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El museo vertical trae una nueva historiografía

La adjudicación del Museo Munch de Oslo a Juan Herreros pone de manifiesto la tendencia a elevar estos edificios en las grandes capitales

ISABEL REPISO

La reciente adjudicación del Museo Munch de Oslo al arquitecto Juan Herreros se suma al patrón del museo vertical, un modelo que cobra fuerza frente a la horizontalidad de edificios palaciegos de siglos pasados que hoy albergan colecciones de arte. Herreros explica la estructura estática del Museo Munch como 'un apilado de cajas' ya presente en el emblemático New Museum de Nueva York, del binomio japonés Sanaa o en el futuro Guggenheim de Guadalajara (México) a cargo de Enrique Norten.

Lo que a priori no es más que una tendencia formal, fruto de la densificación de las grandes ciudades, tendrá efectos en la lectura de los contenidos artísticos. 'Responde a una transformación total de la historiografía y de la experiencia de la cultura, que se ha hecho urbana', interpreta el arquitecto Andrés Jaque. De manera que la narración lineal y cronológica que los museos han exhibido tradicionalmente se verá sustituida por un zapping en el que el mando a distancia será el ascensor, que 'relacionará espacios sin conexión temporal alguna'.

Esta organización favorece la relación de la obra con su contexto histórico a través de lo que Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía, denomina 'notas a pie de página', en relación a la pedagogía de mostrar Los Desastres de Goya para hacer entender la España negra de Zuloaga y Gutiérrez Solana, relativizando el siglo que separa al primero de los segundos. O establecer un diálogo entre la danza de Loie Fuller filmada por los hermanos Lumière y la pintura cubista de María Blanchard, enfrentándolas en la misma sala.

¿Pero cómo se explica la asunción de historiografías no lineales por parte de museos de disposición horizontal? Porque la verticalización formal es 'la traducción simbólica de la realidad', sostiene José María Ezquiaga.

El urbanista ve una raíz sociológica en la tendencia de apilar los contenedores de arte unos encima de otros: 'La posmodernidad ha acabado con las ideologías totalizantes que planteaban interpretaciones del mundo globales. Si a esta ausencia de grandes cosmovisiones sumamos el impacto de Internet, que aporta una narrativa eminentemente fragmentaria, entonces es normal que todo ello se traduzca a la cultura'.

En este sentido, la arquitectura se limita a exteriorizar mediante la verticalización del museo un modus operandi preexistente en la sociedad.

Echando la vista atrás el Guggenheim de Nueva York, de Frank Lloyd Wright, quizá sea el eslabón perdido entre el modelo horizontal y el vertical. Sobre todo porque su rampa en espiral representa una falsa verticalidad: el itinerario que propone es ascendente, pero también es lineal. En Madrid, la tipología del museo vertical está presente en el Caixaforum de los Pritzker Herzog y De Meuron, o en 'el Círculo de Bellas Artes apunta Jaque. Sólo que está poco explotada'.

Algunos teóricos ven en esta verticalización un hecho histórico. 'Es la primera vez que el continente y el contenido evolucionan de una manera paralela. El edificio es un todo que se traga al contenido y de algún modo lo subyuga', valora el historiador Rubén Figaredo.

Una interpretación que libera a Sanaa, Norten, Herzog y De Meuron, y al propio Herreros de esa tiranía del arquitecto que proyecta edificios superlativos porque sí.

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