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"Entiendo que no quieran vivir aquí"

Ejército y voluntarios húngaros se reparten las casas y calles que hay que limpiar

NUÑO DOMÍNGUEZ

Desde ayer, las casas arrasadas de Devecser (Hungría) lucen enormes números de teléfonos móviles pintados en las paredes. Es lo único que han dejado sus habitantes antes de abandonar la localidad asolada por la riada de lodo tóxico.

Gran parte del pueblo, de unos 5.000 habitantes, seguía ayer teñido de rojo. Los militares enfundados en monos verdes de goma y máscaras de gas se limpiaban el barro unos a otros con mangueras de agua a presión. Decenas de voluntarios vestidos con monos blancos y amarillos, con la cara cubierta por mascarillas, desfilaban por la acera embarrada.

«No podía estar sentado viendo lo que está pasando», dice un voluntario

A cada rato, una camión cisterna pasa limpiando las calles con agua, lo que envía el lodo a la cuneta, y de ahí, a las palas de los voluntarios. A pesar de que más de 1.000 personas llevan días sacando el barro de las casas a paladas o incluso con las manos, muchas calles de Devecser están aún casi intransitables. Kolontár, otra población afectada, seguía ayer cerrada a la prensa, pero abierta desde el viernes a los habitantes, que llevaban una semana evacuados. No todos han querido regresar.

Voluntarios de todo el país

'He venido porque no podía estar sentado en casa viendo lo que está pasando aquí', explica Peter Albert, un joven voluntario de 28 años que ha llegado esta mañana. Con la llegada del fin de semana, el número de voluntarios que acuden a la zona desde todo el país está aumentando. El ayuntamiento les proporciona ropa protectora, mascarillas y palas, y les asigna una casa que limpiar. La de Albert está cerrada a cal y canto y tiene aún gran parte del jardín cubierta de una pasta espesa color naranja.

El ayuntamiento está comprando las casas de los que no quieren volver

Unas calles más abajo está lo que queda de la vivienda de los Scholz. La familia no quiere dejar Devecser, pero los peritos del Gobierno ya le ha dicho que no podrá usar su casa nunca más porque la estructura está dañada.

'El ayuntamiento está comprando las casas de la gente que no quiere volver', explica Evelin Scholz en lo que era el jardín de la casa donde viven su hermano y su madre. Ahora es un amasijo de tierra removida, yeso blanco para neutralizar la causticidad del barro y hierros de bicicletas cuya forma apenas puede presentirse.

'Nos han dicho que podremos vivir en una de esas casas, que están en la parte del pueblo que no resultó afectada', señala. 'Entiendo que la gente no quiera vivir aquí nunca más, pero hay muchos habitantes que no tienen otra opción', añade antes de retomar la tarea de limpiar una casa donde su madre ha vivido 50 años y que pronto será derribada.

 

 

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