El mundo de los gigantes solitarios del espacio ha terminado. La NASA ha tomado una de las decisiones más importantes de los últimos años, algo que muchos pensábamos que debía hacer: vuelve a lo básico, a la investigación, y deja los grandes artificios para más adelante.

El hombre no volverá a la Luna en 2020, el programa Constellation se cancela. Las razones son claras: pretendían ilusionar a unos ciudadanos que echaban de menos los grandes momentos históricos, pero el beneficio no compensaba la inversión.

Ahora es la época de las nuevas tecnologías, de los avances científicos tranquilos y duraderos, no de las grandes hazañas con grandes riesgos. Es el momento de seguir apostando por los vehículos no tripulados y aprender más sobre las consecuencias de la ingravidez en el cuerpo humano. Llegar a Marte no está en la agenda, no hay forma de encontrarle hueco. Los grandes pasos se darán cuando el conocimiento los sustente, cuando aprendamos a viajar más rápido y de forma más segura.

El presupuesto de la agencia espacial estadounidense se ha redirigido: investigación, colaboración... Sus proyectos serán compartidos, es la forma de conseguirlo, la única forma.

La Agencia Espacial Europea, como la japonesa, será uno de sus aliados, porque todos han aprendido que la manera de triunfar es compartir los hallazgos, los avances y los gastos. ALMA es un ejemplo. Este proyecto europeo cuenta con la colaboración de Estados Unidos, Japón y Canadá, y supone una auténtica revolución tecnológica.

La NASA sigue mirando a los ciudadanos, pero cambia su enfoque, quiere acercarse a los adolescentes e invertir en cultura científica, porque las vocaciones se crean poco a poco. En el CSIC lo sabemos, los proyectos que empezamos ahora no los terminaremos nosotros, sino los científicos que vengan detrás, esos que ahora están estudiando y aún no saben qué serán de mayores.