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'Vals con Bashir'

El filme israelí es una de las aspirantes a la estatuilla dorada como mejor película extranjera, hoy da el salto a la cartelera española, a tan sólo 48 horas de la cita en el Kodak Theater

EULÀLIA IGLESIAS

¿Fantasías para un público infantil? Hasta hace pocos años, recurrir a la animación en cualquier formato, cinematográfico o no, se relacionaba con la construcción de un mundo imaginario destinado a los más pequeños de la casa.

Pero tanto en el cine como en la novela gráfica, la animación está deviniendo un recurso cada vez más habitual para acercarse a unas realidades a la que los medios habituales de registro documental no llegan.

Vals con Bashir es una película autobiográfica que tiene mucho de terapia personal. La película israelí se inicia con una pesadilla, la que tiene un amigo del cineasta Ari Folman de forma recurrente: le persiguen 26 perros.

Los dos hombres llegan a la conclusión de que tiene que ver con una misión que realizaron para el Ejército israelí. La pesadilla es el detonante para que el director emprenda su propio viaje para recuperar una parte de su memoria que parece haberse borrado: apenas recuerda nada de su participación como miembro del Ejército israelí en la primera guerra contra el Líbano en 1982, durante la cual se produjeron las masacres en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila. Folman reencuentra a amigos y compañeros de la época para, a través de sus conversaciones, espolear la emergencia de sus propios recuerdos.

Definida por su propio autor como un documental de animación, Vals con Bashir salva esta supuesta paradoja al recurrir a los dibujos para transmitir una experiencia personal de la guerra que difícilmente podría representarse con imágenes reales, al tiempo que aprovecha el enfoque documental para registrar los testimonios de unos hechos históricos. La falta de imágenes, en los archivos y en su memoria, de su presencia en la guerra del Líbano impulsaron al cineasta israelí a recurrir a la animación convencido que le iba a dar más juego que la reconstrucción dramática.

Efectivamente, esta técnica le ha permitido al cineasta construir una película de varias capas, en la que la percepción propia del conflicto bélico se combina con el retrato de la experiencia colectiva de una guerra y la reflexión sobre la desmemoria histórica.

Como película bélica, Vals con Bashir se alinea con títulos como Uno rojo división de choque (Sam Fuller, 1980) en tanto no busca ni la explotación de la épica del combate ni tampoco la denuncia en base a una tesis. Es un cine bélico que se construye a partir de la propia experiencia vivida, hasta el punto de que el testimonio personal acaba otorgando credibilidad y emoción a todo el conjunto.

Quizá el único reproche que se le pueda hacer a la película es el recurso final a las imágenes de archivo en lo que parece una traición de Folman a su propia apuesta por el dibujo animado, como admitiendo que la demostración concluyente, la constatación histórica del sí sucedió necesita todavía de la prueba fotográfica.

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