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Estudio Las pesadillas se relacionan con el nivel de estrés en la vida cotidiana

Las amenazas en los sueños se surten de recuerdos autobiográficos antiguos y traumáticos, indica un estudio.

'La Pesadilla', de Johann Heinrich Füssli (1781).

MALEN RUIZ DE ELVIRA

¡Dormir... tal vez soñar! -Sí, ahí está el problema!”, decía Shakespeare en su famoso soliloquio “Ser o no ser” de la obra Hamlet. Y es que sentirse perseguido, intentar durante un tiempo que parece eterno llegar a algún sitio; hacer algo, sin éxito, notar una amenaza angustiosa sin cara ni nombre, son ejemplos de las pesadillas que casi todo el mundo experimenta o ha experimentado alguna vez mientras duerme y que pueden llegar a representar un grave problema. Una investigación ha encontrado ahora relación entre tener pesadillas, las experiencias negativas recientes y el nivel de estrés de la persona que las sufre.

Las teorías sobre la función de los sueños son muy numerosas y variadas, explican los investigadores, liderados por el conocido experto Joseph de Koninck. Facilitar la adaptación emocional, consolidar la memoria, integrar las experiencias, generar soluciones creativas a problemas personales o permitir la creación de nuevas asociaciones entre los procesos cognitivos y la información almacenada en la memoria son algunas de las funciones sugeridas por distintos expertos.

Una hipótesis, refrendada por varios experimentos, es que el origen de los sueños perturbadores está en una función prehistórica ligada a la supervivencia, que ayudaba a responder mejor a las amenazas. Los expertos la denominan sistema de simulación de amenazas y se cree que en la larga era del Paleolítico evolucionó hacia la simulación a través de los sueños de los acontecimientos que producían reacciones emotivas negativas en la vida real. Al repetirse las amenazas percibidas, como el ataque de animales, en un entorno virtual inocuo, aumentaría la capacidad de adaptación del comportamiento para hacerles frente. “De esta forma, la función biológica de los sueños a lo largo de la evolución, que se habría transmitido hasta la actualidad, sería simular las amenazas en un ambiente seguro para optimizar las habilidades de supervivencia en un contexto de peligro omnipresente, aumentando la posibilidad de la reproducción”, indican los autores del estudio.

Sobre esta base, su estudio publicado en la revista Consciousness and Cognition ha intentado desentrañar la fuente de las pesadillas para conocer lo que hace que se dispare esta función. Los investigadores, de la Universidad de Ottawa (Canadá) seleccionaron a 119 jóvenes de entre 18 y 24 años que no habían sufrido ningún acontecimiento negativo grave en los 12 meses anteriores. Cada uno redactaba diariamente un informe de su actividad durante el día y además un diario de sus sueños durante la noche, en el que indicaban si los sueños tenían algo que ver con sus vivencias anteriores. Los sujetos fueron divididos en dos grupos. En el primero estaban los que comunicaban que habían tenido sueños con amenazas y en el segundo, los que no.

Los resultados indican que las pequeñas o grandes incidencias negativas experimentadas el día anterior y un nivel de estrés elevado al terminar el día hacen más probable que una persona tenga pesadillas esa noche. Sin embargo, las amenazas oníricas son mucho peores que los acontecimientos que las provocaron.

Esto sugiere que el sistema de simulación de amenazas de cada persona selecciona experiencias guardadas en la memoria, más traumáticas emocionalmente que las muy recientes, como base para las pesadillas. Así lo parece confirmar el hecho de que los sueños con amenazas se referían en este experimento muchas más veces a experiencias más antiguas (remontándose a más de un año) que los sueños sin amenazas, que se referían a acontecimientos muy recientes la mayoría de las veces. Además, las pesadillas suelen ser recurrentes.

La experiencia diaria no es el único factor que influye en la aparición o no de pesadillas, reconocen los investigadores. Las emociones relacionadas con las amenazas percibidas, habitualmente el miedo o el enfado, y la propia personalidad del sujeto, entre otros factores, también influirían.

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