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El hombre que llegó a la Luna en 1874

Una exposición en San Francisco recupera el viaje imaginario del inventor del martillo pilón al satélite

MANUEL ANSEDE

El mismo año en el que España enviaba a su mejor científico, Santiago Ramón y Cajal, a la Guerra de Cuba, un ingeniero escocés de 66 años publicaba unas fotografías de la Luna que ahora parecen tomadas por el astronauta Neil Armstrong desde la ventanilla del Apolo 11. Los primeros retratos del satélite mostraban la misma 'magnífica desolación' de la que habló Buzz Aldrin casi un siglo después. Allí estaban los cráteres inalterables, las cadenas montañosas y los mares de la Luna contemplados en televisión por medio planeta en 1969. Pero corría el año 1874.

El ingeniero James Nasmyth acababa de publicar, junto al astrónomo James Carpenter, el libro La Luna: Considerada como un planeta, un mundo y un satélite, repleto de imágenes del astro ligado a la Tierra. La revista Nature lo recibió con una alabanza en su número del 12 de marzo de 1874. 'Ningún investigador ha conseguido hasta la fecha representaciones de los objetos naturales tan veraces y asombrosas como éstas', exclamaban los editores. Nasmyth había fotografiado los Apeninos lunares, el cráter Copérnico y el mar de la Tranquilidad como si los sobrevolara en un globo aerostático, en una época en la que muchos franceses todavía pensaban que las manchas en el satélite correspondían a la imagen de Judas Iscariote, transportado a la Luna como castigo por su traición a Jesucristo.

Pero, evidentemente, Nasmyth no había alunizado. El ingeniero escocés fue uno de aquellos inventores que fabricaron la Revolución Industrial y hoy han sido borrados de los libros de Historia. Como Robert Fulton, padre del barco de vapor, y Charles Babbage, pionero en la creación de máquinas calculadoras. Nasmyth inventó el martillo pilón, una gigantesca máquina de vapor que reemplazó a los músculos en la agotadora forja del metal a partir de 1840. Su invención hacía posible la fabricación de piezas de varias toneladas, como largas vigas de acero o cascos de barco. Permitía, en suma, algo fabuloso en la época: utilizar máquinas para construir otras máquinas.

Nasmyth se cansó de concebir grandes artilugios en 1856 y se retiró a su casa de Kent para dedicar todo su tiempo a su gran afición: mirar al cielo. Fabricó su propio telescopio, y todavía hoy algunas de sus piezas son imprescindibles para escrutar el espacio. El Gran Telescopio de Canarias, uno de los más avanzados del mundo, utiliza instrumentos creados por Nasmyth para compensar la rotación de la Tierra y evitar que sus fotografías salgan movidas. Con su telescopio casero, pasó noches en blanco observando la Luna y dibujando todo lo que veía. Su padre, Alexander Nasmyth, también era el padre de la pintura paisajista en Escocia. Y James llevó aquel romanticismo decimonónico a la Luna.

Pero no le bastaba. Los dibujos del satélite no eran lo suficientemente creíbles, parecían inventados por astrónomos lunáticos. Y las técnicas fotográficas todavía no estaban lo suficientemente desarrolladas como para salvar los 384.000 kilómetros que separan la Tierra de su satélite y retratarlo con justicia. Cuando se anunció la invención del daguerrotipo en 1839, algunos astrónomos, como el francés François Arago, vaticinaron el destierro de la mano del artista para reflejar la inmensidad del universo. Pero se equivocaron. Al principio, la débil luz de la Luna apenas era capaz de dejar una impresión en las primeras placas fotográficas y, además, el satélite se difuminaba a causa de la rotación de la Tierra. Lo que los astrónomos veían a través de sus telescopios no aparecía en los daguerrotipos. Por eso, Nasmyth, con la ayuda de su colega James Carpenter, del Observatorio Real de Greenwich (Inglaterra), decidió fabricar su propia Luna. Con escayola.

El público reaccionó a la publicación del libro como si el autor hubiese visitado realmente el satélite. El pintor Philip Hermogenes Calderon, cuyas obras se exponen hoy en la Tate Gallery de Londres, escribió a Nasmyth apenas unos minutos después de contemplar las ilustraciones por primera vez: 'Déjame darte las gracias muchas veces por tu maravilloso libro. Me llegó hoy a mediodía y, desde entonces, no he pintado nada. Una vez abierto, atraído por las ilustraciones, no he podido dejarlo. Olvidé todo y, además, he estado en la Luna', escribía Calderon.

Las falsas fotografías del satélite también embelesaron a la jerarquía eclesiástica. En una recepción del presidente de la Royal Society, a la que acudió el cardenal Henry Edward Manning, promotor de la construcción de la catedral de Westminster, un asistente presentó a Nasmyth como 'el martillo pilón'. Y el cardenal le espetó: '¿Pero usted no era el hombre en la Luna?'.

Una exposición en el Museo de Arte Moderno de San Francisco (EEUU) recupera ahora la figura de Nasmyth y recuerda el asombro que produjo su libro, sepultado hoy por un alud de logros en el ámbito de la astronomía. En su exposición Brought to light, el museo muestra más de 200 fotografías científicas y libros ilustrados que pasmaron al mundo en el siglo XIX. Junto a La Luna: Considerada como un planeta, un mundo y un satélite, la galería muestra las primeras imágenes tomadas a través del microscopio; el daguerrotipo del tránsito de Venus por delante del Sol en 1874, obtenido por el astrónomo francés Jules Janssen; y los estudios sobre el movimiento de Eadweard Muybridge, en los que demostró, gracias a la cronofotografía, que hay un momento en el galope del caballo en el que no apoya ningún casco en el suelo.

Los falsos retratos lunares de Nasmyth aparecieron en este contexto, en el periodo en el que la fotografía y la ciencia moderna confluyeron. A lo largo del siglo XIX, los científicos, armados con una cámara oscura, fotografiaron galaxias lejanas, el interior del ser humano e insólitos cuerpos en movimiento, empleando telescopios, microscopios e incluso aparatos de rayos X. Mostraron al mundo lo que hasta entonces era invisible.

'Es un tópico decir que la fotografía cambió nuestra forma de ver el planeta. Sin embargo, en el siglo XIX, y especialmente en el campo de la ciencia, fue un hecho literal', explica la comisaria de la exposición, Corey Keller. Gracias a la Luna de escayola de Nasmyth, a las cronofotografías de Muybridge y a los daguerrotipos de tantos otros nació un nuevo género de literatura y periodismo: la divulgación científica o popular science. 'Las impactantes imágenes tomadas por estos pioneros de la fotografía abrieron el espectáculo del mundo natural no sólo a la comunidad científica, sino también al sobrecogido público general', añade Keller. La exhibición, que mañana cierra sus puertas en el Museo de Arte Moderno de San Francisco, viajará hasta el Museo Albertina de Viena, donde será visitable desde el 20 de marzo hasta el 6 de junio.

Gracias a estos pioneros de la divulgación científica, la humanidad ha asumido desde hace tiempo que la Luna no es la prisión de Judas Iscariote ni sus manchas son el reflejo de la Tierra, como se creía en el siglo XIX en Asia Menor, ni la silueta de un corzo o una liebre, como sostiene la tradición india. Los cráteres lunares han sido topografiados hasta la saciedad por los telescopios de las agencias espaciales de todo el mundo. Y uno de ellos, localizado en la región suroeste de la cara visible del satélite, lleva el nombre de James Nasmyth. Su cráter tiene 77 kilómetros de diámetro y sus paredes se levantan 1.300 metros. Es tal y como él lo hubiera imaginado.

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