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La novela sin amenazas

Juan Marsé, que el jueves recibirá el Premio Cervantes, ofrece su visión de la cultura y ante la ministra declara que al cine español le falta talento

PEIO H. RIAÑO

Si se habla de amenazas, pregunta quién piensa tal despropósito. Si se piensa que el castellano y el catalán se ponen en peligro la una a la otra, declara que 'es imposible mantenerse en una lengua impura e incontaminada'. Juan Marsé (Barcelona, 1933) fue bien claro ayer a tres días de recoger en Alcalá de Henares el Premio Cervantes: 'Tengo nietos que hablan catalán y castellano. Mi mujer es extremeña, con mi hija hablo en castellano y con mi hijo en catalán, no sé por qué pero es así desde que son pequeños y no tenemos problemas. Pero cuando la lengua se usa como una bandera empiezan los problemas yo paso de todo eso'.

'Para mí no es problema escribir en castellano, y no lo es porque yo he vivido siempre en una sociedad bilingüe, y esa dualidad para mí es natural. La lengua propia de Catalunya es el catalán ', dijo ayer junto a la recién nombrada ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde. 'Se habla mucho de amenazas y lenguas amenazadas y eso es un disparate. Ni la lengua castellana está en peligro, y de momento en Catalunya no lo está, lo afirmo una y otra vez. Hoy el catalán no lo está, aunque durante mucho tiempo sí lo estuvo', contestó.

El autor de Últimas tardes con Teresa o Si te dicen que caí apuntó que la catalana es 'una sociedad bilingüe y lo será siempre'. Puede que eso le convierta en un escritor 'anómalo', como él mismo se definió. De todas maneras, a los que temen que el catalán pueda acabar con el castellano les avisó de que Catalunya está recibiendo a gente del Magreb 'no ya charnegos, que llamamos'.

Por su parte, González-Sinde añadió a las palabras de Marsé que el castellano 'no está amenazado de ninguna manera. Tenemos continuó la ministra de Cultura que acostumbrarnos de una vez por todas a que vivimos en un país en el que se hablan diferentes lenguas'. Su postura también en este asunto ha variado en los últimos días, ya que hasta no hace mucho opinaba en el periódico El País que el castellano se encontraba marginado en ciertas comunidades autónomas, 'donde los niños saben desenvolverse sólo en su lengua materna'.

'Sin memoria, sea ésa histórica, colectiva o individual, el escritor no es nada'. Por eso en su discurso el próximo jueves en Alcalá de Henares tratará la memoria histórica, la memoria individual todas las memorias. También de la imaginación, del cine y de la faena del escritor.

Precisamente, insistió en una de sus preocupaciones habituales: 'La base industrial del cine español siempre ha sido débil. La base del cine es el guión y aquí no se dedica el tiempo ni el dinero suficiente en el cine español. Por ahí es por donde habría que emplear más medios'. La ministra y guionista confirmó el mal endémico y prometió medidas para reforzar ese momento en el proceso de creación de las películas, justo después de advertir que era una 'falta de cortesía y un desperdicio absoluto dedicarse a hablar del cine español teniendo a Juan Marsé delante'.

Sin embargo, lo que no recuerda la ministra es que a juicio de Juan Marsé, como ha declarado por activa y por pasiva, todas las adaptaciones de sus novelas, desde El embrujo de Shangai (Fernando Trueba) a Últimas tardes con Teresa (de Gonzalo Herralde) son 'malas y es inútil que hayan sido fieles al texto original'.

Es más, el propio Marsé insistió en que 'lo importante es lo que se dice, no en la lengua en la que se dice'. Porque para el primer autor catalán que recibe el máximo reconocimiento de las letras españolas es importante que haya cine en catalán, pero 'ante todo sean buenas películas'.

Ayer Juan Marsé llevaba corbata a rayas blancas y azules bien anudada durante la rueda de prensa y suelta a los pocos minutos de terminarla. Dice que el jueves volverá a anudársela de nuevo, esta vez con chaqué, aunque reconozca con un gesto contrariado que no se ve en el espejo con tanta gala. Él es un escritor 'anómalo' hasta para eso. 'Incluso la marginación social es buena y conveniente'.

En un apartado del Ministerio de Cultura el escritor reconocía a este periódico que tiene muchas definiciones de lo que debe ser un escritor, pero que la que más le gusta es esa que dice que un escritor 'es una persona que está en desacuerdo con la realidad y busca alternativas gracias a la imaginación'. Que el mundo es como es pero el escritor piensa que también podría ser de otra manera. 'Todo esto tiene mucho que ver con El Quijote, porque se inventa un mundo y actúa en consecuencia', explica.

Fue a los 16 años, en 1949, cuando leyó la novela de Cervantes en el parque Güell y desde ese momento se convirtió en una 'relación eterna'. Es de los autores cosidos a citas por todos lados. Recuerda de Borges su prosa invisible y la cita: 'La novela no parece admirable, pero durante la lectura lo es', para alabar aquella novela que se lee 'sin darse cuenta que uno la está leyendo', de prosa invisible. De Ezra Pound acuña: 'El esmero en el trabajo es la única condición moral del escritor', cita del 'poeta fascista' con la que describe cuáles son las tripas de su trabajo. Las responsabilidades del escritor en lo profesional son las de cualquiera, dice: 'No dar gato por liebre, ser riguroso y consecuente con su trabajo'. Ahora, también reconoce que el escritor como individuo tiene obligaciones de orden social, moral y político. 'De eso no se libra el escritor. Hoy no está de moda la literatura del compromiso, pero en toda novela, hasta la más disparatada, siempre está implícita una denuncia de la realidad', manifiesta.

Sólo se arrepiente de las cosas que no ha hecho y esa actitud le ha forjado un carácter ni complaciente ni correcto. Siempre ha sido directo y combativo, en su extensa obra literaria y en sus breves apariciones públicas. Nunca tuvo buena prensa en el pequeño cenáculo del antiguo poder cultural por ser abiertamente anticlerical y responsable con su oficio. 'Soy un entusiasta de la literatura de ficción, lo cual no me exime, naturalmente, de mis responsabilidades para con la sociedad, la primera de las cuales tiene que ver con mi trabajo', dijo el novelista Juan Marsé el día que le llamaron para comunicarle que era el nuevo Premio Cervantes, a finales del pasado mes de noviembre.

Le tiene especial cariño a su primera novela, Encerrados con un solo juguete (1960), porque es autobiográfica, donde narra la vida de un grupo de jóvenes defraudados por la realidad de la posguerra. Sin embargo, reconoce que no es su mejor novela. Desde entonces su gusto como lector se ha forjado en novelas en las que no suceden los artificios verbales, 'eso que antes se llamaba prosa galana'. 'Me gustan aquellas novelas que leo y no me doy cuenta que estoy leyendo'.

Así que confirma que siempre es conveniente volver a los clásicos, a sus clásicos claro: Stendhal, Dickens, Stevenson los que le arrastran desde la primera página del libro. 'También el Cortázar de los cuentos, mucho mejor que el de Rayuela'. A los clásicos y a la poesía. Dice que lee poesía, que le interesa mucho y que, en el fondo, le hubiera gustado ser poeta más que novelista, 'porque aparentemente la poesía necesita menos esfuerzo'. Cuando Marsé bromea apenas se siente.

Entrar en el paisaje barcelonés de Marsé es imaginarle con algo para apuntar siempre cerca, ya sea leyendo, ya sea en la calle. 'Uno siempre tiene las antenas desplegadas, sobre todo cuando estás trabajando en una novela. El oído es uno de los sentidos más importante del escritor, porque tiene que saber escuchar', cuenta para confirmar que la escritura puede volverse en una obsesión. Es más, asegura que cuando no escribe un libro es poco más que un tipo que anda por ahí sin saber si será capaz de escribir otro libro. 'Vas como vacío. Pero la realidad es que estoy día y noche siempre con una antena siempre pendiente'.

Es en ese runrún obsesivo donde encuentra lo que quiere contar y revela que no parte de ideas ni de conceptos para arrancar un nuevo relato, siempre son imágenes el punto de partida. 'Suelo partir de imágenes como si fuera un álbum de cromos: tengo unos cuantos cromos que trabajo para hacerlos encajar. El tono, la voz, la estructura lo encuentro según voy trabajando. Lo único que sé es que cada mañana a una hora concreta me tengo que sentar y ponerme a escribir', describe.

No es extraño por tanto que no vacile al afirmar que se limita a escribir sobre cosas que ha conocido, que si es de otra manera, no lo hace. ¿Por qué? 'Porque no hago sociología, hago literatura de ficción'.

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