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El trabajador muerto en la explosión del horno era de origen español

El hijo de José Marín teme que 'se entierren las chapuzas'

A. P.

'Bonjour, vous êtes bien chez José... Au revoir!' ('Hola, esta es la casa de José... ¡Hasta luego!'). Con un buen acento de la región, más que un acento español, este es el mensaje que dejó en su contestador José Marín, el empleado de origen español que murió el lunes al estallar el horno de incineración de residuos radiactivos en el que trabajaba. La familia, buena parte de la cual trabaja también en el complejo, se queja de la falta de información. Y sufren en silencio, en la modesta torre que el empleado de 51 años estaba terminando de construirse en Chusclan, a menos de tres kilómetros de la planta de Marcoule.

La urbanización Les Abeilles (Las Abejas) es una de esas interminables sucesiones de pavillons (torres) que, rodeadas de muros y rejas, proliferan en torno a los pueblos tradicionales franceses repoblados por los empleados de las nuevas industrias. Ese fue el caso de José Marín que, según su hijo, William, llegó a Francia hace algo más de 20 años.

Una anciana, a cargo del 'comité de acompañamiento', prepara el altar y la nave de la bonita iglesia local para cuando llegue el funeral. 'No sabemos nada. Ni siquiera sabemos si han levantado el cuerpo', se queja la mujer. Otra anciana, vecina de Les Abeilles, habla del difunto que recibió el impacto del metal radiactivo a 1.300 grados. 'Era un gars du pays [chico de nuestra tierra]. Estaba construyéndose una casa, era de los nuestros', explica.

Según el relato de su hijo William al diario local Midi Libre, José Marín llegó a la región hace algo más de 20 años. 'No puedo escupir sobre la industria nuclear. Mi padre no deseaba más que trabajar. Tenía un buen sueldo y condiciones interesantes. Siempre trabajó duro', explica William acerca de su padre, jefe de equipo encargado del mantenimiento de los hornos. William no evoca la posibilidad de presentar querella. 'Simplemente quiero obtener la verdad. Yo no quiero que, cuando hay chapuzas, entierren el asunto so pretexto que se trata del sector nuclear', explica.

En los municipios como Chusclan, Codolet o Bagnols-sur-Cèze, donde casi todas las familias dependen del complejo de Marcoule, y donde los sindicatos no son particularmente reivindicativos sobre riesgos nucleares, una curiosa amnesia empieza a desplegarse. Tras el despliegue del plan de urgencia el lunes, ahora todos quieren olvidar el susto. En el bar Le Tavan, de Codolet, a la hora de la comida, tres hombres de la fábrica se cuentan en voz baja que un herido leve ha salido del pequeño hospital de la vecina ciudad de Bagnols. En bares y tiendas se habla del tiempo veraniego, de fútbol o de rugby. En los viñedos que circundan el complejo nuclear, el trabajo se reanudó ayer. Es época de vendimia, algo tardía.

A las puertas de la Socodei-Centraco, ayer, a la espera del levantamiento del cadáver de José Marín, sólo velaban un fotógrafo del diario regional Midi Libre y un cámara de la televisión local.

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