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Haneke quiere la Palma de Oro

El director austríaco no encuentra competencia en À lorigine, de Xavier Giannoli

SARA BRITO

Decir Michael Haneke es hablar de violencia. 'Es imposible evitarla en la sociedad moderna', decía ayer, con su habitual carácter seco, el director austríaco, filósofo y auscultador de la sociedad contemporánea. The White Ribbon (El lazo blanco) es su apuesta para hacerse por fin con la Palma de Oro, el único gran premio de Cannes que no tiene en su colección, que incluye un Premio del Jurado por La pianista, y un Fipresci y un Mejor Director por Caché. La presidenta del jurado, su amiga y colaboradora Isabelle Huppert, podría ser su mejor (o si se mira bien, su peor) cómplice.

Esta vez la violencia no está en la superficie, ni se percibe la habitual preocupación por su representación en los medios, como pasaba en Caché o en Funny Games. Fundamentalmente porque el austríaco posa su mirada en una sociedad más primitiva, en los prolegómenos de la I Guerra Mundial, antes de que la brutalidad humana se convirtiera en espectáculo de masas. Lo hace en blanco y negro, y poseído por los espíritus de Dreyer y Bergman y, con ecos no intencionales de El pueblo de los malditos.

Haneke llevaba 20 años detrás de esta historia de violencia y represión, situada en un pequeño pueblo del norte de Alemania, regido bajo los tiesos códigos del protestantismo. Allí comienzan a sucederse acontecimientos violentos, que en principio serán tomados como accidentes. Con pulso lento y rígido, el director irá metiéndonos en las vidas de varias familias dominadas por la distancia generacional entre padres e hijos, el patriarcado y el absolutismo moral. Los ojos de los espectadores serán los del narrador: el profesor de la escuela (el debutante Christian Friedel), único punto de fuga emocional, mediante su relación con una joven tímida e inocente.

The White Ribbon es todo control emocional, narrativo, rítmico, visual. Una decisión formal acorde con el paisaje moral que el austríaco retrata, pero que constriñe demasiado a una película que se hace cuesta arriba en el noveno día de festival. En The White Ribbon, Haneke pone el espejo frente al fundamentalismo. 'Las ideas absolutas, religiosas o políticas conducen a la violencia. Todo ideal se pervierte cuando se le trata como absoluto', a lo que matizó: 'No he querido referirme sólo al fascismo alemán, sería empobrecedor'.

A la contundencia formal del austríaco no dio respuesta la segunda cinta presentada ayer en competición, À lorigine, del francés Xavier Giannoli, que recibió nutridos aplausos, a pesar de que desaprovecha gravemente una de las historias más poderosas vistas en la Selección Oficial.

Un hombre sale de la cárcel y se dedica a hacer pequeñas estafas para ir tirando, hasta que se topa con una obra de una carretera abandonada en una deprimida ciudad de provincias. Bajo un nombre falso, creará una empresa ficticia para construir la carretera, dar empleo y sentirse necesario por primera vez en su vida.

Una película basada en hechos reales sobre la extrema soledad, las segundas oportunidades y la mentira, que pinta un desolador paisaje social, con las corporaciones y la explotación industrial como telón de fondo.

 

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