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La música no le sienta bien a Ahmadineyad

El director Bahman Ghobadi presenta en San Sebastián Nadie sabe nada de gatos persas, que rodó en la clandestinidad por las calles de Teherán. Una comedia entrañable sobre el infierno de montar un grupo de música pop

CARLOS PRIETO

Milagro en Teherán. ¿Creía usted que el rock and roll había dejado de ser la música del diablo? ¿Que su lado rebelde había quedado enterra-do por los egos de los roqueros y los patrocinios de las multinacionales? No se preocupe: monte usted un grupo en Irán y luego nos cuenta cómo se siente uno caminando por el lado salvaje de la vida.

Bahman Ghobadi (Baneh, Irán, 1968) llegó ayer a San Sebastián con una bomba de relojería musical debajo del brazo. El cineasta kurdo-iraní, ganador de la Concha de Oro en dos ocasiones, presentó en la sección Zabaltegi Nadie sabe nada de gatos persas, una comedia entrañable sobre el infierno de montar un grupo de música en Irán. 'Es un filme sobre la música underground. Sobre cómo los músicos intentan sobrevivir y salir a flote', dijo ayer el director.

'En Irán algunos músicos están deprimidos, otros se suicidan'

Aunque suene a ciencia ficción, en el Teherán que refleja Ghobadi se hacen raves en edificios abandonados, a los chavales les pirran The Strokes y Nirvana, y algunas madres con pañuelo a la cabeza hablan de Madonna o del rapero 50 Cent como si tal cosa, algo que el propio director desconocía. 'No era muy consciente de la existencia de un movimiento musical underground en las ciudades; entre otras cosas, porque los músicos están obligados a ensayar y tocar clandestinamente debido a la represión: pueden dar con sus huesos en la cárcel en cualquier momento', explicó Ghobadi a Público.

El director de Las tortugas también vuelan (2004) se implicó en esta historia por casualidad. Cuando el Gobierno iraní le denegó el permiso para rodar su nuevo filme Sixty seconds about, Ghobadi cogió una depresión de caballo y pensó en abandonar el país para siempre. 'La música me salvó', recuerda. 'Conocí a unos músicos del underground y me insuflaron energía e ideas para escribir una historia sobre sus peripecias. Entonces decidí rodar un filme clandestino, sin autorización oficial y sin dinero, con una cámara de vídeo digital y un pequeño equipo de rodaje', relata.

«Los músicos ensayan y tocan clandestinamente por la represión»

El cineasta comenzó a moverse por el circuito secreto de locales de ensayo, a conocer de primera mano las tribulaciones de los músicos, plasmadas en el escueto guión de 30 páginas con el que comenzaron a rodar la historia. 'Fue un rodaje guerrillero de tres semanas de duración. Llegábamos en motos a los lugares donde tocaban, filmábamos y nos largábamos. Por la noche escribíamos los diálogos para el siguiente día', cuenta.

Las imágenes del filme, basadas en hechos reales, no tienen desperdicio: un grupo de heavy metal que tiene que tocar en un establo y cuyo cantante se desploma por la hepatitis; un hiphopero que rapea un tema sobre la lucha de clases en Teherán ('el dinero mueve el mundo, no Dios', canta) desde lo alto de un edificio en construcción; un agitador cultural amenazado con 70 latigazos por tener discos tostados en casa (esperemos que la SGAE no tome nota).

Pero aunque en Irán parece aplicarse a rajatabla una versión desquiciada de la ley de vagos y maleantes, Ghobadi decidió conscientemente hacer una comedia con este material. 'La historia del underground es triste, algunos músicos están deprimidos, otros directamente se suicidan (no exagero: el índice de muertos es más elevado de lo normal). Pero no quería hacer un filme deprimente, prefería mezclar la tragedia con la comedia', cuenta antes de entrar en terre-nos más íntimos: 'Soy una persona amargada porque vivo en un país triste. Estoy furioso porque no acepto a este Gobierno. Hemos padecido muchos sinsabores, pero no quiero reflejar esta amargura. Si contara toda la realidad les explotaría la cabeza'.

'Esta película ha sido un shock para muchos iraníes'

No obstante, el cineasta parece haber visto un poco de luz al final del túnel este verano, al encontrarse a muchos iraníes en la calle para protestar por el resultado de las elecciones. Eso sí, es un optimismo de baja intensidad. 'Me gusta explicar nuestra relación con el Gobierno mediante un cuento. Un hombre forzudo mete la cabeza de un tipo enclenque en el agua y la sostiene así durante 30 segundos. El enclenque consigue zafarse un momento y, tras respirar un segundo, ve cómo el forzudo vuelve a hundir su cabeza en el agua. Los 30 segundos serían los 30 años de revolución islámica. Y el segundo respirando son las protestas que hemos visto este verano. Ahora tenemos otra vez la cabeza debajo del agua, aunque el forzudo ya no es tan fuerte', zanja.

Desde luego, nadie podrá acusar a Ghobadi de no intentar sacar la cabeza a flote. 'Esta película ha sido un shock para muchos iraníes, porque desconocían que existieran estos jóvenes', cuenta un director que, acostumbrado a que sus trabajos se prohíban o se estrenen en condiciones precarias en Irán ('Como mucho dos copias por filme para todo el país y prohibida la publicidad') se ha tirado a la piscina con este filme: intenta distribuirlo a través del mercado de discos piratas. Puro cine guerrillero.

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