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La Etiopía de los contrastes en el objetivo de Castro Prieto

El fotógrafo madrileño comparte las percepciones de cuatro viajes a Etiopía con una exposición que busca mostrar 'cómo la cultura occidental está empezando a alterar la cultura ancestral' del país

PEIO H. RIAÑO

La Etiopía que Juan Manuel Castro Prieto fue a buscar era diferente de la que vieron el resto de fotógrafos que se acercaron. Preocupado por no parecer un buscavidas con el dedo rápido frente al dolor, la maldad y el hambre, viajó cuatro veces entre 2001 y 2006 para acabar con los estereotipos que ilustran la visión exótica de un occidental de paso.

Las casi 300 fotografías de la muestra, que se inaugura mañana en el centro de arte Fernán Gómez, en Madrid, confirman la rebeldía de uno de los notables fotógrafos españoles del momento. Rebelde porque se empeña en que la fotografía sea lo que representa y no lo que enseña. Esa premisa en alguien que pretende documentar la memoria del ser humano le hace convertirse en el más grande delos antirreporteros.

Siempre fuera de los géneros, siempre lejos de los días de Nikon y gloria, esforzándose contra la catalogación, contra lo evidente y la ilustración, recoge a las bravas en la primera parte de la muestra (compuesta por 69 fotografías de gran formato) la idea que quiere preparar de Etiopía: sin violencia, sin muerte. Evita los tópicos en los que ya se ha encasillado una población que nunca antes fue tratada con dignidad. Los retratados miran a la cámara a la cara. Se enfrentan a ella. Se dejan hacer. Son fotografías en bruto, una civilización virgen de pose y recelo. El ideal de un fotógrafo que rechaza la casualidad y se muere por laintimidad del personaje.

Suelen acuñarse ideas como la magia, el misterio y la ambigüedad en torno a sus fotografías, para explicar el tratamiento formal que producen esos desenfoques con la cámara de placas, esos encuadres circenses y esas instantáneas condicionadas por las tripas del fotógrafo. Onírico, porque la realidad que observa no es como la que vemos a primera vista. Sin embargo, poco se escucha sobre la necesidad que tiene Castro con la fotografía como herramienta para relacionarse conla Humanidad.

Así es. Para quien no conozca su fotografía, Castro Prieto necesita huir de su entorno más común para ser fotógrafo con otros tintes. Cuando se queda cerca de su cotidianidad se vuelve abstracto a la fuerza, juega con texturas, con imágenes chocantes, busca un paisaje cero que saque de contexto sus relaciones personales, tal y como ya enseñó en la magnífica exposición Extraños. Cuando escapa de todo eso, se arropa con la memoria de ámbitos privados de la epopeya de la vida cotidiana de quienes nadan en la abundancia de la miseria. Así sucede en Etiopía.

Debajo de la sábana negra de su cámara 20x25, con el pueblo etíope al otro lado, prefiere la honestidad a la verdad, parece decirnos. Su empeño es recuperar la dignidad de los olvidados, como ya hiciese Ryszard Kapuscinski en Ébano. Ilustrado por el gran reportero polaco, Castro Prieto elude el drama gratuito de las fotos que acompañan a las malas noticias.

Debajo de esa sábana negra parece decir a sus personajes que esto va en serio, que se muestren no como son, sino como les gustaría ser vistos. Con sus atributos, con los complementos que la inevitable occidentalización ha ido depositando en sus manos, como ese increíble paraguas rosa de Pato Donald, que despide al visitante. Absolutamente surrealista.

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