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A los pies de Benito Pérez Galdós

Tiene un plan: emular los Episodios Nacionales en las próximas seis novelas sobre historias anónimas que padecieron la Guerra Civil

PEIO H. RIAÑO

Almudena, a los pies de su maestro en forma de escultura tallada por Victorio Macho. LAURA LEÓN

Cuando llega el verano a Madrid puedes hacer dos cosas: terrazas o montaña. Si tienes menos de 18 años la cosa se reduce a la mitad y si tu abuelo tiene una casa con biblioteca en plena sierra del Guadarrama, estás a salvo. La del padre del padre de la escritora Almudena Grandes tenía de todo en sus estanterías, desde los libros juveniles de su hijo a las obras completas de Benito Pérez Galdós. A los 15 años de edad la autora se armaba de libros de bolsillo con sus ahorros y a mitad de julio ya había acabado con todos ellos. Así que aquel verano decidió husmear por aquella biblioteca, y allí estaban las completas de Aguilar de Galdós, con una edición para los duros de pelar, con dos columnas y papel Biblia. Los libros tiraban para atrás, pero la necesidad pudo más.

Cogió la primera novela que encontró. 'Y tuve la suerte de que fuera Tormento'. Así es como la casualidad hizo que aquella pequeña, en mitad del verano, abriera una bomba de relojería con tapas: la historia de posesión de un cura con una huérfana desamparada. Un cura que abusa de su posición, que miente, que la tiraniza, vamos, una imagen inédita de España para sus 15 años. 'Me enganché a Galdós hasta hoy'.

Este verano Almudena no está en la sierra madrileña, está cerca del Atlántico y por lo que sea no lee Fortunata, rompiendo con una de las normas de sus veranos desde entonces. 'Galdós fue para mí el veneno de la novela', recuerda en la terraza de su casa. Hay levante, calor y nubes. Chanclas y pareo. No para de beber té rojo, aunque dice que le gustan todos. Éste también se ha quedado frío, es mediodía y saltamos de un tema a otro, pero siempre, al fondo, su respeto por don Benito. Es rápida, inteligente, arma el discurso como si no dejara de escribir columnas. Hablamos de su nuevo reto profesional, unos Episodios nacionales a la manera actual. Un homenaje sentido a un escritor fundamental en su vida, al que halaga en cuanto puede.

'A mí Galdós me parece un escritor inmenso', primer cariño. 'Galdós me parece un novelista grandísimo con una mala suerte horrible', segundo marrullería, esta vez en referencia a la decisión de la academia sueca de quitarle el Premio Nobel por ser socialista y dárselo a Echegaray, al que, cómo decirlo, Almudena deja allá abajo, donde llegan los despojos intestinales. 'Galdós ha acabado sufriendo el absurdo desprestigio en España, él que fue la conciencia pública de la izquierda española de entonces ha pasado como un escritor conservador, reaccionario y casposo. Totalmente injusto', arrumaco final.

Le hubiera gustado llamar a su plan 'Nuevos episodios nacionales', pero Franco fastidió el adjetivo para los restos. 'Sí, es una pena porque Galdós ennobleció esa palabra y Franco se la cargó. Una putada, qué le vamos a hacer'. Las seis novelas quedarán recogidas en lo que ha llamado Episodios de una guerra interminable, que irán apareciendo a partir de octubre de 2010, siempre con Tusquets. Ya tiene escritas las dos primeras y sabe hasta la cita que compartirán: el poema de Luis Cernuda, Díptico español, que enfrenta la España de Franco y la España de Galdós.

Por lo que cuenta y cómo lo cuenta, serán novelas con aspiraciones nacionales, es decir, con la pretensión de incidir en las grandes cuestiones de este país y su pasado. Ya en El corazón helado sus personajes cambiaron. Allí se presentaban como elementos para cuestionar verdades incuestionables y para revelar la mentira en las verdades impuestas por la costumbre. Es probable que esa intención crítica respirase en su primera etapa como escritora de Madrid, de su generación, de sus problemas y de sus experiencias, y cuyo mejor ejemplo es Las edades de Lulú. Sin embargo, ha encontrado otro camino, probablemente fruto de la rabia de una visión de España como un país desmemoriado, 'de nuevos ricos e insensible'.

'España es un país anormal en el siglo XX: fuimos los más modernos del mundo en los 30 primeros años del XX, los más antiguos en los siguientes 40 y ahora vivimos en los mundos de Yupi. De la extrema pobreza se pasó a una generación de gente sumisa que aceptaba cualquier cosa y de ahí a la borrachera de la libertad y de la opulencia económica. Ahora, la cuarta generación está pagando el precio de la desorientación', para confirmar los profundos desajustes de identidad.

Es la falta de reflexión el mayor de nuestros problemas, porque 'no hemos querido mirarnos al espejo'. Si lo hubiéramos hecho cree Almudena Grandes que habríamos aceptado un pasado. 'Mientras oficialmente se siga sin aceptar cuál ha sido la evolución histórica de este país, los españoles seguirán sin saber en qué país viven'. Quiere dejar de estar al margen de su Historia para recuperar la memoria y dar a conocer nuestra tradición democrática. 'Es importante para saber que la Segunda República fue un experimento democrático antes de la Guerra que funcionó, y que esta democracia en la que vivimos no se ha querido vincular a aquella', explica.

De ese momento histórico y social supo en la cocina de su madre, a los doce años, recuerda. Entonces creía que el progreso era una línea recta, y que ella era más moderna que su madre y su madre más moderna que su abuela. De haber sido así, no se habría extrañado cuando su madre le dijo, con un Hola! en el que salía una foto de la gran Josephine Baker ya mayor, con turbante, chándal y rodeada de sus niños en una campiña francesa, 'tu abuela la vio bailar'. 'Siempre acompañaban esa foto con otra de cuando ella era joven y guapa, vestida con una falda de plátanos y con dos estrellas enormes en los pezones, que le ponía la revista', cuenta. 'Me dije aquí pasa algo raro, cómo era posible que mi abuela fuese con mi abuelo a ver bailar a una mujer desnuda a un teatro de Madrid'. Todavía sigue dándole vueltas a lo mismo, su abuela fue la más moderna de la familia.

Por eso su proyecto es ambicioso (dice que casi 'vicioso'), porque quiere contar las pequeñas historias que enfrenten al lector con su pasado. 'Lo que crea Galdós es un modelo moral y didáctico. Es una manera de enseñar a los lectores las glorias de su país'. Ahora podrá dar vida a las mil y una historias que se quedó durante el proceso de documentación de El corazón helado, que duró cinco años. Pero advierte que no puede abordar la tarea de la misma manera que don Benito: 'No soy tan libre como lo era él en aquel momento'. Entona un 'ojalá', para afirmar que le gustaría escribir sobre grandes loas patrióticas, 'pero eso querría decir que estaríamos en una República Democrática y que no habríamos pasado por lo que tuvimos que pasar'.

Así que, que nadie se espere una imagen fiel de los episodios galdosianos, porque para empezar lo escribe en primera persona. 'Yo soy escritora en primera. Un autor nace en primera o en tercera persona. Además, no soy una escritora del siglo XIX, sino del siglo XX', explica. Serán novelas más cortas que El corazón helado, entre 300 y 400 páginas. Todas con una estructura común: tres partes de tres capítulos cada una más un epílogo. Es ficción con personajes de ficción, que se relacionan con personajes reales y que además actúan en marcos históricos reales.

De Galdós también le fascina la ambición de construir un mundo desde cero. Los novelistas del XIX en ese sentido estaban en un desierto y podían caminar por donde quisieran, tal y como cuenta. 'Ahora los escritores conducimos en algo parecido a una autopista de Los Ángeles, con 18 carriles en cada sentido, direcciones prohibidas y luces rojas que te dicen por aquí no. Ya no se puede escribir como entonces porque hemos perdido el estado salvaje y la inocencia'. Además, ni siquiera vive en el mismo país que Galdós, uno sin conflictos de patria. Ella está obligada a reajustar, a parar en los semáforos. 'Y ya me salto muchos. Lo asombroso es que no me pongan más multas', suelta y de paso pide más radicalidad a los escritores actuales. 'Hay un exceso de autocensura estética en el narrador contemporáneo. Somos nada salvajes'.

De entre esos montones de libros, películas y música con los que trabajó, Grandes habla maravillas de La hija de Juan Simón, el primer intento de crear una moral republicana en una película muy popular, con un argumento folletinesco. Hay una secuencia en la que sale Carmen Amaya diciendo: 'Yo soy mía y hago lo que se me antoja'. 'Si yo fuera ministra de Educación tendrían todos los institutos de España 'La hija de Juan Simón', vaya. 'El cine tiene una virtud y un defecto sobre la literatura. La virtud es accidental y el defecto es profundo. El cine refleja con mucha inmediatez la realidad, no la filtra ni la reposa, es inmediato. La literatura no es inmediata, tiene que sedimentar y requiere tiempo'.

Ha encontrado un filón interminable y está dispuesta a llevarse por delante a quien haga falta. ¿La Transición? 'En la Transición se crea una versión oficial de los hechos, que yo he procurado cambiar. Aquella generación hizo lo que tenía que hacer como pudo. Lo que me repatea es esa resistencia que tienen a no retocarla porque la hicieron ellos. Treinta años después no es satisfactoria para las nuevas generaciones', pide para los jóvenes. Esos mismos a los que espera enganchar con estas historias de 'gente pequeña' con conciencia de que se estaban jugando la libertad del mundo, no sólo la suya. 'La épica de luchar por los ideales', reclama para el lector más joven, que ha sido privado de la épica que le corresponde, en los propios libros de texto. 'Y es una épica irresistible'.

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