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Vida perra: la literatura no sólo vive de fantasía

Realismo sucio posmoderno. Las miserias ganan adeptos entre los escritores en español

PAULA CORROTO

Las calles no siempre relucen. A veces están llenas de basura. De escombros que nadie quiere ver. Llamémosles jeringuilla, desengaño o cartilla del paro. Pongámosles el cartel de prostituta de 30 euros, de hipoteca impagable, de enfermedad terminal o de navajazo a la puerta de una discoteca. Carne de telediario. De 'a mí eso no me pasa'. De eso no existe. Pero sí es real. La vida no es sólo un bello y multicolor anuncio de tampones. La vida puede ser muy perra. 

Eso sí, de primeras no hay que dramatizar, ya que siempre hay basureros. Tipos encargados de recoger esa mierda y mostrárnosla en la cara mediante bellos ejercicios literarios. Y eso reconforta porque demuestra que el ser humano todavía ni está del todo loconi alienado.

Todo tiene su historia. Como señala el escritor Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1973), 'la literatura americana lleva escribiendo de estos temas desde hace años. Allí lo tienen bastante claro'. Y tanto. Ellos fueron los que crearon la famosa etiqueta del realismo sucio que englobaba a los Raymond Carver, Charles Bukowski y Henry Miller de turno. Sexo, violencia descarnada y crímenes al desnudo. Eran los años cuarente y cincuenta y algunos comenzaban a despertar a EEUU de una bofetada. Paradójicamente, el lugar donde nació el entertainment y el mundo de la fantasía se convirtió también en la cuna donde se empezaron a llamar a las cosas por su nombre.

La influencia de estos escritores ha sido tal que la literatura norteamericana sigue alimentando al mundo con estos basureros. Ahí está Barry Gifford (Chicago) que acaba de publicar en España Las cuatro reinas (La Fábrica) que incluye perlas como: 'No puedes/ darme/ más problemas/ de los que/ ya tengo'. O, 'Todos/ por fuera/ estamos/muertos'. Una brutalidad de poemario que nos revuelve el estómago. Tampoco se escapa de este realismo postmoderno Chuck Palahniuk que nos escribió a fuego eso de 'nos dijeron que íbamos para estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco nos hemos dado cuenta y estamos, muy, muy cabreados' (El club de la lucha).

¿Y en el mundo hispanohablante? ¿Quién nos limpia las calles? Para el escritor Montero Glez, a quien podría incluírse en este sector, hay un hecho inexcusable: 'Sobre todo en España, la industria editorial ha tenido que vender su leche condensada y decimonónica'. El argentino Leonardo Oyola difiere: 'Se dice que el realismo en español está anticuado, pero yo no creo que el problema sea este. La desventaja es que no vivimos ni publicamos en EEUU. Quizá haya más de un Palahniuk en Ecuador y no estamos enterados'.

Seguro, pero poco a poco el mercado editorial proporciona caramelos de realidad. Ahí están el cubano Pedro Juan Gutiérrez, el colombiano Efraim Medina, y dentro del territorio español, además de Glez, el madrileño David Torres, por no alargar la lista hasta el aburrimiento.

Por supuesto, no todos se mueven dentro del mismo estilo. El lenguaje, con el que todos los escritores intentan jugar al máximo, puede fluctuar entre lo macarra, lo castizo y lo sublime. Las estructuras formales pueden ser más lineales o más fragmentadas. Ahora bien, todos ellos nos hablan de perdedores que miran a la vida con una mueca cínica. Cumplen con su labor: nos recogenla basura. 

Cuando en el año 2003, David Torres fue finalista del Premio Nadal con El gran silencio, puso ante los lectores a Roberto Esteban, un ex boxeador de maneras rudas que se movía como pez en el agua en el madrileño barrio de San Blas, paraíso de yonkis y carnaza de desempleo en los años ochenta. Ahora acaba de publicar Niños de tiza (Algaida), donde este personaje vuelve a cobrar vida  en pantalones cortos.

Infancia de extrarradio

“Hasta ahora creo que nadie ha recogido cómo fue la infancia durante la Transición. Nadie se ha puesto a hablar de los pollitos de colores. Yo plasmo lo que recuerdo de aquello: niños felices que crecieron en la calle desollándose las rodillas y partiéndose la cara. Puede parecer duro, pero es que la dureza es bella”.

Amores de periferia

“Cuando hablo de los besos de extrarradio me refiero a que, en aquel entonces, barrios como San Blas, Carabanchel o Moratalaz, eran auténticos. Es donde estaba la gente con sus problemas, donde estaba la droga, el paro... Ahora estos se han convertido en parques temáticos y la autenticidad se ha trasladado a otros lugares como Fuenlabrada, Getafe o Móstoles”.

Personajes ‘malos’

“No se quiere admitir, pero la vida real está llena de hijos de puta. De maltratadores, de timadores. Y a mí me gusta escribir sobre ellos porque
son la realidad”. 

 

Con la novela Boxeo sobre hielo, publicada en 2007 por Berenice, Mario Cuenca Sandoval se destapó como un escritor nocillero. En 205 fragmentos desvelaba una realidad de amores de absenta, psicodelia y enfermedad mental. Una historia al ras del suelo menos convencional que se debatía entre las dos polaridades del ser humano.

Realidad desquiciada

Mario Cuenca Sandoval tiene una mirada desquiciada para la realidad. “Sí, esta es una novela donde el personaje ve lo que ocurre con un punto de locura”, confirma. La razón es que para él lo real nunca es del todo lineal. Al contrario, “es inconexo, por eso creo que los que intentan plasmar una telaraña no buscan la realidad. En cualquier caso, siempre sería un realismo un poco ingenuo”, señala.

La fragilidad y la violencia

En la novela late además un sonido de fondo que no es más que el enfrentamiento entre la fragilidad y la violencia del ser humano. “Es que creo que la idea de violencia siempre se sostiene sobre un suelo muy frágil”, reflexiona. Es decir, que todo aquel que va de duro, esconde siempre a un tipo débil. Somostodo fachada.

El espejo del boxeo

Como le sucede a Torres, para Cuenca, el deporte que mejor refleja cómo es la vida es el boxeo. “Es toda una metáfora de su sentido agónico”, zanja.  

 

Barbilampiño, postinero y castizo hasta la náusea, Montero Glez afirma que encuentra más literatura entre los escombros de una gran ciudad que en un campo de golf. O de polo. Sus novelas y relatos son radiografías de un Madrid donde habitan tranvías, tablaos flamencos, navajeros y chulas de aire gatuno que no pierden el tiempo con cualquiera (Besos de fogueo, Pólvora negra). También ha vivido de los rufianes del mar gaditano, de su Levante y Poniente en excelentes historias como la de Manteca colorá.

Putas, delincuentesy maderos

Este madrileño bucea entre las esquinas de la sociedad “porque la literatura es hija de la parte podrida del mundo”. Asimismo, reconoce que llenar las páginas de sus novelas de chulos, timadores y putas tiene para él un atractivo literario que en relación con las putas se refuerza con el carnal: “A mí las putas me han dado la vida. Hasta la más tirada siempre da más de lo que cobra”. Eso sí, a pesar de esta fachada, Montero no se ve como un tipo duro. “Al contrario, soy el tío más cobarde del mundo”. 

El casticismo

Si algo envuelve al lector de Montero Glez es el lenguaje que utiliza, lleno de giros del vulgo, muchos ya caídos en desuso. “Yo cuento historias y las historias que cuento sólo se pueden contar de una forma. Esa forma o manera es el estilo. Yo he conquistado mi propio estilo: Folclorecósmico”, explica. 

 

“No sé lo que es descansar, si no me tumba una botella de J&B”. Este es sólo uno de los cientos de versos fraseados que escribió Leonardo Oyola en la novela Chámame (Salto de página). Con ecos de Tarantino y su Reservoir Dogs y canciones de Shakira, Coti y Guns & Roses, el buonarense fue capaz de mostrar las realidades que están más presentes que ninguna, pero que parece que nadie quiere ver. Su último libro, Gólgota, incidía en la misma temática.

Humanidad

Oyola admite que le encantaría cambiar de registro. Que incluso le gustaría trabajar el género de la fantasía. Pero no le sale. Él camina al filo de la navaja, “porque en el desborde de dolor encuentro momentos de paz y mucha humanidad”. Lo duro, lo chungo y lo que molesta es del todo humano.

Jerga callejera

La importancia de las palabras para Oyola es una influencia que ha recibido de La naranja mecánica: “Desde que leí el nasdat que hablaban Álex y sus drugos siempre me fascinó la idea de escribir algo imponiendo el lenguaje de un personaje. La jerga de la calle mutando permanentemente”, afirma.

Tipo duro

“Por más duro que uno sea, es difícil escribir sobre lo que nos duele. Todos lloramos. Hasta Chuck Norris”, sentencia. Nadie es de piedra. 

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