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Schnabel y Murakamise hunden en Venecia

El pintor neoyorquino presenta en el certamen Miral', una desigual coproducción histórica sobre el conflicto árabe-israelí que huye de juicios políticos

CARLOS PRIETO

Ese gran amante del cine llamado Joseph Goebbels decía que cada vez que oía la palabra cultura se llevaba la mano a la pistola. Vale, el gurú propagandístico del Tercer Reich tiene mala prensa, pero no hace falta ser un nazi peligroso para sostener la siguiente variación: cada vez que oigo la frase coproducción histórica sobre el conflicto árabe-israelí dirigida por un director extranjero bienintencionado y con muchas ínfulas, me llevo la pistola a la cabeza...

Los peores presagios se hicieron realidad ayer durante la proyección de Miral, del célebre pintor neoyorquino Julian Schnabel, adaptación de una novela de Rula Jebreal que compite por el León de Oro. El filme cuenta las peripecias personales de cuatro mujeres árabes israelíes que conviven en un orfanato de Jerusalén en una época conflictiva que se extiende desde el nacimiento del Estado de Israel en el año 1948 hasta los acuerdos de paz de Oslo en 1993. Es decir, la clásica película sobre biografías que descarrilan a causa de acontecimientos político-históricos más grandes que la vida.

'No sabía demasiado acerca de los palestinos', reconoció Schnabel

Schnabel dijo ayer cosas como que 'el arte no está hecho para entretener', que 'el conflicto debe acabar lo antes posible' y que su 'responsabilidad como judío americano era contar esta historia desde el otro lado de la alambrada'. Loable, en efecto, pero el infierno está lleno de buenas intenciones.

Miral tiene todos y cada uno de los tics característicos de este tipo de producciones de época financiadas entre varios países (Francia, Israel, Italia e India, en este caso). Reparto internacional desigual, vestuarios y pelucas que parecen sacados del desván de la abuelita, y, sobre todo, la maldición de Babilonia: el desparrame de las lenguas y acentos. Del arranque inicial en árabe, hebreo e inglés, pasamos, sin más explicaciones, al idioma de la Pérfida Albión independientemente de la nacionalidad del personaje (hay que vender el filme, claro). Con consecuencias involuntariamente cómicas, como cuando unos activistas árabes de la intifada se reúnen para analizar sus relaciones con la OLP y lo hacen en un inglés digno del indio (Apu) que le vende cerveza a Homer Simpson en la tienda de la esquina. ¿Verosimilitud? No, gracias.

'Miral' tiene todos los tics característicos de las coproducciones

Pese a que sus hechuras de culebrón melodramático y la torpeza con la que está rodada neutralizan cualquier intencionalidad política, merece la pena detenerse a analizar el mensaje de este esquemático, ingenuo, osado y bochornoso canto a la reconciliación y la convivencia. Dice el cineasta en las notas de prensa que 'no sabía demasiado acerca de los palestinos' hasta que leyó el libro de Jebreal y que ni es un 'experto en política' ni 'está intentando convertirse en uno'. Vamos, como si en lugar de haber tenido el atrevimiento de hacer un filme sobre el conflicto árabe-israelí, hubiera venido a la Mostra a vender enciclopedias.

Pero no cuela. ¿Cómo no vamos a juzgar políticamente al director si acaba su película con una extravagancia tan delirante como hacer una especie de oda a los terroríficos acuerdos de paz de Oslo? Por el amor de Dios, ¿en qué tipo de zulo ha estado confinado este hombre durante los últimos 15 años?

Tras ver Miral, pues, no queda otra que apretar el gatillo. O si uno prefiere permanecer con vida, observar al menos como se quitan la suya los protagonistas de Norwegian Wood,adaptación de la obra más popular del japonés Haruki Murakami (Tokio Blues, editada por Tusquets), posiblemente el único escritor del mundo que puede vender 13 millones de ejemplares de un libro y seguir siendo considerado un autor de culto.

'Norwegian Wood' divide: es extraordinaria, bella y soporífera

Como muchos de ustedes sabrán, el narrador de la novela es un hombre que evoca su primer año de estudiante en la universidad de Tokio, a finales de los años sesenta, y sus relaciones sentimentales con dos mujeres: una alegre y extrovertida; y la otra desequilibrada emocionalmente. Al fondo planea un suceso que lo envenena todo: el suicidio de un amigo en común.

Al margen del detalle de que la película prescinde del narrador nostálgico de su propio pasado, casi todo el mundo está de acuerdo en que se trata de una adaptación bastante fiel (Murakami supervisó el guión y reescribió algunos de los diálogos). Pese a que se trata de una producción japonesa, el encargado de llevarla a buen puerto ha sido el cineasta vietnamita Tran Anh Hung, con un robusto prestigio festivalero gracias a películas como Cyclo (1995) y El olor de la papaya verde (1993).

'Lo más difícil era no sólo recrear la intimidad que Murakami logra con el lector en su historia, sino plasmar en la pantalla las emociones que consigue transmitir a través de ella', explicó el cineasta.

Norwegian Wood es una película preciosista y morosa, que ha provocado aquí cierta división de opiniones. Por resumir: extraordinaria, bellísima, afectada y soporífera son algunos de los términos más escuchados para calificarla. ¿El veredicto? Como diría Salomón, probablemente un poco de todo.

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