Público
Público

El último gran golpe de los quinquis

Una exposición en el CCCB recrea el mito del delincuente de los ochenta a través de películas, música y prensa

TONI POLO

Un Seat 131 familiar blanco de la Policía Nacional persigue a un Simca por las calles de Barcelona, de fondo suena una de Los Chichos, y alguien juega a una de las primeras máquinas de marcianitos... Es parte de la recreación del ambiente de la marginalidad de hace casi 30 años que puede verse en la exposición Quinquis de los 80. Cine, prensa y calle, en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), hasta el 6 de septiembre.

Por el recorrido de la muestra pululan delincuentes famosos que nacieron, crecieron, triunfaron e, irremediablemente, se hundieron (la mayoría murieron) en la España de finales de los setenta y los ochenta: El Vaquilla, El Torete, El Jaro, Dum Dum Pacheco... Fueron delincuentes que rebasaron la frontera del crimen con un destino insospechado: el cine, la música o la prensa. También la fama. 'La exposición no está basada en el delincuente, sino en el mito que se trenza en torno a su figura', adelanta Amanda Cuesta, una de las dos comisarias de la muestra. Un mito que ha sobrevivido a los propios protagonistas. 'Ha habido gente que me ha dicho que empezó a delinquir después de ver Perros callejeros', lamenta un Vaquilla ya maduro en uno de los fragmentos de entrevistas que se recogen.

El delincuente nace en la periferia. Barrios de ciudades industriales como La Mina, en Barcelona; San Blas, en Madrid, u Otxarkoaga, en Bilbao, fueron el caldo de cultivo de esta marginalidad. El área metropolitana de Barcelona recibió a más de un millón de inmigrantes entre los años cincuenta y setenta. En los sesenta, se ubicó deprisa y corriendo a los chabolistas en barrios del extrarradio sin servicios básicos: sin alcantarillado, sin escuelas, sin ambulatorios. Allí surgió la delincuencia, la heroína, la marginalidad.

 

Las páginas de sucesos fueron el primer escaparate para estos tironeros, navajeros, atracadores, ladrones de coches. En las salas del CCCB se pueden leer los primeros titulares y reportajes, los que empezaron a forjar el mito. 'De allí, pasaron a las revistas del corazón y a las de investigación', comenta Mery Cuesta, la otra comisaria de la exposición.

El gran complemento para estos chicos (niños en muchos casos) fue el cine. Se rodaron más de 30 películas entre 1973 y 1986, en algunas de las cuales los propios personajes hicieron de actores. 'El cine quinqui es un género acuñado desde la calle', dice Mery. 'Era un cine de urgencia, porque reflejaba lo que estaba pasando en las calles, de ahí su inevitable relación con la prensa'.

La dureza de las escenas se advierte en la entrada a las salas de exposiciones con dos rombos: fueron las primeras películas en las que se vieron escenas impactantes y muy realistas de droga.

Y la popularidad de estos quinquis se desbordó. La música rumbera triunfó en las emisoras de radio, las películas fueron exitazos en taquilla ('Perros callejeros aún es la quinta película española más taquillera', apunta Mery Cuesta), la estética se convirtió casi en una moda.

'La cultura marginal de los barrios se instaló en la sociedad: ¿Una subcultura?', deja la pregunta en el aire José Guirao, director de La Casa Encendida de Madrid, que colabora en este proyecto y que lo exhibirá a partir de julio del año que viene. La cultura marginal se convirtió en mainstream.

Cine. Perros callejeros (1977) y Perros callejeros II (1979), Miedo a salir de noche (1980), Barcelona Sur (1981), El Pico (1983), Yo, El Vaquilla (1985) maquinitas Los salones recreativos eran punto de reunión de quinquis. En el CCCB, el visitante podrá jugar al ‘flipper’, a los marcianitos o escoger los ‘hits’ de la época en un ‘juke-box’.

Música. La banda sonora de la época (y de las películas) era la rumba marginal, que hablaba de amor y de drogas, de cariño y de delincuentes. Los Chichos, Los Chunguitos, Bordon 4, Las Grecas... Vinilos, casetes de las gasolineras, singles.

El estrellato. La sección ‘Quinquis-stars’ refleja la vida de estos mitos: ‘El Vaquilla’, ‘El Torete’, ‘El Jaro’, José Luis Manzano, ‘Dum Dum Pacheco’. cárcel o reformatorio Los reformatorios no podían acoger a todos los delincuentes menores, muchos de los cuales pasaron a prisiones de adultos. La cautividad y las huidas marcaron a estos quinquis. Se aporta toda una cronología de la conflictividad carcelaria.

¿Te ha resultado interesante esta noticia?