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Los océanos se convierten en trampa mortal para los peces

Los desechos de la agricultura, de las fábricas y de tu propio cuarto de baño dejan a los peces sin oxígeno para respirar.

Peces muertos aparecen en las orillas de las playas del Mar Menor
Peces muertos aparecen en las orillas de las playas del Mar Menor. Juan Carlos Caval / EFE

Cada año, con las lluvias torrenciales de primavera, en la costa del Golfo de México donde desemboca el mítico Misisipi, crece una vasta región de agua donde el oxígeno escasea y los peces no pueden vivir. Es la segunda zona muerta más grande del mundo, con 16.500 kilómetros cuadrados, según datos de 2022 de la Oficina Nacional de Administración Oceánica estadounidense (NOAA). Otra de las consecuencias de la contaminación que desemboca en los mares, arrastrada por ríos, lluvias o aguas residuales.

El resultado, toneladas de peces muertos. Asfixiados. El problema es lo que en el lenguaje científico se llama hipoxia (concentración de oxígeno menor de 0.2 mililitros por litro de agua) o, incluso, anoxia (ausencia total de oxígeno). Exactamente, la misma causa de muerte que, en España, inundó las orillas del Mar de Menor de cadáveres de pescado en octubre de 2019.

Hoy, un total de 245 000 kilómetros cuadrados de los océanos del mundo se consideran zonas muertas, y su extensión prácticamente se ha ido duplicando cada década desde 1970, según alertaba Antonio Guterres, secretario general de Naciones Unidas, en su discurso de apertura de la conferencia de los Océanos que se ha celebrado esta semana en Lisboa.

Nutrientes que rompen ecosistemas

¿Pero por qué se agota el oxígeno? La culpa la tiene la materia orgánica arrastrada de la tierra al mar, procedente de la agricultura intensiva (sobre todo, nitratos y fosfatos, usados como fertilizantes) y de las aguas residuales (domésticas e industriales). Como denunciaba Guterres, "casi el 80 por ciento de las aguas de desecho acaban en el mar sin haber pasado por una planta de tratamiento".

Y la clave está en el proceso de eutrofización, que entra en marcha cuando el mar se llena de estos vertidos inesperados. Actúan como nutrientes, que hacen que el fitoplancton (diminutos vegetales marinos) se multiplique, alimentado por la sobredosis de fertilizantes, aguas residuales, materia en descomposición... Resulta que las plantas producen oxígeno de día, durante la fotosíntesis, pero lo consumen por la noche.

"Si hay tantos vegetales que durante la noche agotan el oxígeno, se puede producir una situación de anoxia que daría lugar a un círculo vicioso. La falta de oxígeno mata organismos, incluso, a ese fitoplancton. Las bacterias que actúan para descomponer y degradar estos organismos muertos consumen oxígeno... y vuelta a empezar", nos explica Jordi Camp, investigador del CSIC en el Instituto de Ciencias del Mar de Barcelona.

Huir o morir

La falta de oxígeno hace que las especies que pueden nadar se muden y busquen aguas más respirables, pero las que están fijas, como corales o esponjas, no tienen esa vía de escape. Según las cuentas de la NOAA, la situación ya ha provocado el deceso o la migración de 10 millones de toneladas de seres vivos marinos.

"Si rompemos el ciclo de la energía en nuestros ecosistemas, acabaremos quedándonos sin cangrejos, sin gambas, sin peces. Es hacia ese futuro hacia donde nos abocarán estas zonas muertas, si no detenemos su crecimiento", advierte Roberto Díaz, biólogo del Instituto de Ciencias Marinas de Virginia.

Otro de sus efectos es la disminución de las capacidades reproductivas de las especies y una reducción de su tamaño promedio, según advierte Robert Magnien, director del Centro de Investigaciones Patrimoniales de los Océanos Costeros, en EE. UU.

"Debemos darnos cuenta de que la hipoxia no es un problema local. Es una amenaza global de tal magnitud que está empezando a afectar a los recursos que sacamos del mar para alimentarnos", escribía Díaz en Science, al hilo de un estudio que cuenta hasta 405 zonas muertas en la actualidad. Las más recientes se han encontrado en el hemisferio sur, en Sudamérica, África y partes de Asia.

Por ahora, la más grande del planeta está en el mar Arábigo: con sus más de 100.000 kilómetros cuadrados, ocupa casi por completo el Golfo de Omán. A la del Golfo de México le sigue el mar Báltico que, según un estudio publicado en PNAS, ha pasado de tener un tamaño de 5.000 kilómetros cuadrados a casi 70.000 en los últimos años. El cuarto lugar es para los Grandes Lagos y la Bahía de Chesapeake, también en EE. UU, donde la NOAA estima que el 65% de sus estuarios y costas están degradados por este fenómeno de forma "moderada a grave".

Ojo con las aguas residuales

La solución, según los expertos, pasa por una transformación de las prácticas agrícolas, con un uso más controlado de fertilizantes y mecanismos para retenerlos en tierra. "Los agricultores no dejan escapar los nutrientes a propósito. Sin duda, ellos preferirían que su abono se quedara en la tierra, en vez de corriendo por el río", comenta Diaz, que ha dedicado toda su carrera de biólogo a estudiar este fenómeno.

Mientras, en España, organizaciones ecologistas como ANSE y WWF abogan por una reducción de los cultivos intensivos, el cierre de pozos ilegales y la instalación de filtros verdes que permitan depurar las aguas y reutilizarlas en agricultura.

"Si empezamos a hacer las cosas bien, esto no va a mejorar en dos días. El cambio no es inmediato: lo que hicimos hace 20 años todavía hoy sigue afectando al medioambiente", observa Camp.

Aun así, merece la pena intentarlo. Al menos, es lo que se ha propuesto para 2030 Naciones Unidas y su recién terminada Conferencia de los Océanos: una reducción notable de las zonas muertas en todo el mundo. Lo que no han revelado todavía es cómo van a hacerlo.

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