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Los años en que la imagen se volvió loca (y cuerda)

El Pompidou reúne 400 obras fotográficas de los pioneros del surrealismo

ANDRÉS PÉREZ

Un panorama excepcional y desconocido del movimiento surrealista invade a partir de hoy las salas del Centro Pompidou, gracias a la exposición La Subversión de las Imágenes. Reuniendo 400 obras fotográficas de genios conocidos como Brassaï o Man Ray, y otras realmente desconocidas de los escritores Antonin Artaud y Paul Éluard, los comisarios demuestran que la revolución surrealista encontró en la foto su expresión más directa y contundente.

En 1924, André Breton definió el surrealismo como un 'puro automatismo psíquico por el cual se intenta expresar bien verbalmente o por escrito la verdadera función del pensamiento'. Por esa vía, añadió, se alcanza el 'dictado verdadero en ausencia de todo control ejercido por la razón, y fuera de toda preocupación estética o moral'.

La muestra ofrece obras desconocidas de escritores como Artaud o Eluard

Mala pata para Breton: él era ante todo un escritor, ensayista y teórico, así que tuvo que definir el surrealismo con palabras que, precisamente, poco escapaban a la razón. Tan poco escapaban, que cometió la aberración de decir que la expresión pasaba por lo escrito o lo dicho. La muestra organizada por el Centro Pompidou, hasta el próximo enero, precisamente ataca bajo esa línea de flotación. Se concentra en la primera generación de surrealistas, que lanzaron con imágenes fijas ideas fulgurantes, cuya pureza experimental fecundó y fue fecundada por los célebres La edad de oro y Un perro andaluz, de Luis Buñuel.

Abre la exposición parisina una sala bautizada La acción colectiva, dedicada a las sesiones de retratos, fotomatón y poses que los grupos surrealistas tenían costumbre de celebrar. Estas prácticas fueron la auténtica matriz del trabajo posterior y permiten comprender la importancia que esta vanguardia concedía a su propia vida de grupo, a sus aventuras personales entrecruzadas.

Como Buñuel, Nougé se obsesiona con acercar hojas cortantes a los ojos

Entre las ocho salas destacan La mesa de montaje (todo un apartado sobre los collages, los fotomontajes y las técnicas extremas de revelado), El modelo interior (la obsesión por el espíritu, los mediums, el psicoanálisis y la hipnosis) y La pulsión scópica, un viaje alucinado al 'deseo de ver', que llevó a los surrealistas a abusar del primerísimo primer plano para buscar la metamorfosis de la realidad hasta el hastío.

Pasando de una sala a otra del museo, se intuye hasta qué punto los vanguardistas del surrealismo hacían de la exploración de su propia histeria, impulso; y de la violación de los tabús, inspiración. Particularmente tenebroso es el encuentro con un perfecto desconocido para el gran público, Maurice Tabard. Sus clichés de Ensayos para un filme de culto vudú aplican una plástica que, a día de hoy, parece innovadora.

Otro desconocido, Paul Nougé, viene a demostrarnos que la obsesión por acercar hojas cortantes a los ojos, párpados y pestañas era una idea en circulación entre los grupos surrealistas, que quedaría plasmada para siempre en Un perro andaluz.

Uno de los comisarios de la muestra, Quentin Bajac, explicó que uno de los objetivos ha sido el de demostrar que la producción plástica surrealista, especialmente la fotografía, estuvo dominada por el deseo de revelar 'las formas de animalidad del hombre'.

El surrealismo fue algo que provocó un cambio radical en la 'manera de mirar' que tiene la gente, aún hoy. Después de los marcos, la luz, las formas y los personajes imposibles inventados por los surrealistas, ahora 'todos los estadios del proceso fotográfico sugieren constantemente formas nuevas que desafían las leyes', afirmó Bajac. La muestra del Centro Pompidou, que llegará al Instituto de Cultura-Fundación Mapfre de Madrid en junio de 2010, viene a recordar esa deuda.

 

 

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