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La 'Voyager 1' dice adiós al Sistema Solar

La sonda, lanzada en 1977, es el artefacto humano más alejado de la Tierra

J. Y.

En una época en la que se da el pomposo nombre de turismo espacial a un carísimo vuelo que se eleva apenas un centenar de kilómetros sobre la Tierra, el viaje de la sonda Voyager 1 se sale de lo fácilmente comprensible. En términos comparativos, si el Sol fuese una esfera que ocupara la superficie del parque del Retiro de Madrid y la Tierra fuera una bola de siete metros de diámetro situada en Segovia, entonces el planeta más exterior, Neptuno, caería en un lugar tan lejano como Estocolmo. En este modelo a escala, la invisible partícula que sería la Voyager 1 habría recorrido ya, desde su lanzamiento en 1977, más del triple de la distancia que separa la capital sueca del jardín madrileño.

En cifras reales, el artefacto más viajero jamás construido por el ser humano se halla a más de 17.000 millones de kilómetros del Sol. Y los datos que sigue enviando a su planeta de origen revelan que está diciendo su adiós definitivo a los dominios de nuestra estrella, según explicaron ayer científicos de la NASA en el Congreso de la Unión Geofísica Americana que se celebra en San Francisco.

El dato más interesante del último hito alcanzado por la Voyager 1 es el lugar donde se encuentra: junto a la frontera final del Sistema Solar. Contrariamente a lo que pueda parecer, el espacio sí tiene demarcaciones físicas. El viento solar, una corriente magnética de partículas que el Sol emite a velocidades supersónicas, barre la burbuja en la que orbitan los planetas hasta tres veces más allá de la distancia a Neptuno. Allí, esta heliosfera comienza a fundirse con el espacio interestelar en una cáscara intangible llamada heliofunda, que se extiende hasta donde el viento solar desaparece: la heliopausa. Cerca de ese lugar se encuentra la Voyager 1, a punto de dar a conocer al ser humano cómo es el cosmos fuera del huevo solar.

'Cuando supe que estábamos midiendo ceros absolutos, me quedé atónito', manifestó el científico de la misión, Rob Decker, de la Universidad Johns Hopkins, al comprender que la nave, del tamaño de un Ford Fiesta, había llegado a ese límite final donde 'el viento solar da la vuelta', en palabras de otro de los investigadores del proyecto, Ed Stone, del Instituto Tecnológico de California.

Y el viaje prosigue, siempre que la misión continúe disponiendo de fondos para mantener su menguado equipo. La viajera y su gemela, la Voyager 2 a la zaga de su hermana, disponen de energía en sus baterías nucleares para seguir funcionando hasta 2025. Cada una de las sondas lleva en su interior un testigo ya obsoleto de su momento tecnológico, un disco fonográfico de oro con información sobre la Tierra y sus seres, dirigido a quien pueda interesar ahí fuera.

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