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Una nuclear británica robó los órganos de sus empleados

Los cuerpos del personal fueron manipulados para investigar la radiación

IÑIGO SÁENZ DE UGARTE

Con la misma dedicación que el doctor Frankenstein, los responsables médicos de la central nuclear británica de Sellafield se sirvieron de los órganos de los trabajadores fallecidos para sus investigaciones durante décadas. Lo hicieron violando la ley y sin pedir permiso a sus familiares, como acaba de certificar una comisión de investigación al presentar sus conclusiones.

Órganos y huesos eran extraídos de los cadáveres para ser analizados y descubrir posibles efectos de la radiación. Los restos eran después incinerados. La ceniza era examinada con la intención de hallar restos de plutonio. Los órganos más solicitados eran corazón, hígado, pulmones y lengua. Para ello, el jefe del equipo médico de Sellafield, Geoffrey Schofield, contaba con la complicidad del tanatorio del hospital de West Cumberland.

'Chapman [un funcionario del tanatorio] sacaba un hueso después de la autopsia y recomponía la pierna utilizando un palo de escoba', dice la comisión en su informe. De otra manera, los familiares descubrirían en el funeral que el cuerpo había sido manipulado. Era una práctica habitual porque Chapman contó que compraba los palos en una tienda y luego pasaba la factura al hospital.

La comisión ha descubierto 65 casos comprobados de este tráfico de órganos en Sellafield entre 1961 y 1992, a los que hay que sumar otros 12 ocurridos en otros centros.

El ministro de Energía, Chris Huhne, presentó los resultados en el Parlamento y pidió disculpas a las familias de los trabajadores.

Dado el tiempo transcurrido, no se llevará el caso a los tribunales. Los hechos investigados son constitutivos de delito desde 2004. El doctor Schofield, fallecido en 1985, trabajaba en la más completa impunidad y no precisamente en secreto. Sus jefes sabían lo que hacía y gozaba de la colaboración del hospital.

Hasta los forenses de la provincia le hacían favores. Llegaron a ordenar autopsias en casos de muerte natural sin que estuvieran justificadas. El doctor Schofield podía ordenar así que abrieran el cuerpo y le entregaran los órganos.

Los familiares han quedado horrorizados al confirmarse las sospechas que originaron la investigación hace tres años. 'Enterramos una carcasa', dijo el hijo de Stan Higgins, un trabajador de la central que murió con 50 años.

Al morir, Schofield se ocupó de que le sacaran todos los órganos principales. En el informe de la autopsia, se dijo: 'No hay pruebas de que el hombre falleciera a causa de la radiación'.

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