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Todas las caras de Warhol

El Grand Palais de los Campos Elíseos parisinos consagra una extensa exposición a toda la carrera como retratista del creador del arte Pop

ANDRÉS PÉREZ

Dos grandes obras coronan la larga exposición que París inaugura hoy en memoria del Andy Warhol retratista. Dos obras gigantescas por su tamaño y gigantescas por su contenido: una es el Becerro de oro, repetido hasta el infinito. Otra, un Cristo banal dorado incrustado en negro 112 veces. Tales eran las relaciones entre el artista, el dinero y el genio. Malentendidos, engaños, provocaciones y amagos, eran la ciencia del inventor del arte Pop.

En el Grand Palais de los Campos Elíseos se han colgado 140 obras de Andy Warhol, en su inmensa mayoría retratos, y en su inmensa mayoría retratos de estrellas, de multimillonarios, de artistas, del propio Warhol o de sus amigos. La exposición, titulada acertadamente Le Grand Monde dAndy Warhol (El Gran Mundo de Andy Warhol o La Alta Sociedad de Andy Warhol), intenta recolocar al artista en un punto intermedio que lo rehabilite.

La exposición parece decir que Warhol no fue un individuo egocentrista en proporciones astrofísicas, y frívolo hasta la saciedad, que creó un movimiento reaccionario en el arte oculto en los pliegues de una revolución formal.

La ciencia del malentendido

'Como el Becerro, el Cristo repetido y dorado demuestra una ironía muy ligera en ese arte del que se convirtió en maestro, esa ciencia del malentendido', explica Alain Cueff, comisario de la muestra.

De pie delante del enorme cuadro The Last Supper (Christ 112 times), Yellow, de diez metros de largo por dos de alto, el señor comisario se para un instante. ¿Ha dicho lo que hacía falta para convencer, gracias a la obra pintada por Warhol en 1986, esto es, un año antes de su muerte? Duda, e inmediatamente añade: 'Al mismo tiempo era el artista de una ética, de la exigencia, de la profundidad, del trabajo incansable', concluye. Era el contrapunto. Warhol tenía 'una ironía muy ligera', pero también era el artista de la 'profundidad'.

Los apasionados por la obra del ingenioso artista norteamericano no podrán abstenerse de viajar a París para visitar esta monumental exposición, que escudriña todos los detalles de su personalidad a través de los retratos y a través de citas de frases íntimas del genio. Tampoco podrán abstenerse de comprar el voluminoso catálogo de la exposición que ofrece con pelos y señales excelentes reproducciones de las obras expuestas, y será la única huella inmanente que quede de la aparatosa polémica sobre el retrato de Yves Saint-Laurent, que se produjo la semana pasada.

La muestra, organizada en torno a una decena de salas temáticas, arranca fuerte: 'Todos mis retratos deben tener el mismo formato, para que puedan encajarse unos en otros y terminen por formar un único cuadro titulado Sociedad. ¿Es una buena idea, verdad?', confiesa en voz alta el artista, gracias a las citas impresas y colgadas en las paredes.

Si esa es la sociedad, si la exposición es la sociedad que Warhol quería retratar, habrá pues que deducir una cosa: hay muchísimos más multimillonarios en la sociedad que gente pobre. Hay muchísimos más modistos y estilistas que ferroviarios o carteros. Hay muchísimos más artistas y actores que futbolistas de barrio en cuarta división regional. Hay muchísimos más gays con estilo y clase de entre 18 y 35 años que señoras de la limpieza latinoamericanas o inmigrantes del Caribe.

Lección de Warhol a la Humanidad, visible en la exposición. En la sociedad, merecen atención (es decir, un retrato) los muchísimos individuos excepcionales por su don o su dinero, y no merecen atención (ni retrato) la gente cuyo valor es precisamente el de simplemente ser humano, y ser único por 'su propia falta de recursos, puro y simple fondo de la vida, a la vez amargo y valiente', en palabras del filósofo francés Alain Badiou.

A Warhol nadie le recordó que lo que pintaba con sus retratos no era en absoluto la sociedad, sino su sociedad, es decir, el replicante underground de la alta sociedad.

Al pasar de sala en sala, desfilan ante los ojos del visitante los rostros de Richard Nixon, Jackie Kennedy, Marilyn Monroe, la Mona Lisa, Andy Warhol numerosos autorretratos, Margaretta Rockefeller, la baronesa Von Thyssen, Brigitte Bardot, por supuesto Ma0 Tse Tung, Mike Jagger y Lenin, algunas drag queens, Elvis Presley, Keith Haring, Basquiat, y hasta un excelente Sylvester Stallone de finales de los setenta, mucho antes de los anabolizantes.

El espectador recibe un auténtico puñetazo al entrar en la sala titulada El Poder del Dinero. Aquí, otra frase del genio tiene la misión de despertar al visitante: 'Pinto a todo el mundo. A todos los que me lo piden... Es la única manera de escoger', dijo Warhol en el año 1981.

El contraste es brutal con la ficha explicativa, debajo, sobre la realidad de su trabajo de retratista: pedía a cada candidato 25.000 dólares por el primer retrato y 15.000 por los siguientes. Sólo una excepción a esa regla: los retratos de sus amigos artistas, hechos a cambio de otras obras, y los retratos de perfectos desconocidos, como los enemigos públicos número uno, cuyas fichas antropométricas de la Policía el genio del pop retocaba y transformaba.

Íntimo y humano

Hacia el final de la exposición, dominada por los celebérrimos colores del artista, el aporreado visitante, ahíto de tanta celebridad, encuentra un refugio. Un recoveco donde el comisario de la exposición ha colocado una auténtica joya desconocida.

Entre 1976 y su muerte, Warhol llevó siempre consigo un pequeña cámara fotográfica Minox 35, muy célebre en la época por ser la Reflex compacta más ligera, práctica y buena del mundo.

Gracias a ese aparatito, Warhol se puso a fotografiar y fotografiar a sus amigos, a su mundo, artistas, gays, drag queens, multimillonarios e incluso a algún modelo sin un duro.

Fotografió sin más artificios, como uno fotografía a su tía-abuela y a su madre dando un achuchón a la nieta. En ese momento sí llega un Warhol humano, de mirada enamorada y ego inexistente. Un hombre entregado que quería a quienes le querían, y con ellos formaba un pequeño mundo. Un animalillo que, del resto del planeta, poco o nada sabía y por eso lo teñía de artificios, de colores flúor, de luz negra, de capas acrílicas, de telas enormes o minúsculas, repetidas hasta la saciedad de consumo.

Fuera de su círculo, Warhol devolvió al arte occidental, a partir de mediados del siglo XX a la prisión en que se encontraba hasta la Revolución Francesa: la obligación de pintar a reyes, marchantes acaudalados y poderosos de todo pelaje. Una obligación con la que habían roto las vanguardias de primeros del XX. Dentro de su círculo, Warhol era una mirada tierna rendida.

'Esta exposición es la historia de una mirada. El tiempo nos permite superar las crónicas del momento', concluye el comisario de una exposición que pasará a la historia.

El voluminoso catálogo de hermosas ilustraciones será la prueba de que, en esta muestra, hasta el último minuto estaba previsto exponer unos cuadros que, finalmente, no están. La semana pasada, durante una visita de los VIP a la exposición, antes de la apertura a la prensa ayer y al público hoy, era muy esperado el paso de Pierre Bergé, multimillonario de la moda.

El Pigmalión iba a ver la colocación de los retratos de su retoño espiritual y amante, el modisto de alta costura Yves Saint Laurent, inmortalizado por Andy Warhol en 1974. Pierre Bergé, al ver que el genio de la alta costura había sido colocado en la misma sala junto a los retratos de los ‘vulgares’ diseñadores de moda Valentino, Armani o Sonia Rykiel, estimó que los organizadores habían agraviado al muerto que está en el hoyo. O sea que el vivo fue al bollo: sin pensarlo, retiró los retratos de Yves Saint Laurent, hoy pertenecientes a la Fundación Bergé Saint Laurent. 

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