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El fundador de Apple murió en diciembre de 2008

ANA FLORES

Cuando la Bolsa asume una noticia y reacciona antes de que se produzca, se dice que la ha descontado. Merced a este fenómeno, Steve Jobs murió en la madrugada del miércoles al jueves para todo el mundo menos para el mercado. Los parqués, que calculan sin sentimentalismo que valga, descontaron el final de la historia el 17 de diciembre de 2008. Aquel día arrancaron a Apple un 6% de su valor tras conocerse que ni Jobs ni su jersey negro se pasearían por el escenario del siguiente Mac-world. Todo lo ocurrido después en Bolsa provocado por la salud de Jobs ha sido cada vez menos acusado, hasta que el pasado 25 de agosto Jobs dijo que se retiraba sine die y Apple sólo perdió el 0,8%.

Ayer, números rojos tras la apertura (mucho menos alarmantes que los que provocó la presentación del iPhone 4S esta semana), recuperación hasta mejorar un 1% en cuanto los analistas recomendaron comprar y nueva caída hasta el entorno del 1%. Una Bolsa plañidera que mostró duelo sin sentimiento. Dudas pero no el desastre temido tantas veces.

Lejos quedan las reacciones a las informaciones sobre el cáncer de páncreas trasladado al hígado de Jobs, su delgadez y sus bajas temporales, que llevaron incluso al regulador estadounidense (la SEC) a exigir en alguna ocasión a Apple aclaraciones sobre el estado de salud del fundador de la compañía.

Con la misma frialdad, Apple se puso a diseñar un modo de vacunar a los inversores. Cruzó anuncios de ausencias de Jobs con presentaciones de resultados incontestables. Golpes medidos y cifras que han hecho de Apple la segunda compañía que más vale en Bolsa del mundo (en torno a 350.000 millones de dólares), sólo superada por la petrolera Exxon Mobil.

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