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Del solar a Nueva York

Buena Vista Social Club. Diez años después, se edita el legendario concierto del Carnegie Hall. 

CARLOS FUENTES

Nació por casualidad, pero llegó justo a tiempo de rendir tributo en vida a los supervivientes de la época dorada de la música en Cuba. Buena Vista Social Club, el disco que esquivó el olvido, resucita ahora con la edición del concierto que la alineación titular de la orquesta cubana ofreció el 1 de julio de 1998 en el Carnegie Hall de Nueva York. Están todos: Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Rubén González, Omara Portuondo, Pío Leiva... y Ry Cooder, el hombre que encontró petróleo donde ya solo había un pozo de tristeza y resignación.

El cuento Buena Vista Social Club tuvo final feliz, aunque vino de improviso. En marzo de 1996, el productor británico Nick Gold viajó a La Habana para grabar a músicos cubanos y africanos. Los segundos, griots de Malí, nunca llegaron. Y Juan de Marcos González propuso aprovechar el estudio Egrem ya contratado para reunir a viejas glorias de la música isleña. El líder de Sierra Maestra buscó a Ibrahim Ferrer, que cantó con Benny Moré y ahora limpiaba zapatos; a Rubén González, pianista retirado que vivió el auge del cha cha chá en la orquesta de Jorrín, y a Compay Segundo, veterano de mil bailes, mitad de Los Compadres y socio de Ñico Saquito.

También a los cantantes Puntillita, Pío Leiva y Omara Portuondo, la novia del filin; al trovador Eliades Ochoa, al trompetista Guajiro Mirabal, a Cachaíto López, ex contrabajista de la Orquesta Cubana de Música Moderna, y al guitarrista Manuel Galbán, de Los Zafiros. Por fin, ellos eran las estrellas y el resto -Ry y Joachim Cooder, Angá Díaz, Amadito Valdés, Papi Oviedo...-, secundarios de una aventura sentimental que iba a marcar época.

Ibrahim Ferrer contaba que solo los cincuenta dólares que pagaban por cantar un tema le convencieron. Pero él no llegó el primer día. Nick Gold lo recuerda: 'Fuimos al estudio y estaba cerrado. Iba con el ingeniero Jerry Boys y junto a nosotros, sentado en la calle, había un señor mayor. No sabía quién era. Al abrir, corrió a sentarse al piano y empezó a tocar. Era Rubén González, que tocaba la música de tus sueños'. De ese primer sonido del pianista que Ry Cooder definió como 'una mezcla entre Thelonius Monk y el gato Félix', Gold evoca algo 'increíblemente bello y a la vez provocador'.

Buena Vista Social Club comenzó a armarse sobre trozos del cancionero cubano. Clásicos de Isolina Carrillo (Dos gardenias), Sergio Siaba (El cuarto de Tula), María Teresa Vera y Guillermina Aramburu (Veinte años), Guillermo Portabales (El carretero) y El Guayabero (Candela). Pero también tres piezas con historia: Buena Vista Social Club, danzón que Cachao dedicó a la sociedad negra que existió desde 1932 en Marianao; La bayamesa, escrita por Sindo Garay en 1869, y el añejo arranque de Chan chan ('De Alto Cedro voy para Marcané, luego a Cueto voy para Mayarí...').

Grabado en seis días, el disco originó una saga y gira mundial, e inspiró el documental de Win Wenders. También provocó gritos, amenazas de bomba y recitales anulados en Miami. Pero ocho millones de copias vendidas hacen de Buena Vista el disco cubano más popular de todos los tiempos. Y Rolling Stone lo incluyó en la lista de 500 álbumes imprescindibles.

En esta historia de amor, la noche del Carnegie Hall fue quizá el momento más emblemático. Allí estaban, en lo que Salman Rushdie llamó luego 'el verano del Buena Vista', los supervivientes de la trova y del jazz afrocubano para tocar en el corazón de Manhattan. 'Antes del concierto, hubo nervios porque algunos preparativos fueron algo caóticos. Había una energía enorme: aquella gente llevaba mucho tiempo esperando que algo así ocurriera, y allí estaban, en Estados Unidos, en Nueva York...', recuerda Nick Gold en conversación con Público desde Londres. 'Había mucha emoción. Y un increíble nivel artístico, inaudito. Había una atmósfera eléctrica por tanto talento'.

Para el productor, cuya reputación se ha forjado entre África y Cuba, el éxito de Buena Vista fue pura justicia. 'El impacto emocional fue muy grande. Ellos estaban orgullosos de su cultura, de su música... Rubén había tocado con Arsenio Rodríguez, Compay hizo grandes innovaciones en la música de Santiago de Cuba... habían ayudado a crear esa música genuina. Y ese nivel de músicos se ha perdido para siempre'.

A esa generación pertenece Omara Portuondo. Con 78 años, la cantante de Cayo Hueso ha relanzado su carrera, aunque no olvida los días del milagro. 'Buena Vista Social Club llegó cuando tenía que llegar, en el momento justo. Se juntaron la experiencia y la sabiduría, y unas canciones que nunca pasarán de moda. Fue todo tan espontáneo y tan lindo, nada rebuscado. Así es la vida, llovió de suerte', recuerda Omara, 'muy contenta' de que el público no olvide a las voces que ya se fueron. 'Ellos son como El manisero o Lágrimas negras, lindas cosas cubanas que la gente nunca va a olvidar'.

O Silencio, el bolero emocionante que ella llenó de nardos y azucenas con Ibrahim Ferrer. 'A él le gustaba mucho el bolero, las piezas lentas, todo lo sentimental. Siempre decía, y yo lo creo, que el bolero no caduca. Mientras exista el amor, habrá boleros', nos cuenta la cantante.

Ry Cooder jugó un papel esencial en el retrato añejo de las músicas cubanas. Entró en La Habana vía México para burlar el embargo, armó un conjunto con músicos de edades comprendidas entre 13 y 89 años y, rápido, organizó las descargas. ¿El hombre correcto en el lugar correcto? 'Absolutamente', afirma Nick Gold. 'Ajustó a los músicos en el estudio, los reunió muy cerca para que tocaran en directo. Y evitó el abuso de percusión, sin congas ni timbales. Grabamos un disco clásico, con los micrófonos muy cerca de los músicos. En muchos sentidos, Ry abrió el camino', valora el timonel de World Circuit.

Él fue el primer sorprendido por la explosión posterior. 'No estábamos preparados. Nunca pensamos en un fenómeno así. Al grabar, éramos conscientes de que algo especial estaba ocurriendo y que lo estábamos capturando en las cintas. Pero no teníamos ni idea del éxito que vino luego', admite Gold, quien, sin embargo, anota otros dos proyectos (Introducing Rubén González y el álbum de Cachaíto) como sus dos discos preferidos de la saga Buena Vista Social Club. 'Era gente muy especial, es difícil destacar a uno. Rubén, Ibrahim, Compay... Es imposible elegir solo a uno. Todos tenían ese sonido delicado, con alma, bello, increíble. Esa música cubana tiene un poder como no había visto antes', comenta el productor.

En Cuba, la emoción es compartida. Eliades Ochoa se entusiasma al recordar la grabación de 1996. 'Nadie puede decir, y cada día quedan menos, que esperaba ese éxito', explica el líder del Cuarteto Patria. Ochoa, heredero del acervo rural de Saquito y Portabales, habla de Buena Vista como un ajuste de cuentas con las músicas del oriente cubano. 'En todo el mundo, se aprecia su dulzura, esa cosa que nació en Santiago, cuna del son y del bolero. Es una ciudad musical: allí el que no toca, baila y el que no baila, brinca'. Ahora, Eliades Ochoa espera escuchar el disco del Carnegie Hall: 'Seguro que rebosa la energía que sentimos esa noche. Fue sentirse realizado de por vida. Es imposible olvidar un momento que supuso tanto para los artistas y también para la música cubana'.

Otro pilar del Buena Vista, Cachaíto López, sonríe satisfecho. El sobrino de Cachao ya tocaba con 17 años para Arsenio Rodríguez, pero admite que pasó mucho tiempo 'sin oportunidades para hacer la música que más nos gustaba'. El veterano de la Orquesta Sinfónica de Cuba agradece aquel rescate histórico de su generación. 'La música cubana empata con el alma de todos los públicos; no sé muy bien por qué, pero hasta en Alemania he visto a mucha gente divertirse con nuestras canciones', explica Cachaíto desde La Habana.

'Quizá el secreto del éxito esté en todos los músicos que participaron. Hubo una buena caída de gente, nos conocíamos de antes y nos llevábamos muy bien. No fue difícil trabajar juntos, y ahora los echo de menos', añade.

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