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Dubai, oasis de lujo y miseria que asoma al Golfo Pérsico

Hace 40 años no era más que un pedazo de desierto habitado por nómadas y pescadores. Hoy es uno de los destinos más exóticos

DANIEL LOZANO

Think big'. Los aforismos del jeque Al Maktum dan la bienvenida al Manhattan del siglo XXI. Estamos en Dubai, un oasis de lujo que se asoma al Golfo Pérsico. Hace 40 años no era más que un pedazo de desierto habitado por nómadas y pescadores. Hoy es uno de los destinos más exóticos del planeta.

Este emirato árabe parece el remedo modernista de las Mil y una noches. Una especie de Blade Runner ordenado, pulcro y rebosante de luz, con grandes autopistas, como la Sheikh Zayed, que serpentea entre majestuosos edificios. Por todo ello denominaron a Dubai la puerta entre Oriente y Occidente.

Algunos aseguran que el jeque Mo Al Maktum tiene poderes más allá de los terrenales. Primero, te hipnotiza. Y luego te aplasta en su carrera por la gloria universal. Dubai pretende ser un paraíso de finanzas y lujo superando récords Guiness.

Empezando por Burj Dubai, la torre más alta del mundo en construcción (más de 800 metros). Siguiendo con la Dubai World Cup (carrera de caballos multimillonaria), Dubailandia (el mayor parque temático) o la pista de esquí interior (en el Emirates Mall) más grande del mundo).

Ya están en marcha el mayor centro comercial y un hotel submarino. Suma y sigue. Sin olvidar los cuatro proyectos de islas artificiales. Sólo así se entiende que la fiesta nacional sea el mes del Shopping Festival, que en 2009 fue entre el 15 de enero y el 15 de febrero.

Entre los poderes del jeque también figura el equilibrismo. La crisis está sacudiendo su sueño, pero está prohibido informar sobre ella. Cuentan que el aparcamiento del aeropuerto está lleno de coches abandonados por extranjeros, que han huido por culpa de sus deudas impagadas. El gigante tiene puertas traseras.

En Sonapur vive el otro Dubai. Un campamento a pocos kilómetros de la capital que parece un campo de concentración para 150.000 trabajadores. No hay ni zocos ni mansiones de lujo. El hedor aplasta más que el calor. Algunos se protegen con pañuelos, pero la mayoría se ha acostumbrado a respirar olor tan nauseabundo.

Aquí viven los nuevos esclavos, herederos de aquellos que construyeron las pirámides de los faraones. La mayoría son indios de Kerala. También pakistaníes y bengalíes. Son ellos los que construyen las mastodónticas torres.

Son los que llenan de arena las islas artificiales. Cogidos de la mano, miran incrédulos a la española que desde hace semanas se empeña, sin éxito, en fotografiarles. No comprenden que esté con ellos y no bañándose en la orilla del Burj Al Arab, el hotel en forma de vela que habría conquistado el título universal si los hoteles compitieran en certámenes de belleza.

Estos hombres trabajan jornadas maratonianas a cambio de un salario miserable (150 dólares al mes). Y cuidado con quejarse. El que lo haga, será expulsado del país. Cientos de ellos están trabajando en la Palmera Jebel Alí, que reproducirá con su forma un poema del jeque Mo: 'Tomad la sabiduría de los sabios. Se necesita un hombre con visión para escribir en el agua'. Ellos no entienden tan sofisticada poesía. En Dubai, la sabiduría es exclusiva del jeque de los espejismos.

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