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Auster y Vila-Matas cuestionan la preparación del lector

Ambos autores participan en un debate moderado por el director del Cervantes de Nueva York

ÓSCAR SANTAMARÍANUEVA YORK

Desde hacía mucho tiempo se perseguían a través de sus textos. Se vieron por primera vez cara a cara hace dos años. El sábado, otra vez en Nueva York, retomaron aquella inacabada conversación. Enrique Vila-Matas y Paul Auster se sentaron en el Instituto Francés de Manhattan dentro del Festival Voces del Mundo organizado por el centro PEN para hablar de sus miedos, gustos, obsesiones y fracasos. Y, sobre todo, de los lectores.

Vila-Matas (Barcelona, 1948) no ocultó en ningún momento su devoción por Auster (New Jersey, 1947). Al principio, costó aunque sólo fueran unos minutos romper el hielo, pero luego el humor y la complicidad fluyeron durante una corta hora. Eduardo Lago, director del Instituto Cervantes de Nueva York y autor de Llámame Brooklyn, ejerció de moderador y de traductor para el escritor catalán. Él fue quien, a pesar de su pública timidez, encendió la tarde con su ironía y seco humor. Y con una provocación que pilló a Auster por sorpresa y que hizo que interviniera su mujer, Siri, sentada en el auditorio.

Vila-Matas recordó que hace un par de semanas publicó un texto en el que era partidario de exigir cierto talento al lector, el mismo que se demanda al escritor. 'Porque casi las mismas habilidades se necesitan para escribir que para leer', argumentó el autor de Bartleby y compañía.

'En ese texto yo decía que volvía el lector con talento, pero sólo para ver si eso ocurría de verdad, si haciendo que corriera ese rumor se hacía realidad. A ver si se pone de moda no ser un lector estúpido'. En la sala se escucharon algunas risas, entre el nerviosismo y la aprobación.

A Auster no le quedó mucho margen: 'Sí, es verdad que hay lectores estúpidos que no se enteran de lo que quiere decir el autor'. Pero quiso matizar. 'Aunque la verdad es que la mayoría de la gente estúpida no lee libros. La gente que abre un libro lo hace con expectativas, y eso requiere un esfuerzo, un trabajo'.

Fue entonces cuando, durante el turno de preguntas y respuestas al final de su charla, una mujer de mediana edad les tiró de las orejas. 'No entiendo cómo pueden decir que hay lectores estúpidos cuando yo creo que la estupidez desaparece con el simple hecho de abrir un libro', dijo con tono suave pero firme. Auster se intentó defender. 'Yo sobre todo me refería a los críticos', dijo atropelladamente, mientras Vila-Matas se reía sonrojado y satisfecho del revuelo que su intencionada provocación había causado.

Para añadir color a la escena, la mujer de Auster, sentada entre el público, cogió el micrófono. 'Paul, soy tu mujer', soltó de repente. 'Y quiero decir que no estoy de acuerdo contigo, que no se trata tanto de estupidez como de prejuicios. Son esos prejuicios los que llevan a no entender algunos libros. Yo siempre digo que leer es como el sexo: para disfrutarlo, hay que relajarse'. Ahí quedó el tema. Imposible añadir nada más.

Poco después, Vila-Matas volvió a lanzar al aire otra ocurrencia. 'Algo que sería muy interesante, pero que no se hará nunca, es que los escritores digan lo que realmente querían contar cuando se pusieron a escribir y no les salió, en qué fallaron. Sería como un mapa de decepciones. Las novelas están llenas de silenciosos fracasos. Eso ayudaría al trabajo de los demás'. Un punto en el que Auster estuvo de acuerdo.

El escritor estadounidense, que se confesó admirador del humor de las novelas de Vila-Matas, no pudo dejar de reírse cuando este le aseguró que en su madre tiene a una lectora incondicional.

Vila-Matas preguntó a Auster sobre su proceso creativo y su concepción de la novela. 'Para mí es un sitio único en el que dos extraños establecen una relación de intimidad absoluta, la que se da entre el lector y el escritor. Escribo pensando en un alma que me tiene simpatía. Siempre he tenido la sensación de que los grandes que he leído me hablaban a mí'.

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