el Grupo de Hinxton, consorcio promovido por las universidades Johns Hopkins (EEUU) y las británicas de Oxford y Manchester, donde expertos de 14 países reflexionan sobre la ciencia, la ética y la legislación de los avances en células madre.

Este mes, el Grupo ha publicado un documento sobre la creación de gametos artificiales, una aplicación que los científicos vaticinan para las células reprogramadas, o iPS, las llamadas células madre adultas (en contraposición a las embrionarias). Romeo explica que “esta técnica abriría la puerta para que parejas homosexuales, infértiles o con riesgo de enfermedad genética puedan tener descendencia”, además de un fin “más inmediato para investigación”.

Sin embargo, la ciencia lo fía largo: “Hacer cuentas es complicado, pero técnicamente es muy difícil, sobre todo para crear gametos del sexo contrario del donante”, señala Romeo, precisando que “aunque se obtendrían por clonación, no serían gametos clónicos”, ya que sufrirían el mismo proceso celular que los naturales.

En cualquier caso, Romeo plantea que hay tiempo por delante para “el necesario debate ético y jurídico”, ya que “la especulación avanza más aprisa que la ciencia”. Para alcanzar el ritmo de este progreso, el experto se muestra partidario de “buscar una manera de legislar con más agilidad”. “El legislador debe dejar las puertas abiertas, pero hay que encontrar el equilibrio entre amplitud y especificidad; es decir, no se pueden aplicar, por ejemplo, los criterios del aborto a las células madre”.

En España, Romeo apunta que sería legal crear gametos de iPS para investigación. ¿Y para reproducción? “La Ley de Técnicas de Reproducción Asistida no lo incluye”, dice. “Por lo demás, en derecho, lo que no está prohibido, está permitido”, sentencia.

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