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Adiós al actor que habló con la verdad y atacó la hipocresía

Fallece a los 61 años el actor y director Pepe Rubianes. En abril de 2008 anunció la lucha que mantenía contra un cáncer de pulmón

TONI POLO / PAU CORTINA

Cejas arqueadas sobre risotadas amplias y sinceras, algún taco, algún improperio, un grito... y pantalón y camisa o camiseta negros. Era todo lo que necesitaba Rubianes sobre un escenario. De tal guisa se plantaba en los teatros para explicar cosas cercanas en monólogos atrevidos, directos y cercanos. 

Pepe Rubianes (Vilagarcía de Arousa, 1947) falleció ayer en su casa de Barcelona por un cáncer de pulmón, que le fue diagnosticado en abril del año pasado. La enfermedad le hizo suspender el espectáculo La sonrisa etíope, que había estrenado cuatro meses antes en el Club Capitol, en su teatro, en plena Rambla de Canaletes, en Barcelona. En frente, el Poliorama, espacio donde actúan ahora sus amigos de El Tricicle y donde ha sido vecino de Dagoll Dagom. Todo quedaba en casa. Al Poliorama acudió hace un par de semanas diciendo que todo iba bien y que... hasta pronto. ¿Una despedida? Los trabajadores del teatro lo entienden ahora así. Rubianes era, ante todo, un tipo positivo.

Fue un artista desenfadado, divertido, con las ideas claras y sin pelos en la lengua. Sin ningún pelo en la lengua. Las continuas polémicas que protagonizó por cuestiones no ligadas estrictamente a su ámbito profesional son la prueba.

Se consideraba a sí mismo un actor 'galaico catalán'. Gallego de nacimiento (y poco más) y catalán de adopción (y mucho más). Llegó a Barcelona de pequeño, en los primeros años de la década de los cincuenta. 'Era la época del Congreso Eucarístico de 1952', comentó hace un año a Público, pasando a describir aquella época y a compararla con la actual. Así, de un plumazo, a su más puro estilo, sin concesiones: 'Barcelona estaba llena de hombres de negro hablando de cosas de las que no sabían. Y siguen haciéndolo en la COPE: son ateos disfrazados. Si dicen las cosas que dicen, van contra los Evangelios, contra Dios y contra todo. Es un horror'.

Empezó la carrera de Derecho y, al tiempo, hizo sus primeros pinitos en el teatro. Debutó como profesional con la compañía Dagoll Dagom, en los años setenta, con los musicales No hablaré en clase y Antaviana. Y sin saber bailar: 'Todo era teatro, es decir, mentira', admitía a este diario. Y, hablando de mentiras, volvía a la carga, contra los políticos esta vez: 'Ellos también dicen mentiras. Me gustaría oír a algún miembro de algún partido diciendo: 'Esto no sé si lo vamos a poder hacer, oiga'. Pero no, ellos todos prometen... y la gente los cree'.

Se basta y se sobra

Tras su periplo con la compañía que ahora dirige su amigo Joan Lluís Bozzo, Rubianes participó en la histórica Operación Ubú, con Els Joglars, antes de pasar a actuar en solitario. Él, solo en un escenario y vestido de negro, creó escuela. En 1982 se subió a las tablas en compañía de nadie en el espactáculo Pay-Pay. Mantuvo el éxito tres años con ese discurso. Iba a ser la tónica en sus representaciones: la duración. Rubianes se apalancaba en los teatros. Sus siguientes obras entre 1984 y 1991, Ño, Sin palabras, En resumidas cuentas o Por el amor de Dios, acabaron de perfilar el estilo de un monologuista original, cercano y con mucha personalidad.

Ssscum!, su siguiente propuesta, estrenada en 1992, lo convirtió en uno de los actores más reconocidos de España. Tres años después celebró los tres lustros en solitario, con el hilarante Rubianes: 15 años, donde reunía lo mejor de sus espectáculos desde 1980. Nos encontramos al Rubianes ya actual. Al mismo actor que ya se escapaba (sin abandonarlos) de los teatros, y aparecía en la radio, el cine, la televisión... el Makinavaja de la versión televisiva del cómic del popular Ivà.

Triunfaba con espectáculos estudiados, muy trabajados, pero con una importante dosis de improvisación. Sobre la marcha, obras como la impresionante Rubianes solamente, que se mantuvo nueve años en el escenario, requerían actualizaciones constantes. Las referencias a la situación social y los guiños a los personajes del momento eran una constante. Por eso el público repetía.

Había filón pero, por encima de todo, había ganas de pasárselo bien, de criticar, de denunciar, de alabar. De contar la sociedad actual. 'Mis obras están llenas de cosas que se hablan y se dicen por ahí, todo el mundo las conoce', decía, en referencia a la cercanía y a la cotidianeidad de sus planteamientos. La misma filosofía entusiasmó a miles de espectadores con Rubianes solamente, el siguiente espectáculo, el más laureado y el que más huella dejó en el público, que se eternizó dulcemente en el Capitol desde 1997 hasta 2006.

Desde África con amor

Rubianes siempre presumió de tolerante. 'LLevo 25 años trabajando en Catalunya en castellano y jamás he tenido ningún tipo de problema', comentó a Público. En realidad, Rubianes hablaba el lenguaje de la calle. Recitaba en castellano, improvisaba en catalán, introducía morcillas en gallego. Y hasta largaba parrafadas en swahili, como en su último espectáculo, La sonrisa etíope, para el que compartió protagonismo en el escenario con cinco bailarinas de diversas tribus de Etiopía, lugar donde (igual que en Kenia) pasaba largas temporadas. 'Me invento cosas en ese idioma, porque nos parece incomprensible. Es hablar para no decir nada... Es el pan da cada día en plena campaña electoral', comentaba hace un año, antes de las elecciones generales de 2008.

Dos años antes de La sonrisa..., dirigió Lorca eran todos, una obra en la que recuperaba la memoria histórica a través de textos de Ian Gibson, Agustín Perón o José Luis Vila Sanjuán. Fue su debut como director, accidentado por unas polémicas declaraciones en TV3 en las que criticaba 'a la España de la caverna troglodita'.

Teatro de laboratorio

El actor Carles Flavià, amigo y compañero, reconoció ayer la faceta 'seria' de Rubianes: 'Destaco su labor de investigación teatral y que, cuando no estaba sobre el escenario, tenía un tono muy serio'.

Toni Coll, productor de Fila 7, representante y amigo de Rubianes, lo definió como 'alguien querido y admirado; un patrimonio de todos que se pierde, porque es irrepetible'. Montilla, 'uno de los pocos políticos que me viene a ver siempre', en palabras de Rubianes, destacó 'las ganas de disfrutar de la vida'. Un tipo incorrecto que, según Maruja Torres, 'decía verdades como puños y nos hacía reír'.

 

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