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No, por Trotskista

Una carta manuscrita de TS Eliot, fechada en 1944, revela que el poeta y editor rechazó el manuscrito de ‘Rebelión en la granja’ a George Orwell, por su airada crítica contra Stalin en un momento poco oportuno comerci

PEIO H. RIAÑO

Durante la Segunda Guerra Mundial, George Orwell zurció una novela que ha quedado como la fábula de una venganza contenida. Nada de rabia, nada de compasión. Rebelión en la granja (publicada en 1945) es una clara sátira contra la corrupción del socialismo soviético, que Stalin trabajó intensamente.

La tiranía brutal a la que se ven sometidos los animales de la granja es una denuncia del fascismo, que no dio frutos inmediatos al autor de 1984. Acaba de conocerse el contenido de una carta que desvela el rechazo que produjo el manuscrito de la rebelión animal en el poeta TS Eliot, por entonces director de la editorial Faber and Faber.

El miedo a equivocarse, al pensar que no era el momento más oportuno para publicar una feroz crítica de Stalin, ha conseguido más de 60 años después que miremos a Eliot como un pequeño editor desconfiado. La carta del rechazo, que permanecía a buen resguardo en la colección particular de la viuda del propio Eliot, desde la muerte del autor, ha salido a la luz gracias a un documental que difundirá próximamente la cadena BBC.

En su carta, fechada en 1944, TS Eliot (1888-1965) argumenta que el punto de vista de George Orwell (1903-1950), al que considera 'trotskista', 'no es convincente'. De esta manera justifica la negativa a publicar la obra en la editorial para la que desempeña sus labores un texto antiestalinista. Y apunta: 'No estamos convencidos de que sea el punto de vista correcto desde el que criticar la situación política en ese momento. Es obligación de cualquier editorial que pretende intereses y motivos distintos de los meramente comerciales publicar libros que van contra la corriente del momento'.

Lo cierto es que Orwell salió de España espantado de esa corriente a la que hace referencia el autor de Cuatro cuartetos. Como escribió en su día Miquel Berga, editor de Orwell en España (que ahora Tusquets publica en edición de bolsillo, con los textos íntegros y sin censuras franquistas de Homenaje a Catalunya y otros escritos de Orwell sobre la Guerra Civil española), 'el narrador que sale de España por Port-Bou es, en su visión política, un hombre profundamente cambiado por la experiencia del viaje, un hombre distinto al que cruzó la frontera el año anterior. El inicial ardor antifascista sin matices debe, obligado por la experiencia personal, conllevar una activa militancia antiestalinista'.

De hecho, parece que fue la inmersión de Orwell en las milicias populares españolas lo que, finalmente, cristalizará en un proyecto ideológico y literario que coincide con su madurez creativa. Y no las experiencias previas del autor en Inglaterra, trabajando con las clases desfavorecidas: 'Estas experiencias no fueron suficientes para darme una orientación política definida', escribe Orwell, que llega a España con la clara predisposición de resultar útil a la causa común que propugnan los partidos comunistas.

Su insuficiente inclinación hacia la ortodoxia marxista no le facilita las credenciales del partido comunista británico para llegar a España a defender a la República. Una vez aquí, en el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), se entrega a una prueba que cuestiona la conciencia moral de su ideología.

'He visto cosas maravillosas y por fin creo en serio en el socialismo... En general, aunque siento no haber visto Madrid, me alegro de haber estado en un frente relativamente poco conocido, entre anarquistas y gente del POUM en vez de entre brigadistas, como habría sido el caso si hubiera venido a España con credenciales del PC', le escribe por carta a Cyril Connolly. Aquel tipo al que muchos compañeros recuerdan como 'antipático', 'poco comunicativo y con un aparatoso vendaje en el cuello', surgió certero en su antiimperialismo, su antifascismo y su antiestalinismo. El tiempo sigue dándole la razón.

Ese cuidado por los motivos comerciales tras los que se excusaba Eliot puede ser otra de las razones por las que su viuda, Valerie Eliot, no ha querido desempolvar la caja de los truenos en la que guarda la correspondencia de su marido. Hasta el momento, se ha publicado una pequeña parte de la misma, la que atañe a las cartas con fecha entre 1898 y 1921. Algo insustancial para analistas y biógrafos y que activa las sospechas sobre el porqué del celo de la viuda (las revelaciones sobre la orientación sexual y sus opiniones antisemitas podrían ser las causas del secreto).

En su carta Eliot expresa que no está seguro de que la novela diga 'lo que hay que decir en este momento'. A fin de cuentas, no hacía más que temer lo que de la novela iba a saber la humanidad en unos años. Parece ser, por lo que apunta el Premio Nobel, que lo que realmente le molestó fue la caracterización de los cerdos. Recordemos que Napoleón es el cerdo brutal, fiel reflejo según Orwell de Stalin, vencido por Snowball, un dicharachero cerdito, inspirado en la figura de Leon Trotsky. Sin embargo, el olfato comercial de Eliot no ensució el criterio literario que emanaba de aquel manuscrito.

Este párrafo le salva de la hoguera maldita en la que se queman a todos esos editores que dejaron rastro por escrito de su ineptitud: 'Estamos de acuerdo en que es una destacada obra literaria: la fábula está tratada con gran habilidad y la narrativa mantiene siempre el interés del lector, algo que muy pocos autores han conseguido desde Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift. Eliot parece compungido de que las exigencias de la industria le obliguen a rechazar el trabajo elogioso de Orwell, que destaca por 'una integridad fundamental'.

El viejo cerdo venerable
En ‘Rebelión en la granja’, Orwell plasmó una fábula política sobre las alcantarillas de la ambición política del ser humano. Así que dotó a sus personajes de personalidad. El libro comienza con el discurso del viejo cerdo Mayor, que incita a los animales a rebelarse contra el dueño. Este cerdo era tan estimado en la granja que “todos estaban dispuestos a perder una hora de sueño para oír lo que él tuviera que decirles”. ¿El alter ego de Lenin? ¿Marx, quizás?

Trotsky y Stalin, velados
Tras la muerte de Viejo Mayor, el resto de cerdos se organizan en torno a dos jóvenes: Snowball y Napoleón. El primero “era más vivaz, tenía mayor facilidad de palabra y era más ingenioso”. Como Trotsky, convencía. Napoleón (Stalin) es “un verraco grande de aspecto feroz” que imponía. Claro, Snowball acaba exiliado, acusado de conspiración. el cerdo es el partido Napoleón, que se declara líder supremo, utiliza a los perros (la policía política de la granja) para asegurarse el poder. Los cerdos son el partido, donde todos cumplen un papel. Chillón, un orador brillante “de movimientos ágiles y voz chillona” y capaz de “hacer ver lo negro blanco”, será el encargado de la propaganda.

El burro, a su aire
El burro Benjamín es “el animal más viejo y de peor genio”. Era un cínico, “el único que jamás reía”. Representa la clase intelectual, que se limitó a observar. Peor suerte corre Jones, el dueño que estaba siempre “demasiado borracho para recordar”. Es expulsado como el zar, que no advirtió los problemas del país.

La Iglesia, en un cuervo
La Iglesia ortodoxa, encarnada en el cuervo Moisés, tampoco se libra de la crítica. Moisés huye acobardado, pero regresa. Como la Iglesia ortodoxa, que primero fue perseguida y, después, aceptada por Stalin para ganar apoyos entre la población.

Campesinos engañados
Los caballos trabajan mucho, “son respetados por la entereza de su carácter” y rechistan poco. Álter ego del proletariado, Boxer muere mientras construye un molino que nunca aprovechará. Mientras, las ovejas y gallinas adoptan las decisiones del partido, tal y como se impongan. 

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