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Un detergente del 'súper' desarma al CSI

Científicos españoles descubren que el oxígeno activo borra los restos de sangre

JAVIER YANES

“Yo creo al coche”, desafía Gil Grissom al sospechoso que insiste en su inocencia, mientras las brillantes manchas de luminol delatan la sangre en el asiento del vehículo.

La escena pertenece a la serie CSI, todo un éxito televisivo de la ciencia aplicada y sin relevantes peros técnicos, al menos por parte del doctor Fernando Verdú, profesor titular de medicina legal y forense de la Universidad de Valencia. “Todo lo que hacen ellos es real, aunque no lo sea el tiempo ni la facilidad con que lo hacen”, precisa.

Y habla la experiencia de quien ha provocado una pequeña revolución en el mundo de la criminología, al descubrir que un simple detergente casero habría dejado sin argumentos al mismísimo Grissom.

“Llevamos trabajando en interferencias sobre manchas de sangre desde 1995”, explica Verdú a Público. ¿Y cómo se plantea una investigación de este tipo? “Ves el anuncio de un producto en televisión, escuchas la explicación del mecanismo, vas al laboratorio y practicas las pruebas”. Los productos, en este caso, son los detergentes blanqueadores que sustituyen la lejía por oxígeno activo, un fuerte oxidante con propiedades quitamanchas.

El equipo integrado por Verdú y sus colaboradores, Ana Castelló, Francesc Francès y Dolores Corella, eligió uno de estos productos, Neutrex, “por ser el único que no lleva proteasas”, enzimas que destruyen las proteínas. De este modo se aseguraban de que los efectos se pudiesen atribuir únicamente al oxígeno activo, ya que las proteasas pueden contribuir a enmascarar la presencia de hemoglobina.

Los investigadores aplicaron sangre humana en tres tipos de tejidos: algodón, vaquero y toalla. Las muestras se lavaron con el detergente, tanto en las condiciones recomendadas por el fabricante –a 40ºC– como en frío, en el rango de variables que permitiera los adecuados controles.

El resultado, según publica Naturwissenschaften, es contundente: en todos los casos, los tejidos lavados pasaban incólumes las pruebas de la fenolftaleína reducida, el luminol y el inmunoensayo de hemoglobina, tres herramientas que maneja la policía científica y que pueden, en el caso del luminol, revelar manchas latentes tras 10 lavados con un detergente normal.

Curiosamente, la sangre es indetectable incluso aunque la mancha no desaparezca a la vista. “Se ve, pero no se detecta”, distingue Verdú.

Agua oxigenada

El autor explica el mecanismo más probable: “Saturación de peróxido”. Las peroxidasas son enzimas naturales que degradan el peróxido de hidrógeno (agua oxigenada). Es posible que la alta concentración de peróxido de estos detergentes sature las enzimas, explica Verdú. De hecho, el percarbonato sódico, un componente de este detergente, libera peróxido, y el uso de este compuesto logró el mismo resultado en los ensayos, lo que avala esta hipótesis.

El estudio ha disparado una hemorragia de reacciones. “Nos escriben e-mails de todo el mundo, desde Australia a la policía israelí”, dice Verdú. Entre las preguntas, la posibilidad de una contraprueba.

Pero las implicaciones del estudio aún están comenzando a asomar; por ejemplo, la posibilidad de que el agua oxigenada de farmacia produzca el mismo efecto. “Tendría que ser a concentraciones muy altas”, replica Verdú.

¿Y el ADN? ¿Se destruirá también? “Aún no lo sabemos”, dice el forense. Y corona con una cita que sir Arthur Conan Doyle puso en labios de su inmortal Sherlock Holmes: “Yo no adivino”.

 

¿No teme dar demasiadas pistas? Ante la pregunta inevitable, el doctor Verdú desmonta un tópico manido por el cine: el del criminal calculador y meticuloso. “La gente no es tan precavida”, afirma y pone como ejemplo el caso real de un asesino múltiple que guardaba en su propio armario las zapatillas teñidas de sangre.

Otro tópico, dice Verdú, es el de ligar crimen perfecto a ausencia de rastro biológico. “Cometer un crimen es fácil. Lo difícil es cometer el crimen que al criminal le interesa”. Este forense, que dirigió las autopsias de las tres niñas asesinadas en Alcàsser en 1992, subraya que el CSI televisivo “transmite la idea de que, si no hay prueba biológica, no hay delito”. “Pero hay una gran diferencia”, agrega, “entre cuánto confía la sociedad en la prueba pericial y cuán insegura es”. Esta prueba, dice, es “sólo una más”; siempre se revela una relación entre víctima y victimario, un móvil. ¿Siempre? Verdú responde con una cita literaria cargada de intención: “Si todos los envenenados de los cementerios levantasen la mano...”

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