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100 años de la Revolución rusa John Reed, el más bello cadáver del periodismo

La eidtorial Siglo XXI publica 'Diez días que estremecieron al mundo', crónica de la Revolución Rusa de un norteamericano que enamoró a Lenin

El periodista estadounidense John Reed.

ANÍBAL MALVAR

Fue periodista, poeta, activista político, feminista avant la lètre, humorista, burgués renegado y, quizá, espía ruso. John Silas Reed (Portland, Oregón; 22 de octubre de 1887-Moscú, 19 de octubre de 1920) es, para muchos, el padre del reporterismo contemporáneo. Ahora la editorial Siglo XXI acaba de publicar su obra esencial, Diez días que estremecieron el mundo, crónica-río de la Revolución Rusa que fue saludada por Nikólai Lenin con entusiasmo en el prefacio de la edición norteamericana de 1919: “Recomiendo esta obra con toda el alma a los obreros de todos los países. Yo quisiera ver este libro difundido en millones de ejemplares y traducido a todos los idiomas”.

John Reed, Jack para los camaradas, nació en una familia pudiente y conservadora de Oregón, circunstancia que lo llevó a estudiar en Harvard, alma máter, entonces y ahora, de la juventud nortamericana con más recursos. Como no podía ser de otra forma, el rebelde Reed no tardó en fundar allí una revista satírica. La sátira y el humor siempre han pugnado por erigirse como el principio y el fin del periodismo más serio (que no circunspecto).

A Reed, en lo político, se le vio enseguida el plumero. Una de las primeras cabeceras en las que colaboró (y lo siguió haciendo gratuitamente durante buena parte de su carrera) era la inequívoca publicación The masses. Tras recorrer el país a la caza de conflictos laborales y sociales, acabó en 1913 cabalgando junto a Pancho Villa durante la revolución mexicana.

Sus crónicas le trajeron fama e inspiraron un curioso libro, México insurgente, en el que más que los acontecimientos y entrevistas se refleja la intrahistoria del pueblo sublevado a través de sus canciones. Sones, mariachis y corridos catapultaron la crónica de Reed hacia otra cosa, hacia otro género periodístico o literario que interpreta una revolución no solo como acontecimiento político, sino como natural expresión circunstancial de la cultura milenaria de un pueblo.

En el prólogo para la edición recién publicada por Siglo XXI, el periodista Pascual Serrano no se limita a glosar vida y obra de Reed. Trasciende claramente su intención de criticar un reporterismo actual que muere “por falta de imprudencia”, que diría Jacques Brel. “El problema de ahora es que ya los periodistas no servimos ni para que nos exploten ni para dar plusvalías a nuestros editores. Ni nosotros ni nuestros medios ganamos dinero con esto”. 

Resaltas una frase de Reed que me suena extrapolable al presente español: “La clase obrera norteamericana es política y económicamente la más ignorante del mundo. Cree lo que lee en la prensa capitalista”.

En tiempos de Reed estaba más justificado. No había los medios de ahora. Era más complicado que el público norteamericano estuviera enterado de lo que pasaba en Rusia o en México, así que era más manipulable. Ahora, que ocurra eso mismo, no tiene ninguna justificación.

Escribes también que Reed es ejemplo de que “en periodismo puede resultar más valioso que el reportero proceda de un país ajeno”.

Es el periodismo que ya se ha perdido, porque salía muy caro. El corresponsal debería de ser originario del país donde se edita su medio, porque es el que tiene el ojo y la percepción de lo que a su público le va a parecer sugerente o va a necesitar saber. Ahora es muy habitual que nuestro corresponsal en Colombia sea un colombiano. Es totalmente antiperiodístico. El reportero enviado escribe desde los valores, ideas, juicios o prejuicios de su cultura y sociedad de origen, y eso le permite comunicarse mejor con ella.

Lo mismo resaltó, en su momento, la responsable del sistema educativo soviético (y esposa de Lenin), Nadezhda Krúpskaya, tras leer los Diez días…: “Parece raro a primera vista cómo pudo escribir este libro un extranjero, un norteamericano que no conocía la lengua del pueblo ni sus costumbres”. Y no es el único testimonio al respecto. Octubre, la gran obra maestra del cineasta ruso Serguei Eisenstein (aunque en Eisenstein solo hay obras maestras), está basada en el libro de Reed: “[Es] la intromisión de la mirada móvil, secreta y ubicua en el mismo núcleo de los hechos”, afirmó el director.

En Diez días que estremecieron el mundo respiran Petrogrado y masas, un samovar hirviendo en la cocina, platos de arenques, asambleas constituyentes, tranvías lentos y repletos, marineros tímidos e invencibles, fogoneros, ciudades y aldehuelas, el Palacio de Invierno, soldados dormidos, harapientos y ensangrentados, águilas imperiales, la eterna nieve, héroes y antihéroes bulliciosos, y allí estaba para contarlo John Reed, el de los “ojos ingenuos”, como lo describió Trotski.

En 1981, Warren Beatty dirigió y protagonizó una exquisita biografía en celuloide del periodista. En Reds (aquí, Rojos) Beatty se interesa notablemente en la relación de Reed con las mujeres, con la mujer, a través del personaje de Louyse Bryant, que en 1916 abandona a su próspero marido dentista por el aventurero. Beatty mantuvo con ella una relación absolutamente abierta, desacralizando la sexualidad femenina con actitud bien impropia de un varón de la época, de cualquier época.

Louyse le acompañó por Petrogrado durante aquellos diez días estremecedores, y llegó a tiempo para verlo morir de tifus en Moscú a la edad de 32 años. Reed se había refugiado allí al ser consciente en Finlandia de que no podría regresar a EEUU. Lo detuvieron en el país de Sibelius acusado de espionaje, y durante su encarcelamiento su fortaleza física se desmoronó.

Está enterrado en el Kremlim como uno más de los héroes de la revolución. En la lápida solo está su nombre, sin epitafio. Quizá porque su epitafio ya ronda por las páginas de Diez días que estremecieron el mundo: “En la contienda mis simpatías no fueron neutrales. Pero al relatar la historia de aquellos grandes días, me he esforzado por observar los acontecimientos con ojo de concienzudo analista, interesado en conocer la verdad”. Más periodismo, que se dice ahora.

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